Pesadillas y gobierno

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Capítulo III: Corte de alas.

28 de Julio, año 19...

A veces las personas son impulsivas. Tenemos momentos y eso nos lleva a cometer errores. A veces queremos solucionar todo de forma rápida, sin pensar si estamos listos para dar el siguiente paso o medir las consecuencias de nuestros actos. Un ejemplo de ello son mis padres. Ellos se casaron jóvenes y sin pensar en lo que hacían. Pensaron que el amor les duraría para siempre, pero no fue así. Solo estuvieron unos años juntos y se separaron.

Con el tiempo, papá ascendió como heredero de Draconis, pero lo dejó todo por defender a su hermano menor, sin saber que este lo traicionaría. Así aprendí a no confiar en mi familia, y pese a que mantenía una buena relación con mi prima, no podía decir que metería mis manos al fuego por ella. Era una cuestión de orgullo: desconfiar de la hija de un traidor y esperar lo peor de ella... pero había algo que me impedía hacerlo por completo, y era que Jacob no sólo había traicionado a mi padre. También había traicionado a su hija al abandonarla a su suerte.

Mamá solo continuó por el camino que mi abuelo había trazado para ella, e intentó que yo hiciera lo mismo.

Durante muchos años seguí sus normas sin importar lo que implicaran, pero no pude. Toda aquella presión era demasiado para mí. Ya ni siquiera parecía una niña, parecía una copia de aquella guerrera pelirroja a quien tanto había admirado en mi infancia. Es una lástima que esa admiración se convirtiera en odio con el tiempo.

Hay veces en las que pienso en la vida que pude tener si hubiera seguido al pie de la letra todas las reglas de mi madre, pero después me doy cuenta de que mi vida ha sido buena desde que abandoné el trono de Essex. Tengo una pequeña familia que se preocupa por mí, y no me arrepiento de todo lo que hice para llegar hasta aquí.

Pero hay algo, una mancha en mi historial que quisiera nunca volver a recordar.

A pesar de los años, aún lloro por las noches cuando despierto a causa de las pesadillas que tengo. Ya no hay gritos de miedo. He aprendido a esconderlos. Ya no hay nadie que me abrace, no quiero que ellos me vean así... Y debo confesar que no quería llegar a esta parte.

Duele recordar que estuve a punto de evitarme tanto sufrimiento. Si tan solo no me hubiera enfrentado a ese demonio sola...

Nadie me entenderá nunca. Para mi familia solo soy una decepción, y no los culpo. Soy una estúpida que no pudo cuidarse sola y, sobretodo, soy un dolor de cabeza para mi hermano menor.

En definitiva, no soy una sodnik, o al menos no una que pueda ganarse el respeto de quienes serían conocidos como sus súbditos. Gente que debería confiar en mí para su protección en vez de hablar a mis espaldas de todas las estupideces que hice.

No soy tan impulsiva como antes, pero a veces solo quiero olvidar todo lo vivido y seguir haciendo algunas cosas de las cuales me avergüenzo cuando el alcohol se ha ido de mi sangre.

A veces despierto en mi habitación sin saber como terminé allí, esperando que mi hermano llegue a regañarme. Sé que él también está decepcionado, y me lo hace saber cada vez que puede. Mi único consuelo es saber que, al menos, él no me odia como mi madre.

 

 

Escribir esa entrada fue muy difícil para Danielle. Nadie estaba allí cuando tomó la pluma y la puso sobre el papel, nadie vio las lágrimas que derramó con cada palabra y de cómo su alma volvía a quebrarse. Para una joven mujer, es difícil hablar de lo que alguna vez la lastimó, y aunque ella quisiera evitar volver a recordar cada detalle, sabía que era necesario para que la paz volviera a su alma. 

Cuando salió corriendo hacia el bosque aquel día tenía miedo. Los Le pontifice eran muy poderosos, pero el enfrentarlos era una orden que la parte más razonable de su alma le había dado. Tenía dudas, pero si el futuro ya estaba escrito ¿por qué huir de él? Si estaba destinada a vencer a los Le pontifice se enfrentaría a ellos. Si iba a morir por el bien de su reino, entonces la decisión que había tomado después de su iniciación sería buena a sus ojos, y los guardianes del otro mundo la recibirían como una heroína.

Durante algunos momentos dudó si cumplir su misión, al aún estar bajo los efectos de la ponzoña, pero o bien arreglaba sus problemas y dudas, o nunca podría vivir en paz.

—Quizás me estoy apresurando —se dijo a si misma mientras desplegaba blancas alas y se elevaba para ver el camino que la llevaría al castillo Le pontifice.

Vio como los pinos ahora parecían correr debajo de ella mientras avanzaba entre las nubes esponjosas y pensó que todo estaría bien. Ella nunca se arrojaría a una muerte inminente a menos que fuera necesario.

Al llegar al límite del bosque descendió y se escondió detrás de un árbol para pensar cómo procedería. Sabía que las Kōri solo podían procrear una vez en su vida... quizás por esa razón los Le pontifice habían buscado emparentar con los Delacour en el pasado, conocidos por la gran cantidad de niños que tenían antes que la guerra se llevase a la mayoría del clan. También sabía que el último niño Le pontifice estaba en su cuna con apenas un mes de nacido. Solo bastaría con matarlo para que el clan se extinguiera por completo.

De la funda que llevaba en su cintura sacó el cuchillo que uno de los guardias le había regalado y lo llevó a la altura de su cara, para ver la superficie plateada al mismo tiempo que planeaba sus siguientes pasos a seguir.

“No puedo hacer esto”, me dije mentalmente. “¡Es un bebé! Él no tiene la culpa de lo que ellos causen”.

Acaricié el borde del cuchillo con mi dedo índice mientras veía mi reflejo en él, y pensé en todo lo que había perdido por culpa de ellos. Mis padres estaban separados y nunca dejaban de discutir. No tenía hermanas por las cuales asistir a aburridos recitales y con las que pasar lo poco que quedaba de mi infancia, mi abuela siempre parecía distante y me regañaba por cualquier error que cometiera.

“Si al menos esa niña estuviera viva, yo no tendría por qué asumir tanta responsabilidad, y no estaría tan sola”, pensé con tristeza al imaginar la desagradable tarea que me esperaba.

No quería matar, no quería ensuciar mis manos con la sangre inocente de un niño, pero debía cumplir mi misión o tendría que regresar a casa y aceptar a Marcus Rossetti como esposo. Si pasaba la prueba, me aseguraría de que nadie me obligara a cumplir los votos que mis padres habían impuesto sobre nuestras espaldas. Tanto él como yo seríamos libres de enamorarnos y romper con aquellas alianzas que nuestros padres se veían obligados a forjar gracias a las guerras.

“¿Lo harás?”, dijo entonces una voz en mi cabeza.

Por un momento me asuste y pensé que alguien me había descubierto, pero no fue así, solo era mi protector. Tenía la voz de una joven de mi edad, aunque por momentos parecía la de una niña pequeña intentado parecer mayor.

“Sí. Tengo que hacerlo por mi honor”.

“Pero solo es un bebé, él no te ha hecho daño”.

“No es tu asunto”.

“Pero...”.

“Calla... Sé lo que estoy haciendo”.

“Está bien, pero lo harás sola. Yo me voy”.

“¡Espera! Antes de que te vayas, al menos dime como te llaman en tu mundo”.

Hasta entonces nunca se lo había preguntado. No había sido necesario, después de dormir durante días por el veneno ella se había mantenido callada, como si analizara cada uno de mis pasos. Durante ese período nunca le había hecho alguna pregunta, pero esta vez la curiosidad fue mayor a la frustración de trabajar sola.

Ella lo pensó durante varios segundos y dijo:

“No vale la pena decirte”.

Fue como si una carga se me quitase de encima, y durante varios segundos sentí como si una parte de mí se fuera con el espíritu.

Guardó de nuevo el cuchillo en su vaina y esperó a que los sirvientes —más bien su auras —se alejaran de la torre donde se mantenía recluido al niño para su protección. Extendiendo de nuevo sus alas, volé hasta el techo de la misma y entré por la ventana.

La niñera no estaba, y parecía que todo sería un trabajo sin esfuerzo. Sacó el cuchillo, pero no contaba con acercarse a la cuna y ver al niño despierto. Este la miró con ojos curiosos, frustrando así sus planes.

Era tan frágil, tan pequeño, tan delicado, sus ojos azules no dejaban de escrutar mis movimientos como si pudiera anticipar cada uno de ellos. No había maldad en él, era un alma pura como pocas. Quizás cuando fuera mayor se convertiría en un asesino, pero sería por la sociedad que lo rodeaba.

No pude evitar posar mi mano en su mejilla y sentir la suave piel que lo cubría.

—No te haré daño —dije mientras pasaba mi dedo por los gruesos labios del pequeño regordete y guardaba mi cuchillo en su vaina—. Ella tenía razón, tú no me has hecho nada que merezca la muerte.

Mientras tanto, al otro lado del castillo, una Kōri sintió el aroma del enemigo entrar a su casa y, olvidándose del protocolo, corrió lo más rápido que pudo a la habitación de su pequeño.

Él era el único recuerdo que su amado Giorno le había dejado, y no permitiría que nada lo dañara. También era su boleto para continuar a la cabeza del clan —cosa que no estaba permitida para las mujeres —, tenía que cuidarlo con su vida ya que nunca permitiría que otro hombre la tocase ni podría procrear otro hijo aunque lo quisiera.

Grande fue su miedo al entrar a la habitación y ver cómo la misma niña pelirroja que había intentado matar tenía la mano en la vaina de donde asomaba un cuchillo. No lo pensó dos veces y golpeó su cabeza con un pequeño jarrón que tomó de un buró apostado junto a la puerta, provocando que cayera inconsciente.

Después de eso tomó al niño en brazos y salió de la habitación. Los guardias llegaron luego que ella, y al verla con el pequeño se dieron cuenta que algo malo ocurría.

—Majestad, ¿qué sucede? —preguntó el que parecía ser el jefe.

—Una enemiga ha intentado matar a mi hijo. Les ordeno que la lleven a la sala de torturas y anulen sus dones. Más tarde me encargaré de ella.

Y lo hizo. Horas después, la duquesa sostuvo el cuchillo con una mano y la otra la mantuvo firme sobre la espalda de Danielle. Sin dudas aquel objeto era de buena calidad, parecía hecho de acero recién afilado, pero tenía dientes en forma de sierra. Perfecto para cortar cartílago y hueso. Su objetivo eran las alas blancas de la pelirroja, quien aún permanecía sin consciencia. Le impediría regresar a su clan, le impediría volver a tener honor del cual jactarse.

Al recuperar la conciencia, la pelirroja sintió que algo le impedía levantarse del suelo. Era una fuerza superior que la aprisionaba a las duras piedras, impidiéndole hacer el más mínimo movimiento. Sintió miedo de lo que podría ocurrir e intentó rebelarse contra aquella fuerza.

Fue entonces cuando sintió un dolor agudo recorrer su cuerpo y vio cómo la dama sostenía una de sus alas en el aire, la cual ya no era blanca. Ahora, unas gotas de sangre la cubrían, ¿de dónde venía esa sangre? No tardó mucho en notarlo.

No pudo evitar gritar y retorcerse de dolor mientras la segunda ala era cortada, y la sangre brotó en cantidades todavía mayores, dejando su cuerpo en un charco.

—Ahora no le servirás a tu familia, no eres más que un simple shizen sin alas —dijo mientras sonreía de forma siniestra y sacudía las alas para quitarles parte de la sangre —. Oh, lo olvidaba... Tú no eres un shizen, eres un sucio Hoshi, una aberración que no debería existir —añadió en son de burla.

Danielle solo se quedó tirada en el suelo mientras sentía cómo la sangre comenzaba a concentrarse en su espalda, para hacer que las heridas coagularan. Escuchó cada palabra y sintió la impotencia de no poder hacer nada para evitar la deshonra que estaba sufriendo.

La mujer gozaba de torturar a la chica por quien había perdido a su pareja, y la haría pagar por el infierno que tenía que vivir cada día sin él. Su vida ya no tenía sentido; solo continuaba por el niño que había traído al mundo, él era la luz de sus ojos, la única esperanza que le quedaba para el futuro.

Quien no tenga hijos, nunca comprenderá la conexión que puede existir entre una madre y su bebé, sin importar la posición social, la económica y la raza, ella siempre estará para él.
Sobretodo si es lo único que le queda en el mundo.

Porque una vez que la lastnik terminó con su tortura, uno de los verdugos se acercó a ella a fin de seguir con el trabajo, pero la mujer lo impidió.

—No dañen su piel —dijo con un tono dulce mientras sonreía de forma cruel —. Más bien, cura sus heridas y agrégala al siguiente lote de esclavas que sale hacia Shaitan. Hace tiempo me han dicho que a Su Majestad le gustan esta clase de mujeres.

 


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