La escritora y sus personajes

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Introducción

Esta historia comenzó en un país pequeño y nevado.
Era primavera en el año 800 y todo parecía ir de mal en peor. Dicen que las pestes estaban a la orden del día, que las guerras territoriales eran más salvajes de lo que se estima y muchos dicen que fueron años difíciles cuando los omegas y alfas comenzaron a surgir. Pero quisiera pensar que las cosas no fueron así para todos, porque mientras la mayoría de los alfas masculinos eran rechazados por la sociedad, los alfa femeninos eran considerados una bendición.

Al principio no había sido así. Los padres habían adorado a sus hijos, esos que parecían ser más fuertes y mucho mejores que los niños beta. Hasta que esos niños se convirtieron en adultos y surgieron los numerosos problemas por lo inestables y territoriales que resultaban ser, y con el tiempo, o al menos una o dos generaciones después, los padres comenzaron a reaccionar horrorizados cuando descubrían que uno de sus hijos era un alfa y tampoco los naslov se atrevían a poner uno de ellos en el trono.

Solo los alfa femeninos escapaban de tal rechazo, pues la mayoría de ellos se mostraba obediente y sabía controlar su temperamento a una edad más temprana.

Claro, los muy fértiles omega también eran también recibidos con amabilidad en una época donde los zraks estaban a punto de extinguirse. Pero aún así, los alfa femeninos eran preferidos por sus padres, y cuando a un naslov le nacía uno, él se mostraba orgulloso de su creación y presumía tener a la criatura perfecta como su sucesor.

Bueno, la historia a narrar comenzó con la sodnik Aurora, una alfa poseedora de una belleza extrema, con dotes de mando y una sabiduría tan grande, que nadie cuestiono al naslov Gregory cuando la nombró heredera del gran país de Aciem.

Sin embargo, su sabiduría es cuestionada cuando se sabe la historia completa, y es que mientras el naslov festejaba el compromiso de su hija con el zaščitni de un país próspero y vecino al suyo, la sodnik se preparaba para reunirse a escondidas con una joven shibō que cada mañana iba a recoger agua en el río.

Su nombre era Rose, una shibō de hermosa piel blanca y de cabello rizado que siempre adornaba con flores de su mismo nombre. Pero dejando a un lado su naturaleza alegre, ella recordaría por siempre que ese día se encontraba decepcionada ¿Mas quien no lo estaría si al fin descubres que casi toda tu vida fue solo una mentira?

Al principio, no creyó cuando los heraldos anunciaron el tan esperado compromiso de su próxima lastnik. Tampoco, cuando en su camino al río, escuchó a otras shibō hablando de como envidiaban al futuro consorte y de cuanta prosperidad traería la renovada alianza con el país de Rhoswen. Pero al llegar a la orilla del río, y ver el árbol que habían plantado juntas, comprendió que ya no sería posible el futuro que habían planeado y fue allí cuando su corazón se rompió.

Lloró ahí durante un largo rato, y sintió que todo había terminado para ella. No quería volver a casa donde su anciana tía la esperaba, ni tampoco pasar por el pueblo cargando el agua mientras veía como otros festejaban dicho compromiso, pero debía irse antes de que ella llegara con sus habituales excusas.

En vano había esperado qué Aurora diera a conocer el supuesto amor que le tenía. Había esperado mucho de alguien que no estaba dispuesta a renunciar a su estatus social ¿Pero y sus promesas? Fue lo que se preguntó varias veces ¿Acaso el honor de una futura lastnik no tenía valor? Quizás sí, pero las promesas habían sido dichas cuando eran demasiado jóvenes como para comprender la magnitud de sus palabras.

—Bien... —se dijo a sí misma cuando decidió irse —Solo espero que sea feliz.

Acto seguido, habría de tomar el jarrón que usaba para el agua, y se dispuso a regresar con su tía, cuando se escuchó una rama romperse y volteó hacia el árbol herido. Mas algo le dijo que debía irse y apresuro el paso a fin de evitar un encuentro desafortunado, sin saber que dos pares de ojos la observaban desde algunos árboles atrás.

Esos eran de Erin y Enya. Las hijas menores de la majka Meira, más conocidas como Constellatio y Stellae entre los zraks y adoradas como las herederas de toda la tierra de Svemir. Seres inalcanzables para la mayoría de los hombres y miembros de la última familia arau que seguía con vida.

Los zraks decían que nunca fueron muchos. Su crecimiento era muy lento y su forma de ver el mundo les decía que no debían sobrepoblar la tierra y abusar de sus recursos. Aunque eso poco le importo a la majka Meira, quien, junto con su entonces pareja, dio la bienvenida al mundo a cuatro hijas: Erea (Regium), Enyd (Asteri), Erin (Stellae) y Enya (Constellatio).

Enya había nacido poco después de que la gran enfermedad se llevó a casi todos los arau y su nacimiento marco un antes y un después, por lo que los años comenzaron a contarse a partir de allí y llego a ser la lastnik más apreciada entre los seres vivos, como el símbolo de paz que siempre parecía necesitar la tierra.

Pero bueno. en esa tarde, su situación no era muy respetable en ese momento o al menos no ante los ojos de su hermana, quien la sostenía y tapaba su boca para que no hiciera más ruido.

—¿Cuantas veces te he dicho que no llames la atención? —le susurro al oído antes de soltarla.

Enya no respondió. Estaba muy disgustada por casi arruinar la historia que estaban siguiendo.

—La próxima vez, te dejare con Enyd si es que no tienes más cuidado.

—¿Serias capaz de hacerme eso? —preguntó con el tono más triste que pudo.

Enya era consciente de muchas cosas y una de ellas era lo mucho que a su hermana le importaban sus historias. Así que era mejor seguir las ordenes de Erin si es que quería ser invitada a sus futuras aventuras.

—Si, ahora vamos. Llevo años esperando este momento.

Oh. La gran culminación. Así era como Erin llamaba a ese momento en el que su protagonista conocía al amor de su vida y formaban una pareja feliz por la eternidad. Algo bastante bonito de contemplar para la enamoradiza Erin y también para Enya, pero en esta ocasión, algo no le gusto del todo y es que el chico con el que Rose se encontró no era del todo como ella y comprendió que esa pareja no lo tendría del todo fácil, pues en la tierra de Svemir existían muchas reglas.

Algunas eran bastante aceptables y otras no tanto. Pero si había algo en lo que todos estaban de acuerdo, era que entre menos dones tenía una raza, más bajo era su estatus entre los zraks y eso Enya lo sabía. Su madre y sus hermanas se lo habían repetido durante la mayor parte de su vida y no es como si hubiera tenido razones para cuestionar dicho pensar. Había crecido con la idea de que debía sentirse orgullosa de su sangre. Con la idea de que los demás seres estaban a un nivel inferior al suyo y que podía disponer de sus vidas como mejor le pareciera.

Pero eso no quitaba que era una niña bastante pequeña, con ansias de explorar el mundo, y cada mañana escapaba de su hogar en los bosques a fin de espiar a las pequeños shizen que correteaban entre las flores. Claro, todo eso a escondidas de su madre, pues sabía que los shizen eran seres frágiles a quienes no debía fastidiar y ni que decir sobre meterse con los shibō, pues eran propiedad absoluta de los shizen y seres aún más frágiles que ellos. Así que la pequeña tenía que conformarse con verlos de lejos y a veces, podía ver cómo cargaban a seres aún más pequeños y frágiles que ellos.

Esos últimos le llamaban aún más la atención que el resto. Se parecían a ella en tamaño, tenían la misma voz aguda y lucían ropas en pequeñas réplicas a las de sus padres, así como ella también tenía ropas a juego con las de su mamá.

Nunca había intentado jugar con los pequeños shibō o con los shizen, pero le parecían seres encantadores de los que se podía aprender. Quizás en eso difería al resto de sus hermanas, pues ninguna de ellas había mostrado interés en los shibō, salvo cuando fue turno de elegir pareja, pues Enyd eligió la compañía de un shibō a la de un shizen. Pero, aun así, al joven June nunca se le consideró parte de la familia y su lugar de descanso era en el granero junto a los hijos que tuvo con Enyd.

Bueno, Enya tampoco tenía permitido mucho contacto con ellos, pues para la madre de las cuatro hermanas y también para la propia Enyd, aquellas criaturas no eran más que un mero accidente y a quienes mantenía vivas solo para que pudieran servirle en el futuro. Porque para ella no existía el amor de una madre hacia sus hijos y mucho menos sentía amor hacia June. Aquello solo era un arreglo conveniente para ambos, quizás no tanto para él, pero al menos así eran las cosas en dicha época y poco podía quejarse un hombre cuya esposa podía matarlo con un simple movimiento de su mano. Y Enyd ni siquiera trataba de esconderlo, era evidente que su vida familiar era bastante complicada y que despreciaba tener a un simple shibō como pareja.

Tampoco June era feliz. Nadie tenía duda de eso, pero no podía irse y abandonar a los niños con Enyd. Él sabía cómo serian tratados y eso era algo que no iba a permitir.

Pero si había algo que June disfrutaba, era cuando a sus hijos se les permitía jugar fuera del granero. Era entonces cuando las risas llenaban el ambiente tan sombrío en el que vivían a diario y, pese a que no lo tenía permitido, la pequeña Enya se unía a los juegos infantiles y mostraba parte de su carácter travieso ¿pero quién no es así en la infancia? Incluso Erea, la sería hermana mayor, había sido una infante escurridiza, y ni que decir de la dulce Erin, que a diario daba dolores de cabeza a su madre con todas las novelas que escribía e intentaba recrear con los seres que estaban bajo su control. Aunque está de más decir que Enya no tenía quejas de eso último. Amaba recorrer los escenarios planeados por su hermana y siempre estaba pegada a ella cuando se enteraba de una historia que estuviera a punto de ser interpretada.

También Erin era la única otra en su familia que no parecía odiar a los shibō. Aunque tampoco parecían ser su adoración, pues eran las principales víctimas de sus novelas trágicas y ese día de primavera, por primera vez en muchos años, Enya quiso evitar la tragedia anunciada, y estuvo a punto de hacer algo para que esa pareja no se conociera, pero Erin advirtió su proceder y la tomó de la mano.

—No te atrevas...

Amenazó con seriedad y Enya no pudo hacer más que una mueca de disgusto, y se quedó de pie junto a su hermana mientras veía lo que a sus ojos parecía una novela llena de clichés.

—¿No te parecen lindos? —pregunto Erin —Algún día quiero tener algo así.

—Pero solo se han visto una vez.

Eso era cierto, dicha historia no tenía nada de gracia, pero Erin aún no había terminado con la historia de esa pareja.

—Si, como sea, pero ellos vivirán una buena vida juntos. Tendrán pruebas, pero todo lo van a superar y...

En ese punto, Enya dejó de prestar atención. Aquello era una historia sin sentido, pero Erin parecía muy emocionada. Sin embargo, Enya no quería tener nada que ver con eso, así que le pidió irse a casa.

—Pero aún no termino con ellos —fue lo que replico —Y mamá no nos espera hasta dentro de dos días.

—Quiero irme.

Erin había planeado esa trama desde el nacimiento de Rose y no estaba dispuesta a renunciar fácilmente a ella. Pero Enya ya estaba desesperada por irse.

—Volvamos a casa —dijo antes de sentarse en el suelo —¿Para que vemos todo esto si ya te sabes la historia completa?

—Eres una aburrida... —le espetó Erin —Te juro que la próxima vez te dejaré encerrada en el granero de June.

—¡Bien! Solo un rato más.

Aquello la estaba aburriendo ¿Por qué la insistencia en seguir una historia que ya se sabía? ¿Que había de divertido en eso? Bueno, en lo que terminaba "la novela de Erin", Enya pensó en muchas cosas día y cuando al fin terminaron de seguir a Rose, y era hora de dormir, se acercó a su hermana e hizo una inocente pregunta.

—Nunca me harás vivir una de esas novelas ¿O sí?

Erin no tardó en responder:—No podría hacerle algo así a mi hermana menor.

Aunque claro, Enya no podía saber que le estaban mintiendo.

 

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