Pesadillas y gobierno

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Capítulo II: Divorcio.

Cuando era pequeña, mi madre solía llevarme al jardín para estudiar las plantas. A mí siempre me gustaron los lirios, ya que representaban mi país de origen, pero mamá prefería las rosas. A veces no la entendía, pero respetaba su opinión. Después de todo, cada ser tiene su forma especial de comportarse, y respetar la cultura del prójimo es la base de la paz.
Al menos, eso me enseñó mi abuela.

Mamá tenía otros ideales, y si alguien se atrevía a contradecirla... solo sonreía e inmediatamente la otra persona recibía una descarga de dolor que les hacía desear la muerte. Quizás por eso amaba las rosas. Ellas podían ser hermosas y tan peligrosas como mi madre.

También tenían un hermoso color rojo que teñía de sangre la zona del jardín que ocupaban. Y fue sangre lo que corrió por el suelo cuando el Kōri fue asesinado.

 

 


Danielle tenía mucho odio en su pequeño corazón, y por alguna razón, se había decretado que nunca podría enamorarse de forma pura hasta que eliminara todo el odio que tenía encerrado. Mas había un problema, y era que sus padres no ayudaban en mejorar el ambiente en que ella estaba creciendo; más bien, causaban tormento en la joven, y cada vez que estaban en la misma habitación no paraban de discutir.

Incluso con la niña en peligro de morir por envenenamiento la discusión seguía. Ichiro culpaba a Alessandra por no tener suficientes guardias en el castillo, y ella lo culpaba a él por todos los errores que había cometido en el pasado.

Aún si no se sabían que la culpa no era de ellos, todo había comenzado incluso antes de que se juraran amor eterno.
Pero, ¿Como habían terminado en este punto?

Después de que Danielle entrara a la burbuja, una fuerte explosión se escuchó por todo el salón. Piero Delacour tomó su bastón y golpeó el suelo para calmar a la multitud, pero eso no sirvió de nada ya que, segundos después y sin darles tiempo para reaccionar, una oleada de monstruos entró al gran salón, rompiendo a su paso las ventanas y causando un gran estruendo.

—¡Guardias! ¡Guardias! —gritó el naslov mientras desenfundaba su espada. Aquellos no dudaron en imitarlo y comenzó la batalla. Se veía sangre por todos lados y las alfombras, blancas como la nieve, fueron teñidas de rojo oscuro.

Fueron los minutos más largos de la vida para la mayoría de los presentes, entre los cuales estaba un joven de cabello rubio oscuro que temblaba como una hoja mientras sostenía una espada.

—¡Niño! ¡¿Qué esperas para unirte?! —gritó una joven al tiempo que, con un solo tajo, cortó en dos a cinco Kōri.

Él solo se levantó del suelo y se unió a la joven pelirroja, a quien conocía como Samantha, la prima de su prometida. Aún así, Marcus tenía miedo... sabía que aquello no era un entrenamiento y que quizás no saldría vivo, pero intentó ayudar. Estaba a punto de matar a un Kōri viejo cuyos ojos tenían un tono amarillo cuando escuchó a la lastnik gritar por su hija.

—¡Aiko! —gritó antes de dejar al Kōri vivo y correr hacia el lugar donde ells estaba. Por un momento el miedo se fue, y estaba a punto de apuñalar al ofensor cuando otro Kōri, esta vez una mujer, le arrebató su espada.

—¿Acaso intentas hacerte el héroe con ella? —dijo la Kōri mientras doblaba la espada como si fuera un palillo de dientes. Sonrió con burla mientras leía los pensamientos del muchacho y tomándolo del cuello, con una sola de sus mano, lo alzó como si se tratara de un muñeco sin vida —Tú la quieres, pero ella a ti no —apretó con fuerza y estaba a punto de matar al skrbnik, cuando un agudo grito de dolor se escuchó por todo el edificio. Y ella, con todo el dolor de su alma, vio como la espada de Sam atravesaba la espalda de su pareja.

Eso fue suficiente para que detener lo que fue una gran batalla, para romper un corazón que nunca podría volver a enamorarse y para cambiar el destino de una gran familia.

Durante lo que parecieron minutos, no hubo palabra alguna, hasta que uno de los invasores gritó:

—¡Han matado al naslov!

Nadie esperaba eso, no después de que los Le pintifice hubieran superado en número a los miembros de la guardia y estuvieran a punto de ganar. La Kōri que estaba por matar a Marcus, decidió soltarlo y dio la orden para comenzar la retirada, dejando atrás un gran número de los suyos muertos o heridos en el suelo.

Fue entonces cuando Alessandra tomó a su hija en brazos y corrió con ella hacia la enfermería, mientras densas lágrimas rodaban por sus mejillas. La piel de la niña mostraba manchas oscuras, signos claros de un envenenamiento por ponzoña y por primera vez en su vida, sintió el miedo de perder a la última hija que le quedaba.

—Es un Hoshi —le habían dicho muchas veces —No tenemos idea de como una de ellas a nacido de unos sangre pura, pero cualquier cosa puede matarla, aún las más mínima impresión le causará un daño irreversible.

La única esperanza de la sodnik era ser fuerte y sobrevivir a los medicamentos, pero para los Hoshi, con su delicado sistema, todo es posible y la lastnik Alessandra no se separó de su hija aunque esta permanecía dormida, como si la muerte la hubiera alcanzado, su respiración era entrecortada y su pulso muy débil. Y aunque puede ser cruel, la historia quizás debió concluir allí, con la muerte de una flor que apenas se abría camino en esta vida y que no debió sufrir por culpa de otros, pero eso no formaba parte del destino.

 

¿Alguna vez te has levantado en la madrugada y subido a la azotea de tu casa? A mí me gustaba hacerlo, sobretodo porque en las mañanas se formaba una niebla oscura que cubría el pozo de cocodrilos alrededor del castillo. No es que fueran necesarios, pero al abuelo le gustaban, así que tenía siete grandes cocodrilos que nadaban desde temprano y que a veces emergían a la superficie a través de la neblina matinal. 

Mientras estaba desmayada podía verlos, pero en esta ocasión yo estaba entre ellos y quien miraba desde arriba era una niña de dos años, mientras su madre la cargaba. La mujer se parecía a mi madre, pero se veía menos cansada y más feliz. En su mano relucía un anillo de bodas y su cabello rojo ondeaba al viento mientras un vestido blanco marcaba su vientre con un estado avanzado de embarazo.

“¿Qué significa esto?”, me pregunté “¿quién es la niña y por qué mamá la carga?”

No podía recordar nada de mi iniciación, eso me pareció algo sin sentido... ¿Para qué hacer una ceremonia que supuestamente te ayudaba a madurar, si no podías mantener en tu mente ningún recuerdo de ella?

Por otra parte, no podía sentir nada. Según me habían dicho, el agua era fría en las mañanas, pero ni siquiera podía tocarla ya que, cada vez que intentaba moverme, una fuerza me detenía y hacía que me quedara quieta. Tenía miedo, quería gritar a mi madre para que me sacara de ese oscuro lugar. Pero eso no sería posible ya que ella no era quien estaba allí. Solo era un espejismo de mi mente cansada y delirante.

No sé cuánto tiempo estuve dormida, bien pudieron ser días, horas e incluso semanas, pero la noción del tiempo estaba perdida. Solo podía ver a aquella niña albina de grandes ojos azules sonreír en la semioscuridad matinal entre los brazos de mamá.

En cierto momento, al final de mi sueño, todo se quedó oscuro y el espejismo se fue. Ya no estaba en el agua, tampoco estaban los animales nadando a mi alrededor. Ahora todo era un vacío sin fin.
Supongo que ese fue el momento en que desperté.

Ahora podía escuchar voces. No eran voces tranquilas, eran gritos enojados de dos personas a quienes conocía perfectamente.
Eran mis padres.

 


Al levantarse, Danielle talló sus ojos con las yemas de sus dedos y trató de tranquilizar su aura, pues era consiente de que si no lo hacía, quizás volvería a aquel lugar del que parecía que no saldría nunca. El veneno que había ingresado de forma cutánea en su sistema ya casi había sido eliminado, pero aún quedaban las secuelas de este. Cuando estuvo lista para contemplar su alrededor notó que estaba en su cama, con un pie vendado y su bata puesta. Su cuerpo estaba dolorido por la estancia continua en la cama, y su cabeza daba vueltas. Pero aún así podía escuchar los gritos que venían desde fuera de la habitación.

—¿Por qué no puedes hacer nada bien? ¡Solo estuvo contigo un día y mira lo que ha pasado!

—¿Y tú quien eres para echarme en cara esto? ¡La ceremonia de tu hija fue hace tres días y apenas has llegado!

Un nudo se formó en la garganta de Danny, y con mucho esfuerzo se levantó de la cama. Descalza caminó hacia la puerta, los gritos continuaban pero ella no podía permitir que las lágrimas salieran de sus ojos.

Cuando al fin llegó a la puerta, tomó el pomo de esta y lo giró.

—¡Es mentira! ¡Estuve presente pero tuve que irme antes!

—Claro... —dijo Alessandra —. Si realmente hubieras estado ahí, nuestra hija no se estaría muriendo.

—¿Señora? ¿Papi? ¿Por qué están gritando? —preguntó la niña al abrir la puerta.

Ichiro no sabía qué responder y solo dejó a un lado a Alessandra para abrazar a su hija. Estaba feliz por tenerla con él nuevamente, y yo solo observaba desde la misma esquina donde había permanecido estática los últimos días.

La pequeña Aiko correspondió el abrazo de su padre y lo rodeó hasta donde se lo permitieron sus pequeños brazos. Los momentos con él eran escasos, pero cuando él la sostenía, ella sabía que todo estaría mejor. Era una sensación de seguridad casi palpable, como si todos los problemas de ese mundo dejaran de existir y solo existieran un padre y su pequeña hija.

—Papi, ¿estás bien? —dijo al sentir unas cuantas lágrimas sobre su hombro.

—Eh... Sí, sí estoy bien, pero señorita, usted nos ha dado un buen susto —podía notarse como de forma discreta secaba sus ojos y se apartaba un poco de la niña para darle una sonrisa que intentaba ser tranquilizadora, pero resultaba triste.

—Está bien... ¿Pero dónde estabas? Creí que no llegarías a la ceremonia, aunque creo que se arruinó el banquete que iba a hacerse... Bueno, eso no importa. Esta gente es rara y solo quiero volver a casa o pasar un tiempo con la prima Sam.

Alessandra se sentía excluida ante esa escena. ¿No se suponía que ambos llevaban una relación lejana con la niña? Entonces, ¿por qué era tan cariñosa con él? Necesitaba respuestas a esas preguntas.

Para Danny no era algo nuevo que su padre la abrazara, era como estar en un mundo donde el dolor no existía, donde no se sentía sola. Ella se sentía amada y protegida en los brazos de su padre, y pensaba que si él se quedaba a su lado, su vida nunca más volvería a correr peligro.

—Tomatito, tienes que regresar a Draconis. Este lugar es peligroso para ti.

—¿Podemos irnos juntos? —preguntó la niña sin poder soltarlo —papá, el abuelo quiere que regreses a casa.

Ichiro lo dudo, regresar a su tierra implicaba rogar el perdón de su familia, algo para que lo que no estaba listo. Pero Danny aún estaba débil, simplemente no podía dejarla sola, así que accedió a su petición.

—Sí, ya es tiempo de regresar a casa —respondió el soldado Ryouta y entonces le sonrió a su hija, convirtiendo ese momento en algo que ella nunca olvidaría.

Bien dice la gente que un padre siempre será el primer amor de su hija y Danny amaba al suyo como nunca amó a nadie. Pero esa noche no pudieron regresar a Draconis, así que el Zaščitni Ryouta se fue.

Y día a día, Danielle lo esperó, hasta que los sanadores le dieron la noticia de que por fin podría viajar, aunque no estaría tan sana como antes. El veneno había causado estragos en su sistema, pero estaría bien. Bueno, seguiría viva, pero todo indicaba que no podría usar sus dones por una temporada.

 


Durante mi infancia nunca entendí por qué mi madre parecía deleitada en alejarme de ella. Cada vez que estábamos juntas surgía algo, ya fuera una reunión con el consejo o una batalla contra coellum. Todo parecía justificar que poco a poco me alejaran de su vida y solo me agregara cuando necesitaba mi presencia en las juntas con el pueblo, como si con eso pudiera decir "¿La pueden ver? Es mi hija, ella los gobernará cuando sea mayor, así que no tengan miedo, la dinastía seguirá".

Eso me molestaba mucho y, aunque no quisiera mostrarlo, tenía miedo de que un día olvidara mi existencia. Ese miedo me seguía cada vez que me enviaba con la abuela, o cuando me hacían pasar tiempo con las hijas de las doncellas. Ellas me agradaban, pero solo decían lo que yo quería escuchar, tratando de ganar el favor de la hija de sus amos para obtener su libertad antes de que les llegase la edad casadera, cuando podrían ser tomadas como simples concubinas.
¿Pero cuánto importaba eso para mi? Muy poco, después de todo, nunca seria una de ellas.

 

Su recuperación tardó varios días, pero tan pronto estuvo sana comenzaron los preparativos para su regreso a Draconis. Los dones aún no regresaban del todo, pero eso no le impediría participar en los juegos de invierno. Sin embargo, había algo que aún la conmocionaba y era que, según las normas, un espíritu debía serle asignado. Él le daría consejos y la protegería cuando su vida corriera peligro, hasta que llegara a una edad en la que su vida estaría a manos del destino. Para los shizen eso era algo excelente, pero había un problema y era que su guardián había desaparecido. 

Al principio había pensado que se debía a su debilidad, pero días después aun seguía sin que alguien apareciera. Eso le pareció raro pero decidió no importunar a su madre, ella ya tenía suficientes dolores de cabeza como para tomar en cuenta los de su inútil hija. La cual solo era una decepción, un intento de shizen que no pudo demostrar ningún don hasta llegar a los tres ciclos. Una edad tardía para comenzar el entrenamiento, y con muy tiempo para alcanzar su iniciación.

Muchos shizen no recuerdan su primera vez, pero Danny si, ella recordaba perfectamente ese día como uno de los más tristes de la historia de su familia paterna. Porque ese día, la familia Ryouta fue fragmentada.

Ella siempre lo recordaba como si solo hubiesen pasado varios días. Aquella tarde era oscura y fría, en el campo de batalla todo parecía muerto, pero... ¿qué hacía allí una niña tan pequeña? Solo veía como su tío y su abuelo sostenían una lucha por el poder del gran imperio de Draconis. También estaba allí su prima Samantha, quien permanecía tranquila pese a que, por el momento, la lucha no favorecía a su progenitor. Siempre había sido una chica dulce, obediente y amable con sus doncellas, pero estar allí la cambió para siempre.

Sam, a diferencia de Danny, había destacado en el uso de dones. Los usaba con soltura en los entrenamientos, y la familia no dudaba que lograría gobernar algún día si se lo proponía, pero ella no parecía tener interés en la guerra, mucho menos en quedarse en un solo reino. Tenía un espíritu aventurero y cada cierto tiempo se escapaba de casa para conocer nuevos territorios. Eso molestaba a la familia Ryouta la cual se destacaba por sus fuertes guerreros y los naslovs que habían sido sus antepasados, así que trataban de que sus herederos mostraran un poco de interés en conservar la dignidad del clan.

Y en esa batalla, el gran Zlatni Arturo estaba a punto de encajar su espada al Zaščitni rebelde, cuando otra espada detuvo su filo con el propio, desafiando su autoridad.

El portador de dicha arma no era otra que el joven Ichiro Ryouta, quien hasta entonces era el favorito del Zlatni y su indiscutible heredero.

Por un momento el corazón de Danielle se detuvo, y Sam tuvo que sostenerla para que no corriera hacia su padre. Tenía miedo de lo que pudiera ocurrir, no quería perder a la única persona que la quería y a pesar de que aún era muy pequeña para comprender lo que estaba ocurriendo, Aiko sabía que la sentencia de muerte había sido firmada ante esa traición.

Intentó escapar, pero Sam era demasiado fuerte para ella, así que cerró sus ojos para no ver lo que ocurriría. Las espadas chocaron durante largo rato hasta que un alarido de dolor se escucho. Fue entonces cuando, al abrir los ojos, vio a su padre siendo torturado por pequeñas agujas de hielo que salían de la espada legendaria de su abuelo.

Jacob había escapado cuando Ichiro se interpuso en el camino de Arturo, añadiendo una traición más a la última persona que había tenido compasión con él. Los gritos de Ichiro eran desgarradores, la niña no dejaba de llorar por su padre, se sentía impotente al no poder hacer nada, y fue entonces cuando lo sintió.

Era una energía que surgía de su cuerpo como si algo quemara dentro de ella. Sus ojos tomaron un color verdoso parecido al que tenía su padre cuando se enojaba, y con impulso logró zafarse del agarre de su prima. Corrió hacia el lugar de la tortura, tomó la espada de su padre y lo atacó por la espalda.

No hay mucho que decir sobre lo que ocurrió después. El Zlatni sobrevivió, pero nunca pudo quitarse la vergüenza pública de haber sido vencido por su pequeña nieta. Aunque al menos las cosas terminaron bien para Danielle, quien jamás volvió a ser señalada como un Hoshi sin dones. Desde ese día, su abuelo se encargó de su entrenamiento, y por un tiempo olvidó la traición de Ichiro, quien si bien no fue desterrado, perdió su posición como skrbnik y su lugar fue tomado por Ryouta Eiji.

Varios días después, Jacob volvió, pero esta vez no fue para llevarse a su hija: fue para despedirse.

Las niñas estaban en el jardín a la hora de la meditación cuando presintieron como una sombra se acercaba a ellas. Danny y las más pequeñas estuvieron a punto de salir corriendo cuando una voz se escuchó.

—No griten o terminaré muerto.

Cuando Samantha escuchó a su padre sonrió por primera vez en días y corrió a sus brazos, extasiada por estar otra vez con aquel que la había cuidado desde bebé.

—¡Padre! ¿Has venido por mi? Llévame contigo, yo no quiero quedarme con la abuela.

Jacob correspondió el abrazo de la niña. Puede que no hubiera sido el mejor padre, quizás no la cuidó lo suficiente para evitarle las consecuencias de los errores que él cometía, pero la amaba y le dolía tener que dejarla.

—No puedo, tengo que hacer este viaje solo y tú tienes que quedarte aquí y proteger a tu hermana.

—Pero padre...

—Entiende, esto será difícil y no puedes ir —soltó a la niña y cuando ella dio unos pasas hacia atrás para verlo a los ojos dijo lo siguiente —: Yo siempre te acompañaré en espíritu, pero tu debes entrenar y ser fuerte, recuerda que eres mi mayor orgullo, así que se una buena niña y mata a el Zlatni en cuanto tengas la oportunidad.

Dicho esto, dio media vuelta dispuesto a irse. Sam sintió una opresión muy fuerte en el pecho al entender que la abandonaría, y corrió hacia él para abrazarlo de nuevo.

—¡Papi! ¡Papi! ¡No te vayas! —Sam sentía que su corazón estaba a punto de romperse, y lo único que podía hacer era aferrarse a su padre, pero él solo la empujó.

—Entiéndelo de una vez, aún eres demasiado débil como para venir conmigo y no, ya no puedo ser tu padre.

Sam no pudo hacer nada salvo quedarse en el suelo, viendo cómo él se iba de su vida.

—Adiós, Sammy —susurró el pelinegro al alejarse.

La señora Niss había escuchado todo y salió de la cabaña para ver a su nieta. Lamentaba no poder evitarle todo ese dolor, pero nada podía hacer. Mientras tanto, Sam lloraba y nadie podía consolarla.

Horas después, cuando todo parecía más tranquilo, Danny había caminado hacia la habitación de Sam para llevarle la cena. Su abuela se negaba a comprar doncellas y exigía que ellas realizaran las labores domésticas, convencida de que si un grupo de futuras lastniks estaban a su cargo, era su deber evitar que se volvieran seres mimados.

En eso pensaba Danny mientras sostenía la bandeja y deslizaba la puerta corrediza para entrar a la habitación de Sam. Grande fue su sorpresa al ver que guardaba su cosas en un bulto.

—¿Te irás? —preguntó a la chica que le daba la espalda.

Sam volteó sobre su hombro para ver quién era la dueña de aquella voz, aunque no se sorprendió al ver a su prima.

—Sí ¿Le dirás a Niss?

—No, pero ten cuidado —respondió Danielle en voz baja mientras veía al piso. Después dejó la bandeja en una mesita y se marchó.

Años después, cuando Danny al fin estaba lista para dejar Essex y regresar a Draconis, decidió pasar a despedirse de su prima. Al llegar a la habitación, se repitió de nuevo la escena.

—¿Te irás?

Sam solo sonrió.

—Ya sabes mi respuesta.

—Está bien, pero... ¿Podrías ayudarme en algo? Necesito una aguja.

—¿Para qué la quieres? —preguntó Sam —. ¿Planeas escapar un rato para jugar con los hijos de los vann? Ya sabes que a tu madre le molesta que lo hagas, demos gracias que no sabe de la educación que nos daba la Nonna.

—Por favor, es urgente.

—Bien —mientras chasqueaba sus dedos y hacía aparecer la tan anhelada aguja. Después de ponerla en la mano de Danny, la abrazó y continuó con su diálogo —: Solo ten cuidado, pequeño tomate, si algo malo pasa rómpela y llegarás a donde yo esté.

—Gracias, prima. Por cierto, ¿a dónde irás?

—Estaré con Mateo —la sonrisa en labios de la mayor se ensanchó.

—Pero es peligroso... la abuela dijo que su raza se mata entre sí solo por el placer de hacerlo, que violan a sus mujeres, que hacen guerras solo por apoderarse de lo que no es suyo y que...

—Los Kōri también y de ellos no dicen nada.

Ambas se quedaron en silencio mientras pensaban en lo ocurrido con el clan Le pontifice, en especial Danny, quien no lograba olvidar lo que el Kōri le había dicho antes de que la espada de Sam lo atravesara.

 


Las preguntas no dejaban de volver a mi mente, y se repetían una y otra vez desde que había despertado.

¿Hermanas? ¿Qué había pasado con ellas? ¿Qué había hecho mi padre para que se las llevaran? Todo eso se escuchaba absurdo, ¿me habían mentido mis padres? ¿O era una mentira de los Le pintifice? Las dudas eran grandes y estaba por preguntarle a Sam cuando una doncella, más precisamente una de mis niñeras, entró a la habitación.

—Alteza, se ha pedido su presencia en el gran salón.

—Iré de inmediato —dije mientras me soltaba de mi prima y cuando la doncella se fue, le pregunté—: ¿Puedo dejar mi aguja aquí? Mamá se enojaría si la viera en mis manos.

—Claro, solo no olvides pasar por ella.

No sabía que esperar, solo quería que mi madre diera la orden para irme a Draconis, pero no fue así. Al llegar al gran salón me encontré ante cien guardias que exhibían sus espadas en una muestra de poder, y también ante la familia que más odiaba. Los Rossetti eran los naslov de Ávalon, y quienes tenían el peor sistema monetario pero también la mejor disposición a ayudar. Caminé hasta estar al frente de los tronos y, alzando la vista, esperé a que dieran la orden o noticia para la que me habían llamado.

Mi abuelo parecía algo molesto, como si aún esperara que mi padre estuviera a punto de llegar, pero eso no ocurrió así que se levanto del trono y habló con voz autoritaria.

—Señores Rossetti, por favor, que su hijo pase al frente.

Ahí estaba él, Marcus Rossetti. Un chico varios años mayor que yo y con el aspecto de una estatua perfecta, ojos azules y un cabello rizado color rubio oscuro que jamás lograba gobernar. A mis ojos parecía guapo, pero no lo suficiente como para tomarlo en cuenta. Aparentaba dieciséis años, pero desde tiempo atrás venía en pos de mí, como si solo fuera un trozo de carne que quisiera consumir.

—Bien, hemos esperado este momento durante años —dijo mi abuelo cuando el muchacho estuvo en su lugar —.Señora Rossetti, ¿nos haría el honor de dar a estos jóvenes la noticia?.

La señora Rossetti tenía el rostro redondeado, dulce y amigable como casi todos los habitantes de Essex, pero su tiempo en Ávalon le había cobrado factura al mostrar su lado serio aunque estuviera feliz.

—Por supuesto, Majestad —respondió para después avanzar dos pasos de su lugar sobre la plataforma donde estaba el trono, al lado derecho de mi abuelo—. Jóvenes, hoy es un día muy importante para nuestras familias. Hace casi diez décadas se decidió que una sodnik de Essex debía desposar a un skrbnik de Ávalon. Lamentablemente hubo una guerra que terminó mal, y dos de las tres herederas murieron.

Nunca antes había escuchado esa historia, y ahora estaba consternada. ¿Tres? ¿Qué no solo era una hija? Miré a mi madre y vi que sus ojos estaban llorosos, como si tuviera un recuerdo doloroso que aún la lastimaba. Fue entonces cuando de forma mental le hice una pregunta: “¿Es verdad?”.

Nunca antes le había permitido tal acceso dentro de mi cabeza y durante unos segundos pareció sorprendida. No recuerdo la parte que siguió al discurso de la señora Rossetti, pero sí la respuesta de mi madre, quién solo salió desvío la mirada.

Verla hacer eso fue como si algo al fin encajara. Esa historia respondía la pregunta de por qué siempre estaban detrás de mis errores para hacerme una sodnik perfecta, como también el por qué siempre intentaban alejarme de ellos. Todo tenía sentido: yo era un recuerdo de la familia feliz que alguna vez mis padres tuvieron. Solo era una sombra de mis hermanas muertas y de un sin fin de situaciones que ellos nunca podrían disfrutar con ellas.

Mi madre solo me dejo ver su respuesta y también pude sentir el dolor que ella aún tenía. Pude ver recuerdos de una niña albina corriendo por el jardín sin importar lo que el protocolo indicara, sin niñeras que la regañaran por sus acciones, y a una pareja feliz que se miraba como si nada más existiera a su alrededor, como un par de pajaritos enamorados. También vi la invasión al castillo y a la niñera muerta en el suelo mientras una sombra se alejaba con dos pequeñas en sus brazos, una de dos años y la otra con apenas unas horas de nacida.

El discurso de la señora Rossetti había terminado, pero una parte de mi corazón se había encogido al comprender todo. La rabia era grande y sentí odio hacia aquella familia que solo se dedicaba a lastimar, a consumir sangre inocente para seguir vivos, y a vivir de la venta de esclavos. No noté que Marcus había tomado mi mano y que la señora Rossetti decía que teníamos que hablar él y yo solos. Mientras el me conducía hacia el jardín me pregunté para qué.

Sentía como él estaba tenso, como parecía dudar si soltar mi mano o no, como a pesar de su andar seguro parecía poco resuelto a cumplir la voluntad de su madre. Al llegar a un pequeño claro del jardín al fin me soltó y me dio la espalda, mirando aquella parte de la muralla que aún no había sido reparada desde el ataque y que daba hacia el oscuro bosque. Esperé largos minutos hasta que al final se dignó a hablar, y cuando lo hizo fue para darme una pésima noticia.

—Quiero suponer que no estas en contra de esto.

—¿En contra de qué? —pregunté confundida.

—¿No lo escuchaste? Nuestros padres han firmado un compromiso nupcial.

Mis ojos se abrieron aún más por la sorpresa. ¿Cómo habían podido traicionarme de aquella forma? ¿Cómo era posible que me vendieran al mejor postor que pudieron encontrar? Durante mi infancia más temprana había fantaseado con encontrar al amor de mi vida, formar una pareja donde ambos padres cuidarían a sus hijos, pero eso ya no sería posible, al menos no con ese chico tan idiota que estaba frente a mí.

—¡No, no y mil veces no! ¡Me niego! ¡Nunca me casaré contigo! —fue lo que gritó antes de correr hacia el bosque negro, huyendo de la vida que trataban de imponerle, huyendo de todo lo que implicaba ser una Delacour, huyendo de un futuro donde su felicidad estaba después de las necesidades de sus súbditos. Aiko sabía que huir no solucionaría sus problemas, pero al menos correr y alejarse de aquello le daba la ilusión de que pronto esa broma de mal gusto terminaría.

 

 

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