Pesadillas y gobierno

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Capítulo IV: Secuestro.

2 de Agosto, año 1960 (?)

Hoy no fue un buen día. Desperté en plena noche por una pesadilla donde perdía a mi hija. Usualmente, ella siempre dormía a mi lado, a menos que fuera llamada a la habitación que pertenecía a mi amo. En ese entonces, después de tener un mal sueño, siempre la pegaba más a mí, en un esfuerzo por sostener mi cordura en aquel infierno. Hay ocasiones en que parece imposible que los fantasmas del pasado se vayan pero... No, yo sé que las pesadillas nunca se irán.

¿Por qué lo creo? Porque mi Hadassa ya no está conmigo. Mi pequeña está muerta y nunca voy a poder recuperarla. No importa si tengo más hijos o si logro hacerme un futuro tranquilo, nada podrá reemplazarla. Es como si al perderla mi corazón se hubiera roto en mil pedazos y no tuviera reparación. Dorian, mi nuevo hermano, trata de cuidar de mí, y le agradezco que lo haga. Él es como una brisa fresca que me impide derrumbarme, ¿y cómo no podría hacerlo, si es el único que comprende lo rota que estoy?
Quizás estoy exagerando, pero no creo que alguien más logre hacerlo.

 

 


Día tras día, noche tras noche, hora tras hora, Danielle mantenía la vista en la pequeña ventana que la conectaba al exterior del barco. Sus manos llevaban cadenas, pero no eran pesadas. Después de todo, era una de las mercancías más valiosas de los esclavistas.

Destinada a la corte de Shaitan, no podía sufrir más horrores de los necesarios si no querían que perdiera valor ante los ojos del hombre a quien sería vendida. La comida que se le daba era insípida, pero no insuficiente.
El ambiente era claustrofóbico, pero higiénico.

Aún así, ella se mantenía recluida en aquel pequeño rincón en el que había sido encadenada. No hablaba a menos que fuera necesario, y le resultaba complicado comunicarse, ya que no dominaba el lenguaje de sus captores. Las heridas que le habían causado con su propio cuchillo aún no se cerraban por completo: el hueso astillado parecía cortar la piel hasta con el mas mínimo roce. El peligro de infección era inminente, pues a pesar de ser hija de dos inmortales, no alcanzaría semejante don hasta alcanzar la madurez, y para ello aún faltaban varias decenas de años.

 

Creo que desde el viaje a Shaitan odio el olor del mar y el sonido de las olas. Hasta ese día nunca había pasado tanto tiempo en un barco, y ver a las demás esclavas con sus rostros decaídos no ayudaba en nada. Las emociones de ellas eran confusas: iban del miedo a la resignación, pasando por enfado al haber sido vendidas hasta la simple monotonía de haber cambiado de dueño. 

Supongo que tenían derecho a experimentar todas esas emociones, pero sentir cómo pasaban de una a otra sin poder controlarlo era horrible. Mientras tanto, yo me quedé en las sombras tratando de no llamar la atención. Sabía que muchos de los esclavistas tenían por costumbre abusar de las jóvenes, y ellos no serían diferentes a los que le habían vendido varias niñas a mi madre.

El viaje fue difícil. Pasamos por mareos continuos y constantes gritos que emitían las jóvenes que eran llevadas al camarote del capitán. Nadie podía hacer algo por ellas; ninguno de los tripulantes las defendía, ya que ellos mismos tenían por pasatiempo llevarse a las mayores a sus propios lugares de descanso.

Hasta donde recuerdo, el mejor día fue cuando desembarcamos. El aire parecía puro, e incluso llegué a pensar que todavía estábamos en Essex, aunque algo me dijo que no era así. El muelle estaba lleno de personas que vestían diferente a lo que estaba acostumbrada. Se apresuraban para ver la nueva mercancía, recién llegada del mundo humano y las zonas pobres de los diversos países que componían nuestro mundo. Algunas de las chicas se tensaron al imaginarse en las manos de aquellos seres sucios y olorosos, sin duda preferían caer en manos de los más adinerados, pero eso no sería posible. Dichos hombres buscaban belleza o virginidad en una mujer y, siendo sincera, ellas como shibōs dejaban mucho que desear.

 


El mar parecía tranquilo y el sol iluminaba las costas de Shaitan cuando el barco llegó a su destino. De esto no sé muchas cosas, salvo las que me fueron referidas por el diario de Aiko. Pero supongo que no importa rememorar esos detalles tan poco ortodoxos. El punto es que las nuevas esclavas llegaron al puerto y bajaron en una sola fila por la tabla de madera que habían puesto para la ocasión. La mayoría no llevaba mucho encima, salvo algunos trapos con los que cubrir su piel desnuda. Tampoco llevaban zapatos, y las asperezas de la madera les escocían las pequeñas heridas que la misma causaba.

Danielle aún contaba con su par de botines, pero se habían desgastado al ser muy delicados y no estar hechos para un uso continuo. Por alguna razón que ella misma desconocía, un grupo de jóvenes había sido separado del resto junto con ella, y aunque todas permanecieran en una fila era claro que los grilletes estaban unidos en dos cadenas diferentes.

No fue hasta que todas salieron del barco que los dos grupos tomaron direcciones diferentes. Uno de ellos caminó hacia una tarima donde ya se estaban subastando las esclavas de otros barcos. Los hombres gritaban las pujas que ofrecían por las muchachas en un desordenado coro de voces crueles, mientras ellas veían con angustia cómo les llegaba el turno de ser vendidas al mejor postor.

Mientras tanto, el grupo al que pertenecía Danielle era llevando a uno de los grandes edificios donde al parecer todo estaba más tranquilo. No existía el mismo bullicio que en el exterior, donde las personas menos influyentes se abastecían de nueva servidumbre.

Caminaron por un largo pasillo hasta llegar a una estancia donde parecía existir un jardín interior. Las columnas estaban finamente talladas en forma de pequeñas salientes que a Danielle le parecieron un tanto excesivas. También las paredes parecían decoradas con extraños dibujos, que le parecieron demasiado reales para ser solo la obra de un artista.

Se notaba el buen gusto y el esmero de quien se había encargado de aquella labor, pero lo más impresionante fue ver que, entre todos aquellos adornos, se encontraba un sencillo pero finamente adornado diván, donde se había instalado un ser que, en palabras de las humanas, parecía un ser de otro mundo.

Aquel era el naslov. Sentado en su confortable lugar, parecía imponente a los ojos de las nuevas esclavas. Sus ojos azules contrastaban con la piel morena, y a Danny le parecieron familiares, como si en alguna parte de su pasado hubiese visto aquel mismo tono en otros ojos. Sin embargo, el recuerdo estaba muy difuso, y le pareció que nunca podría descubrir de dónde veía aquel pensamiento.

Mantuvo la mirada en el suelo, tal como le habían indicado sus captores, y trató de parecer insignificante. Las heridas que aún tenía en la espalda sangraban a la menor provocación, y esto fue lo que la traicionó. Para un shizen, aquellas heridas y el olor que despedía la sangre hubieran pasado desapercibidas, pero no para un Kōri cuya dieta consiste en sangre. Sin darse cuenta había llamado la atención del soberano.

No había sido intencional que las odaliscas se encontraran de aquella forma con el naslov de Shaitan. Más bien, el que conocieran de aquella forma a su posible comprador había sido producto de un error.

El hombre respondía al nombre de Farid Borkan, y había sido proclamado jerarca de su país contando con tan solo dieciséis años. Y a diferencia de su padre, no se había entregado a la bebida, pero existen drogas peores. Una de esas, a la cuál él resultaba adicto, eran las niñas pequeñas: aquellas a las que podía usar y moldear a su antojo para satisfacer sus pasiones y hacerlas maestras en el arte de los deseos carnales.

—Sigan caminando —ordenó el capitán a las jóvenes, y después de acercarse al naslov, hizo la acostumbrada reverencia occidental—. Lo lamento majestad —dijo con un tono de voz respetuoso —, creímos que no estaría para la compra de las muchachas.

El naslov no había prestado atención a las palabras dichas por aquel hombre, solo mantuvo sus ojos en la chica pelirroja que caminaba detrás de las shibō. Su sangre parecía pura, como la de una omega bien criada, y las formas de su cuerpo debajo de aquel atuendo occidental le señalaban que, sin ninguna duda, sería una belleza en el futuro. Sus caderas eran pequeñas y poco desarrolladas, pero eso se disculpaba por la escasa edad que de seguro tenía. Sus pechos apenas sobresalían, como si recién estuvieran floreciendo. Sus ojos tenían atisbos de color verde entre un mar azul, y su cabello rojo cobrizo resaltaba entre las morenas que la precedían.

La niña entró en una habitación donde su pureza sería verificada por la partera y, sin apartar la vista de ella ni dignarse a contestar la disculpa del mercader, el naslov preguntó:

—¿Quién es ella?

—Solo es una Hoshi que le ha enviado la viuda de mi señor como un presente —respondió el mercader —. También me ha pedido que ratifique si la alianza seguirá en pie después de la muerte de nuestro amo.

—Acepto su regalo, y dígale que no se preocupe, no pienso romper nuestro acuerdo. Después de todo, somos familia —dijo el naslov, esbozando una sonrisa al terminar la oración.

Cuando el hombre se alejó de su presencia, el monarca se quedó pensativo. Sabía lo valioso que era un omega puro, no solo por la capacidad de darle hijos fuertes he inmortales sin las cargas de ser un Kōri, sino también por la delicia que solía ser su sangre para quienes tenían la dicha de probarla. Era algo demasiado valioso para ser desperdiciado o regalado, así que se propuso investigar más a fondo el asunto, cosa que después olvidaría.

Quien no olvidaría ese día fue la concubina principal, la cual estaba allí cuando pasó la procesión de nuevas esclavas. Vio como el naslov se había turbado al contemplar a aquella niña, de la misma forma en que se había encaprichado con ella la primera vez que estuvo ante sus ojos. Intentó llamar su atención poniendo su mano sobre el hombro de él, pero el jerarca no se percató de su presencia hasta que el capitán y la niña se habían retirado de aquel jardín.
Cuando al fin lo hizo, solo fue para decirle:

—Kala, olvida el protocolo y lleva a esa pelirroja a mis aposentos esta misma noche. Quiero ver si es un regalo lo bastante aceptable como para mantener el trato con los Le pontifice.

—Como usted ordene, majestad —dijo la morena mientras bajaba la cabeza al suelo, sabiendo que el fin de su posición como favorita había llegado.

 


La partera y curandera no tenía mucha experiencia con los huesos astillados, pero hizo lo conveniente para que dejaran de herir la piel y permitieran la cicatrización. Ardía como pocos pueden imaginar, pero me negaba a llorar. No quería mostrarme débil ante los ojos de aquellos seres insufribles, mi orgullo como sodnik de Essex estaba por encima de mi dolor emocional. Pensaba que si me mostraba fuerte al menos ganaría algo de respeto por parte de aquellas compañeras de viaje que contemplaban mi curación.

Lo que más me importaba después de eso era la forma en que escaparía de allí. No podía decir que pertenecía a la realeza, ya que no me creerían, tal como había pasado con los mercaderes. Además, dudaba que alguna de aquellas shibō siquiera conociera la distribución geográfica de nuestro mundo.

—Ya estás lista —dijo la mujer mientras terminaba de colocar la última gasa sobre lo que alguna vez unió aquellas alas a mi cuerpo—. Ahora solo queda esperar que nada malo ocurra. Ten cuidado con los sitios poco higiénicos, y no dejes que nadie más que yo las quite.

Asentí con la mirada perdida en una pared al mismo tiempo en que continuaba pensando en la forma en que huiría. Aquello perdió sentido cuando una mujer mayor entró muy apresurada a la estancia donde nos encontrábamos.

—Bienvenidas al harén del naslov —dijo con rostro inexpresivo—. Este será su nuevo hogar. Si logran complacer a nuestro señor será el paraíso, pero si hacen algo malo créanme que vivirán en el mismo infierno.

Por un momento todo se quedó en silencio. Las que no entendían el idioma voltearon en varias direcciones para que alguien les tradujera lo que la mujer había dicho, pero no hubo tiempo para aquello ya que continuó hablando.

—Su pasado ha quedado atrás, sus nombres ya no son suyos, sus cuerpos ya no les pertenecen. Son propiedad de nuestro señor, quien al parecer ha ordenado que una de ustedes lo visite esta misma noche. Ahora formen una fila, no quiero cometer un error y enviar a la chica equivocada.

La curandera me ayudó a colocarme el vestido y a ponerme de pie para ir junto a las demás. La mujer que había sido enviada parecía sufrir una enfermedad (la cual después descubriría que correspondía al nombre de "vejez"): tenía la piel arrugada y estuve tentada a preguntar, más fue en ese momento que comenzó a caminar junto a las otras chicas. Al pasar junto a mí, se detuvo y tomó mi mentón con su mano para ver con más claridad mi rostro a la luz de la vela que llevaba en la otra mano.

—Ven conmigo, al parecer has ganado el honor de pasar la noche con nuestro señor —dijo al soltarme.

—¡No! ¡Aún es demasiado pequeña, y está herida! —exclamó la curandera.

—Nadie ha pedido tu opinión. Concéntrate en tu trabajo o daré un mal informe de ti al naslov —exclamó la otra mujer, quien luego sonrió con malicia mientras tomaba mi mano y me conducía hacia la salida.

No entendía lo que pasaba, ¿a qué se refería? Las preguntas se hicieron frecuentes hasta que llegamos a la habitación donde esa noche entregaría mi pureza a ese hombre que hasta el día de hoy me repugna.

—Bien, creo que debo prepararte para lo que te espera —fue lo último que dijo antes de cerrar la puerta.

 

El ambiente en la habitación era cálido, las cortinas de el dosel habían sido corridas para la ocasión y no era para menos, pues con la llegada de otro cargamento de esclavas para el harén, era normal que los preparativos fueran minuciosos. Todos sabían que aquel hombre no pedía, exigía que todo fuera perfecto y que su felicidad era la paz para su harén, de lo contrario, si no conseguía mantenerlo tranquilo... Bueno, cualquiera podría imaginarse lo que vendría y durante muchos años, la concubina principal se había encargado de hasta el más minúsculo detalle. Nunca fallaba, nunca se equivocó en cuanto a elegir concubinas bellas para su majestad y que esa niña cayera entre sus opciones le había parecido una bendición, pues seguramente mantendría tranquilo al señor de esa tierra y así evitaría una tragedia o por lo menos, retrasaría el desastre por un capricho no cumplido de su amo. 

Pero a pesar de los años, Kala nunca se acostumbró a su a la tarea más difícil que le tocaba realizar y es que pese a tener nuevas chicas que distraían al naslov de sus tan acostumbradas masacres de hijos, ella nunca se podía perdonar al recordar cómo cada niña o joven la veía a los ojos antes de entrar a los aposentos del amo, esa misma que ella seguramente había tenido en su primera noche, y que al día siguiente se convertía en una acusación silenciosa hacía a ella. Cómo si la consideran culpable por todo lo ocurrido durante la noche y Kala pensaba en lo mucho que tenían razón, después de todo, era el mismo odio que ella aún guardaba hacia su madre, pues fue esa mujer quien la entregó al naslov. Y todo eso a una edad dónde aún era bastante joven como para pensar en chicos y apenas un poco mayor para jugar con las muñecas que no conservaría, pues pronto tuvo entre sus brazos muñecas más realistas que necesitaban de toda su atención, pero de las cuales, solo una llegaría a la edad adulta.

Y por esa muñeca, Kala se mantenía obediente a las órdenes del naslov. Sin embargo, mientras cepillaba el cabello de Danielle, se cuestionó por primera vez si todo eso era necesario, si en verdad su pueblo debía entregar vírgenes para aplacar una barbaridad que nunca se detendría ¿En serio era tan necesario? Mas ella sabía que nada se podía hacer para cambiar la situación, así que siguió con cepillando aquel largo cabello rojo y al terminar se dio unos segundos más para contemplar a la criatura que estaba por ser sacrificada a la bestia.

Ver su pequeña figura le recordó a la primera vez que la entregaron, y entonces recordaría el veneno que siempre llevaba consigo. Eso era suficiente para matar de inmediato a una persona y por un momento pensó en darlo a la criatura, pero la propia imagen de su hijo la detuvo. No podía condenarlo a muerte, no por una infante de las muchas que habían pasado por allí durante todos esos años. Era bien sabido lo que le ocurriría esa noche, pero no podía hacer nada por evitarlo, solo darle consejos para que no sufriera demasiado.

Esa niña no aparentaba mas de doce o trece años, una edad en la que la mayoría aun jugaban con muñecas, pero era bien sabido, que aunque en la mayor parte de Svemir estuviese prohibido, el naslov Borkan podía permitirse el tener niñas en su harén.

Las paredes de aquel baño no ayudaban en la imagen ya que hacían ver a la pelirroja mas pequeña de lo que en realidad era, Kala sabia que la primera noche nunca era fácil, sobretodo con aquel hombre que no respetaba a nadie así que después de vestir a la niña con la bata blanca que representaba su pureza procedió a darle algunos consejo.

—No te resistas a nada que el quiera, tienes que estar tranquila en todo momento, solo te puedes retirar de su presencia cuando el te de permiso y sobretodo, no te resistas, todas tus hermanas del harén sabemos como puede llegar a ser cuando una virgen ingresa a su habitación.

La niña temblaba de miedo ante lo que escuchaba, lo único que quería era regresar con su familia, pero sabia que ellos no la encontrarían. Lo único que podía hacer era asentir a las palabras de aquella morena quien después tomo su mano y la condujo a la habitación de el señor de aquella tierra.

—Siéntate allí —señalo la cama con un ademán de aburrimiento —Cuando su majestad llegue tienes que ponerte de pie y hacerle una reverencia, ¿has entendido?
Danielle asintió y Kala, al ver el avance de la luna decidió que ya era hora de irse.

Tan pequeña y tan inocente, Danielle tuvo miedo de quedarse sola en esa habitación, pero tan pronto cuando la morena se fue, las enormes puertas se abrieron con calma, casi como si se arrastraran sobre las frías losas y un hombre vestido de blanco dio paso adentro.

No, querido lector, ese hombre no era como siempre se piensa de los enfermos mentales. En su rostro podía verse la hermosura que solo la naturaleza puede crear, en sus ojos azules podía una engañosa forma de un alma pura ¿pero no dice la gente que la maldad puede venir en un envase hermoso? De ahí es que nunca debes confiar en un extraño, nunca debes fijar tu corazón en lo que cubre un alma podrida y mucho menos confiar solo en la apariencia, porque para muchos, Danielle podía ser una niña pequeña, pero para ese enfermo no era más que un trozo de carne del que podía disponer cuando se le daba la gana.

Porque hay una escena que una mujer nunca podrá olvidar, y es que ser forzada nunca será una experiencia grata ¿pero no son los hombres quienes culpan a la víctima? ¿No son los hombres quienes nos culpan de todo lo que ellos hacen? ¿ir con una falda corta o ropa que nos haga sentir bonitas es un llamado a que nos usen? Quizás nunca exista respuestas, nunca se entenderá a quienes abusa y tampoco quiero haberlo. Ese tipo de personas no merecen respeto, más bien, merecen una existencia de torturas ¿Porque? Por qué con sus abusos logran que la víctima pierda una parte de su alma y es que de eso nunca se habla, pero el abuso sexual deja secuelas que nunca pueden curarse, que persiguen a la víctima durante toda su vida y no la dejan vivir en paz.

Pero esa noche de luna llena, con un simple movimiento, el crujir de las puertas cerrándose se hizo manifiesto y una voz que a cualquiera le hubiera causado escalofríos, fue escuchada por Danielle.

—Desde que te vi lo supe —el monstruo se mostró arrogante y pronto sus pasos lo llevaron a donde estaba su nueva esclava —Eres un regalo que esperé por mucho tiempo; eres exactamente lo que merezco.

Así, lentamente, fue acariciando la mejilla de la niña nerviosa, a la que no dejaba de ver en ningún momento, bajo ninguna circunstancia, mirando, encantado, su propio reflejo dentro de los ojos vírgenes y puros de la inocente iluminada tenuemente por los fulgores presentes al rededor del lecho donde, inevitablemente, aquella niña sería, de ese día en más, una mujer, su mujer, la mujer del naslov Farid.

El corazón de Danielle latía a mil por hora y al escuchar las palabras del hombre que estaba frente a ella, sintió que un frío repentino la envolvía causando que se estremeciera, después de eso no puedo evitar bajar la vista al suelo al mismo tiempo que mordía su labio inferior intentando contener que más lágrimas salieran de sus ojos.

Tenía miedo de lo que podía suceder esa noche y recordaba las palabras de la mujer encargada de el harén, ¿a que no debía resistirse? ¿Tan malo seria negarse a algún capricho de aquel hombre? El naslov no aparentaba mas de veintiséis años pero con el historial de muertes causadas por sus sirvientes, el asesinato a todos sus hermanos y todo el mal causado en casi todo su gobierno le habían dado una alma oscura que parecía conducir a un lugar de tormento donde nadie seria capaz de sobrevivir.

 


16 de noviembre, año 1962

Cuando era más pequeña, en un viaje hacia Draconis conocí de primera mano el círculo de mercaderes de esclavos. Al principio no habían llamado mi atención ya que la mayoría de los sirvientes de mi madres habían sido criados en el palacio y no contaban historias de aquellas largas caravanas que llegaban hasta el mercado donde se comercializaba los derechos de todos los seres capturados por los Kōri.

Era una lastima que todo eso ocurriera en una época en la que el país de Tenebris y Shaitan habían llegado a un acuerdo de paz para evitar la guerra entre ambos. Ver a los esclavos caminando descalzos mientras las piedras cortaban la piel de sus pies era como contemplar una escena de tortura en el sótano de su abuela, los lamentos se escuchaban desde lejos y los látigos de los mercaderes resonaban en el aire mientras atormentaban las espaldas de los esclavos que se resistían a seguir avanzando.

Nunca se imaginó que tan sólo dos ciclos después estaría en una situación parecida y que su libertad ahora era propiedad de un amo.

El sentir sus manos sobre su piel era tenebroso, como un aviso de lo que podía pasar, pero para esa época aun no entendía bien el concepto de la maldad que podía ser causada hacia otro ser y por un momento tuve la esperanza de que todo estaría bien, pero eso no ocurrió.

En cambio, un silencio abrumador se hizo presente para interrumpirse únicamente por los leves, muy leves sollozos que la sodnik emitía; se le veía nerviosa, frágil y triste. Como si fuese un cristal templado listo para romperse.

—Oh, no, no, no... —Farid susurró en respuesta mientras pasaba su dedo pulgar por la parte alta de la mejilla, recogiendo las lágrimas que, sin fin, recorrían el pequeño rostro —No hay necesidad de llorar, no la hay, ninguna —deslizó hacia abajo su pulgar húmedo, comenzando a acariciar los labios de la niña, mezclando los vestigios de saliva con las pocas lágrimas recogidas, colocándose justo entre la comisura de su boca, apenas un poco, lo suficiente para hacerle sentir el sabor de su palma fina, siempre recubierta por los aromas de las finas especias, de los licores exquisitos —Ven, vamos a ponernos cómodos.

En su rostro surgió una sonrisa que en otra situación sería cálida y amigable, pero que en esos momentos se mostraba siniestra, abusiva y hasta vil, la típica sonrisa que solo un ser podrido puede mostrar y que sólo un enfermo con él puede llegar a tener. Porque no hay un tono amable para ese tipo de frases; no existe una manera afable de solicitar a una infante que sea participe de actos cuales y sin sentido.

“¿Que a dicho?” Me pregunté mentalmente. 

No entendía muy bien su idioma y de una forma u otra sentía que debía huir antes de que pasara algo peor, el miedo se apoderaba de mi y el saber lo que los hombres de su clase podían hacerle a una chica me agregaba más nerviosismo de el que ya tenía. 

Recordaba lo que había dicho la mujer que me había preparado, pero no estaba lista para compartir el lecho con otra persona. El despertar sexual apenas comenzaba y por muy guapo que fuera el naslov no había otra respuesta por parte de mi cuerpo que no fuera la intolerancia hacia él.

 


Danny, al escuchar todo lo dicho, no pudo evitar sentir más miedo y se negó a dar un solo paso. En cambio, su instinto la llevo a retroceder, como si eso pudiera liberarla de su terrible destino.

Pero el naslov no estaba acostumbrado a no ser obedecido y un pesado suspiro se hizo notar cuando el naslov exhaló con pesadez ante aquella negativa que de cierto modo, le extrañaba. Alguien de su posición y jerarquía no estaba acostumbrado a recibir el desdén como respuesta o, peor aún, a dar segundas oportunidades, sin embargo, el saber que frente a si estaba una infante confundida y temerosa hacía reconsiderar el aniquilarla cuanto antes por su total desfachatez.

—Esto pudo ser muy sencillo... pudimos disfrutarlo ambos. Pudo ser algo mágico... Pero ahora solo voy a disfrutarlo yo —enojado el naslov comenzó aquella tortura, deleitándose en el dolor que causaba y disfrutando ser la causa de las terribles pesadillas que Danielle no podría superar durante toda su vida

Esa noche, sus gritos pudieron escucharse como el más doloroso sonido que la tierra de Shaitan llego a escuchar y las lágrimas corrieron por sus mejillas pero no podía sollozar ¿Pues quien le ayudaría a huir de esa pesadilla? Absolutamente nadie, todos los sirvientes eran sumisos a su señor y él era el único amo de esa tierra.

Así que Danny trató de enfocar su mente en otra escena para escapar de la realidad, vio la pradera donde había pasado parte de su infancia, a sus amigas de infancia jugando con ella y tolerando sus bromas infantiles, pero sobre todo recordó a un chico de cabello oscuro quien le había robado su primer beso y a quien casi había quemado vivo por lo enojada que había estaba.

“¿Eso cuando fue?” Se preguntó en un momento de conciencia “¿Hace un mes? ¿hace una semana?” Danny no podía recordarlo, pero daba igual, ya no era libre, le pertenecía a el naslov y él podía hacer lo que quisiera con ella.

Debilidad, vergüenza, coraje, eran solo una parte de lo que sentía mientras dejaba que él tomará control de su cuerpo, apenas era consciente de lo que le estaban haciendo. Su alma se había roto y junto con ella, su fuerza para resistir aquel ataque. Algo dentro de la niña había dejado de luchar, porque para él no era más que una muñeca de trapo, una muñeca que podría usar a su antojo o simplemente desechar cuando ya no le gustará.

Y muchos dicen que la inocencia se pierde cuando tienes tu primer contacto sexual, pero eso no es verdad; la pierdes cuando comienzas a ver el mundo de forma distinta, cuando te das cuenta de que luchar para mejorar tu situación nunca funcionará y te acostumbras a lo que te dan. Quizás Danielle no lo notó, pero ese día, ella comenzó a ver el mundo de forma distinta, dejó que aquel hombre la utilizará cada vez que quisiera, dejó que el le mostrará lo cruel que podía ser y le llevó a un camino autodestructivo. Porque sin darse cuenta, se había convertido en un juguete, pero no en cualquier juguete. Se había convertido en el juguete favorito del naslov Farid Borkan.

 

 

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