La escritora y sus personajes

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Capítulo I: Primer encuentro

—¿Ya llegamos? —fue lo primero que preguntó Edward cuando despertó esa mañana.

—Aun no —respondió Krínos, quien se mantenía ocupado viendo el paisaje.

Edward suspiró. El viaje en carruaje le había parecido eterno, demasiado largo para su propio gusto y ni que decir de lo estresante que era saber lo pronto que se acercara su venta, es decir, su boda con la sodnik de aciem y también estaba cansado de fingir que todo estaba bien. Aún así, no debía mostrar su descontento, de lo contrario, Krínos se negaría a entregarlo.

—Bien —quiso decir mientras evitaba la mirada de su hermano mayor, aunque sin mucho éxito, pues Krínos había entendido la situación de su hermano.

—Aun estás a tiempo de huir —Krínos tomó la mano de su hermano y la apretó—podemos bajar en la próxima ciudad y…

—No, estoy bien con esto —mintió Edward, aunque en el fondo deseaba dejarse llevar por las propuestas de Krínos.

—No, no lo estás —le respondió soltando su mano y volviendo su atención al bosque interminable que había a lo largo del camino.

Edward ya no dijo nada. Krinos podía leerlo muy bien. Él sabía cuando era feliz y cuando no. No sabía explicarlo, pero se conocían como nadie más en la vida ¿y como no serían así, si siempre habían estado juntos? ¿Cómo no conocer a tu hermano en todas sus facetas si solo se tenían entre ustedes contra el mundo?

Pues bien, para los hermanos Edevane la vida nunca fue del todo buena, comenzando con que Krínos era un alfa masculino y solo tenía a Edward como hermano menor, quién, para su propia mala suerte, había resultado ser un frágil omega.

La madre de ambos había muerto muy joven y el padre se negó a casarse otra vez, dejando como heredero a Krínos, quien más tarde sería conocido como Krinos II de Rhoswen.

Pero para esas fechas, aquel muchacho solo era un skrbnik a quien se le había ordenado asistir a la boda de su amado hermano, y él no estaba muy feliz con el compromiso que le habían impuesto a su hermanito. Krínos lo adoraba y no quería dejarlo solo en un país lejano.

La vida ya era bastante dura para un omega de quien se esperaba diera a luz tantos herederos fuera posible, como para abandonarlo en una tierra desconocida.

Habían crecido juntos, habían jugado con espadas, tomado las mismas lecciones y compartido sus deseos más profundos como para que Krínos supiera que Edward no quería la vida que le venía encima.

Había esperado qué él quisiera huir, tal y como le había propuesto en innumerables ocasiones. Incluso se había planteado derrocar a su propio padre con tal y no sacrificar al frágil niño que siempre acudía a él cuando se raspaba las rodillas. Pues aunque ya fuera mayor de edad, Edward seguía siendo su pequeño hermanito. La única familia que parecía tener.

—Te extrañaré —quiso decir Krínos mientras miraba por la ventana.

—También lo haré —Edward intentó sonreír —Quizás en unos años puedas visitarme con tus propios cachorros.

—No tendré hijos —Krínos respondió con indiferencia —pero vendré visitarte cada vez que pueda.

—¿Lo prometes? —preguntó Edward con la ilusión de un niño a quien se le a prometido un regalo especial.

—Claro que si, eres mi hermano y mamá no querría vernos separados.

Al menos eso quería hacerse creer.

No la había conocido mucho como para saberlo, pero si recordaba la burbuja de amor en la que vivían sus padres, en la que parecía no haber espacio para Edward y para él.

Aunque eso Edward no lo sabía. Él pensaba que su padre había sido afectado mucho por la muerte de su esposa y se mantenía lejos de ellos para protegerse de su propio dolor y estaba a punto de responder cuando dieron aviso de que estaban llegando a la capital. La que, a primera vista, decepcionó a los hermanos Edevane, pues parecía encontrarse en un estado poco presentable y cuyas calles parecían tan rusticas como si no fuera más que como una de esas aldeas que habían visto a su paso.

—¿Seguro de que quieres seguir con esto? —Krínos, incómodo, volvió a preguntar sin poder creer en lo que se estaba metiendo Edward.

—Si… estaré bien —dudó Edward ante la vista poco agradable de su nuevo país —quizás solo necesite una pequeña inversión y se verá como Inaurem.

Krínos asintió, aunque no estaba muy convencido de que eso sería posible.

***

Por su parte, Aurora seguía pensando en sí Rose ya sabría la noticia de su compromiso. Huir, ese había sido su primer pensamiento al enterarse de lo que se esperaba de ella. El naslov había invertido mucho en su crianza y se esperaba que diera su vida por el país. O al menos esa fue la excusa que usó el naslov para darle la noticia de su boda con tan poco tiempo.

Aquello sería en unos días. Pero la noticia había sido proclamada por los heraldos y para su mala suerte, quizás Rose ya la odiaba.

Nunca volvería a verla. Eso era lo que quería, al menos así nunca podría verla a los ojos y sentir como la había decepcionado. Quizás con el tiempo Rose encontraría a alguien más. Quizás sería feliz con uno de los muchachos que muchas veces intentaron cortejarla, aunque el solo pensarlo hacia que Aurora sintiera dolor y celos por afortunado que pudiera quedarse con Rose y con la vida que habrían tenido juntas si ella no fuera tan cobarde y se hubiera opuesto a la boda.

Aunque pensar en eso estaba de más.

Y con la llegada del zaščitni se dio cuenta de que ya todo estaba perdido.

—Muestra un poco de alegría —le ordenó su padre desde el trono cuando se estaban preparando para la entrada de la familia real de Rhoswen.

—Si, padre —susurró ella casi para si.

Uno, dos, tres. Contó los últimos segundos de su libertad. Cuatro, cinco, seis… Ahí Aurora sintió que se moría de pena, pero cuando estaba por rendirse y contar al siete, la gran puerta se abrió y dejó que un buen número de soldados entrará y con ellos, el skrbnik y el zaščitni de Rhoswen.

***

Edward no había esperado la gran cosa cuando le comentaron quien sería su prometida, pero al verla, se dijo que quizás ese no sería tan malo. Había quedado embobado con la presencia regia de Aurora, con los hermosos ojos verdes y con su cabello castaño claro. Todo en ella era tan hermoso como los campos de flores en los que había crecido y a Krínos le bastó una sola mirada para saber que su hermano estaba encantado con ella. Pero también se dio cuenta de que para Aurora, eso no seria lo mismo, pues sus ojos tenían un ligero tono rojizo de quien ha llorado durante horas y no se mostraban emocionados con la presencia de su hermano.

—Sean bienvenidos —los recibió el viejo naslov, con una sonrisa amable mientras ellos le hacían una corta reverencia. La luz de las velas y las antorchas iluminaba su rostro arrugado, y su voz grave y sabia llenaba la sala. El naslov se ajustó su capa de terciopelo púrpura y se acercó a ellos, su mirada penetrante escudriñando sus rostros.

Edward se sintió mal ante la mirada del naslov, pero a Krínos le pareció un viejo patético sabiendo que había sido él, su no tan querido tío, quien orquestó ese compromiso.

—Le agradecemos su hospitalidad. Que la naturaleza bendiga a toda su familia.

El protocolo decía que no podían hablar mucho en la primera vez que se reunieran. Al menos, no hasta que se quedara solas. Así que Krínos dio un paso hacia atrás para que Edward resaltará y se dirigió a Aurora,

—Y a su alteza, le entrego a este joven para que sea su leal esposo, para que permanezca bajo su cuidado y le sirva lealmente hasta el final de sus días.

Esa no era la boda en sí, pero las alianzas debían concretarse tan los novios estuvieran en la misma habitación y Aurora caminó hacia a Edward, quién seguía embobado con ella.

—Yo te recibo como esposo —se apresuró a decir Aurora para terminar rápido con eso —Para protegerte y ser leal por el resto de nuestras vida.

No, eso no era lo que Krínos quería para su hermano y estuvo a punto de decir algo cuando Edward ofreció su mano a Aurora y esta la besó. Ahí se dio cuenta de que ya nada podía hacerse y según el protocolo, él y los demás abandonaron el salón para que el cortejo pudiera comenzar.

Krínos nunca se había sentido más furioso que en ese día. Sentía que estaba rompiendo la promesa de proteger a Edward, de cuidarlo hasta que pudiera valerse por si mismo. Así que, en cuanto estuvo solo en los aposentos que el viejo naslov le designó, aprovechó para escapar de aquel palacio y de todo lo que este representaba. Aún si debía volver, al menos necesitaba unas horas solo. Así que caminó un largo rato hasta que se sintió cansado y se acostó largo rato en la hierba fresca, quizás esperando que todo eso no fuera más que una pesadilla, pero allí, en su momento de mayor desesperación, fue cuando la escuchó por primera vez.

***

Rose nunca olvidaría aquel momento cuando se conocieron. Parecía un niño derrotado, como si tuviera un gran pesar sobre él y detuvo su camino para ayudarlo.

—Disculpe ¿se encuentra bien? —preguntó sin miedo, aún sabiendo que era uno de la alta aristocracia.

Krínos la escuchó y al azar la mirada, se encontró con los ojos más sinceros que alguna vez conoció, acompañados de una voz que le dio paz en el momento más bajo de su vida.

 

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