Te amaré por siempre, más que a nada en el mundo.
Daré todo por ti, no importa la estación.
Era el año 1453, en una tarde lluviosa, cuando concluyo la primera guerra entre shibōs y yaseis.
De la lluvia no sabe si era por una causa natural o si era el mismo cielo llorando por sus hijos caídos en combate, pero si puedo dar constancia de que la familia de aquel castillo estaba aterrada por lo que ocurría fuera de sus murallas. Pues no todos los días se libraba una batalla que decidiría el destino, y si bien las cosas siempre casi siempre habían sido favorables para ellos, esta vez no parecía que el destino les aguardará algo bueno y aunque para el pequeño skrbnik las cosas nunca fueron fáciles, esta vez todo apuntaba que él sería el premio para quien se proclamará vencedor.
Incluso allí, en plena guerra, podía verse que no era más que un niño asustado, alguien no apto para la lucha pese a haber nacido en una familia en cuyas venas corría la sangre de grandes guerreros. Aun así mostraba otras grandes virtudes que bien podrían haberle sido útiles para gobernar, pero que solo servían en tiempos de paz, algo casi impensable para la sanguinaria época en la que llegó al mundo.
Pese a todo eso y de ser un omega frágil, el skrbnik Micah nunca había pasado por algún tipo de maltrato. Todo lo contrario, pues era considerado el mayor tesoro de sus padres y su nacimiento había sido considerado un milagro al ser ellos muy mayores como para concebir. Así que podría decirse que creció rodeado de amor, en un hogar cálido donde nunca tuvo un mal ejemplo y en un país donde su padre jamás fue cruel con sus leales y mucho menos con la pobre lastnik, cuyo corazón siempre se llenaba de preocupación cada vez que su amado esposo debía conducir a sus soldados en la guerra.
Ella la odiaba, no le gustaba exponer así la vida de los soldados y tampoco la de su esposo, pero las cosas habían sido así desde que tenía memoria, nada podía cambiarse cuando ya todo tenía casi un siglo de haber comenzado. Porque incluso en sus primeros años, ese conflicto bélico había sido considerado una pérdida de tiempo, algo de lo que avergonzarse, pues una sola palabra pudo haberlo terminado, pero dicha palabra nunca fue pronunciada y las generaciones futuras tendrían que sufrir por sus antepasados.
Por esa razón, es que en esa horrible tarde de diciembre, en un afán de protegerlo y hacerle ver que pronto todo terminaría. La lastnik abrazaba a su pequeño hijo, el cual no mostraba más que unos ocho años de existencia y un rostro que a cualquiera le hubiera parecido hermoso. Eso último lo había heredado de su madre, y las doncellas solían decir que nunca existió una shibō más hermosa que la señora en su juventud. Pero no es tiempo de bagatelas, pues mientras ocurría semejante drama en el corazón de la lastnik, otra mujer también tenía miedo por su futuro. Y es que en el campo de batalla no solo había alfas jugándose la vida, también había omegas valientes que se habían enlistado para dar fin a esa guerra. Uno de ellos era la omega Elske Richter.
Quien, como cinco generaciones atrás de su familia, seguía al lado del naslov sin mostrar su verdadero sentir y aunque había dejado un hijo en casa, tenía la confianza de que estaría bien cuidado si en esa batalla le ocurría algo como a varios de sus familiares. Él no se mostraba conforme con la guerra, pero de su victoria dependía que su único heredero jamás probará los sinsabores de causar una muerte.
No había duda de que estaba preparada para sacrificar su vida, tampoco de que amaba servir en el ejercito de su naslov. Incluso podría decirse que Elske estaba preparada para todo, para todo menos lo que ocurrió al final de la batalla. Porqué cuando todos estaban esperando una victoria absoluta en ese último día, una baja cambió el destino de todos para siempre. Porque cuando todos estaban esperando una victoria absoluta en ese último día, una baja cambió el destino de todos para siempre. Y es que cuando la batalla concluyo, los que estaban en el salón del trono escucharon un gran grito de los soldados, como si hubieran herido a un gran señor feudal. Entonces el skrbnik se aferró a su madre, temeroso de lo que pudo haber ocurrido con la batalla, con todo el miedo que puede sentir alguien condenado a muerte.
Pero quiso el cielo que al abrirse las puertas del gran salón, no fueran los enemigos quienes entrarán, sino el poderoso naslov conduciendo a un séquito de soldados que habían vencido.
—¡Padre! —Micah se soltó de los brazos de su progenitora y corrió hacia el fornido hombre que nunca dudaba en tomarlo en brazos —¡Padre has ganado otra batalla! —pero la sonrisa del pequeño skrbnik pronto se desvaneció al llegar junto al naslov, porque si bien todavía se mostraba fuerte ante sus soldados, había una gran herida en su costado
—¡Alguien haga algo! ¡han herido al naslov!
Nadie se atrevía a moverse de lo conmocionate que era dicha situación, como si siempre hubieran esperado que el naslov fuera un ser inmortal destinado a llevarlos hacía la paz. Sin embargo, el skrbnik Micah sintió una enorme tristeza al ver a su padre con una herida de tal magnitud.
—No hay nada que hacer —le interrumpió el naslov —Mis días están por terminar, pero tu mandato debe ser estable...
Micah podía notar el dolor que atravesaba el cuerpo de su padre, pero este no podía ni quería darse por vencido.
—Debes ser un buen.... Debes ser un buen muchacho y cuidar de tu madre. No te pido que tomes venganza por mi muerte, pero ten cuidado en quien confías.
—Padre, no diga eso, mis años son pocos y... —el niño detuvo sus palabras al ver que la sangre no parecía detenerse pese a la gruesa tela que su padre apretaba contra la herida —papá...
Parecía que estaba a punto de llorar, aunque no era el único, porque la propia lastnik había notado la situación y dudado en avanzar hacia su esposo.
—Debes ser un buen naslov... —su voz era firme, digna de la que debería tener un monarca con todos esos años de experiencia —confía solo en mis leales y....
—¡No! —con un enorme pesar, Micah se abrazó a él y comenzó a llorar de la impotencia —¡No puedo hacer esto sin tu apoyo!
—¡Basta! —casi gritó el general Craig, quien no se había separado del naslov y de una forma abrupta tomó al skrbnik y lo alejó de su padre —deja que nuestro señor tenga dignidad en sus últimas palabras.
En cualquier otro día, las duras palabras de su tutor le hubiera hecho llorar aun más, pero al ver como su padre ya pronto no podría mantenerse en pie, el skrbnik Micah se tragó sus lamentos, aunque sus lágrimas siguieron corriendo por sus pálidas mejillas, como la prueba más fiel de que amó al hombre que lo cuidó a pesar de ser un omega y no un alfa, como cualquier padre de la época hubiera preferido.
La situación tampoco era agradable para el valiente guerrero. Él nunca se imaginó que llegaría a tener que despedirse de su amado hijo de una forma tan poco honorable. Él esperaba morir de viejo, de ver crecer a los hijos de su hijo, pero el tiempo pronto se le estaba agotando y solo pudo decir una última cosa.
—Micah, aquí, frente a todos mis leales, jura que serás un buen naslov.
Y con esas palabras, se despidió el gobernante más sabio que existió en ese pequeño país llamado "Rhoswen". Dejando incierto el futuro del pueblo conquistado, pero asegurando la paz de su hijo y de su gente.
Te daré calor cuando lo necesites y nunca te dejaré.
No importa lo crudo del invierno, yo seguiré a tu lado.
Años después. Al pie de una ventana, en un gran palacio de verano, justo cuando el sol estaba por despedirse de la tierra y darle paso a la luna, un joven reflexionaba sobre su vida. Había mucho tiempo desde que la corona fue puesta sobre su cabeza y a pesar de que era la lastnik quien se encargaba de la regencia y aún cuando se le conocía como un naslov, la carga de representar al que fue su padre, le era muy pesada para sus pequeños hombros. Claro que ya no era un niño pequeño, pero Micah seguía siendo un omega delicado, con rasgos muy finos, justo como los de su madre, y con una estatura muy baja para su edad. Aun así, no podría decirse que de él se esperará un mal naslov. Micah era paciente, amoroso con su madre y muy protector con aquellos que se encontraban bajo su servicio. Sin embargo, en su corazón todavía reposaba una vieja herida que dejó el final de la guerra, porque ese día no sólo perdió a su padre, también perdió una parte de su ser. Quizás por eso era muy exigente consigo mismo, pues no se perdonaba ser el niño que se escondió en los brazos de su madre en lugar de acompañar a su padre en la lucha, justo como lo hubiera hecho cualquier otro heredero.
Y aunque sus pensamientos eran poco realistas, de alguna forma le ayudaron a seguir adelante, Micah era consciente de que no podía rendirse. Tenía un país que proteger y su madre no siempre podría seguir llevando la regencia. Mechones de cabello rubio se asomaban por lo que era una larga cabellera pelirroja y en sus ojos podía verse lo cansada que estaba por la edad.
—Deberías casarte pronto —le había dicho en repetidas ocasiones a su hijo —me gustaría conocer a mis nietos antes de reunirme con tu padre.
En todas esas ocasiones, Micah le había sonreído para solo repetir la misma respuesta que ya se sabía de memoria: —Aún sigo siendo demasiado joven, no estoy listo para algo serio.
Mas la noche anterior, cuando el diálogo volvió a repetirse, un silencio incómodo se situó en la biblioteca donde se encontraban, pues casi siempre la lastnik habría respondido dándole la razón a su hijo, pero esta vez solo se limitó a suspirar y desviar la mirada hacia el fuego de la chimenea.
—¿Madre? ¿se encuentra bien?
Escuchar el suspiró hizo que Micah se preocupara, así que dejó el libro que estaba leyendo y fue a tomar asiento junto a ella.
—¿Quiere que llame al médico?
Mellea se tomó su tiempo para contestar. A sus casi ochenta años, ya no era tan enérgica como en su juventud. Y pese a que aún quedaba en ella algo de la hermosa joven que alguna vez logró enamorar al naslov de aquel país, su piel se encontraba tan marchita como los pétalos de un rosa que estaba por caer.
—Hijo mío, mi tiempo se está terminando y la línea sucesoria solo te tiene a ti.
Mellea tomó la mano de su madre y sintió la suave piel de la misma, la cual le hacía recordar los años felices cuando el naslov Haim aún estaba vivo.
—¿Qué pasaría si algo te ocurre? ¿dejarías la corona en las manos de algún ambicioso noble? ¿Acaso no puedes entender mi preocupación? Solo bastaría con planear un accidente y sería el fin de toda una dinastía.
—Madre...
Todo lo dicho era cierto, y Micah lo sabía. Su madre pronto tendría que dejarlo solo, expuesto a todos los enemigos que aún circulaban por su pequeña corte y peor aún; porque él tendría todas las de perder al ser un omega sin pareja. Sería una presa fácil para los alfas ambiciosos de poder, quienes solo lo usarían para usurpar el trono y hacerlo quedar fuera de todo para lo que se había preparado.
—Micah, necesito saber que alguien está cuidando de ti antes de que sea demasiado tarde.
Lo dicho le hizo sentir mal, no era su intención preocupar de más a su madre, pero se había dicho que no llegaría a casarse si no fuera porque el amor lo moviera. Y aunque a sus dieciséis años sería una edad muy temprana para casarse en nuestros días, para la época del joven naslov ya era un poco tarde, pues los mismos cachorros que habían crecido con él, ya tenían a sus propios cachorros, los cuales presumían orgullosos cuando la ocasión lo ameritaba.
—Está bien, madre —susurró después de un incómodo silencio —le prometo que pronto encontraré a alguien.
Con esas palabras, había de sellar su destino, el cual lo llevaría por un camino luminoso que nunca se cansaría de seguir, pero la incertidumbre no lo dejó dormir esa noche. Por lo que a la mañana siguiente, se abstuvo de salir y decidió quedarse algunas horas sin la compañía de otra cosa que no fueran sus amados libros. Pero al llegar la tarde, decidió salir a darle un último vistazo al que fue su hogar por algunos veranos y se mostró pensativo sobre a quién debería elegir como su consorte.
¿Debía elegir al descendiente de un fiel que siguió a su padre hasta el final? Y en ese caso ¿Quién sería su mejor opción? Su mejor opción era el joven hijo del general Craig, pero de ese muchacho tenía el conocimiento de que sólo le gustaban las doncellas y no los omegas varones como él. La otra opción era el hijo de la familia Richter ¿pero cuál era su nombre? ¿Había alguien siquiera con el conocimiento sobre si aquel chico era un alfa? Los registros de esa familia eran vagos, casi como si intentarán alejarse de la sociedad. Pero así como Micah estaba seguro de que no los tomaría en cuenta, también estaba seguro de que no elegiría a su tercera opción. Pues no le importaba todo el oro que le pudieran ofrecer, nunca podría posar sus ojos ante el joven hijo de la familia Campbell sin sentir una pizca de repulsión y en esos pensamientos estaba tan absorto que hasta el ligero toque de una puerta llegó a sorprenderlo.
—A—delante —dijo con un pequeño tartamudeando.
Al escuchar la voz del naslov, una extraña figura entró a la habitación. Aquel hombre ya era muy mayor como para seguir en pie, pero seguía negándose a dejar su puesto sin antes ver la ascensión al trono del que fue su alumno favorito.
—Buenas tardes, Majestad—saludó un viejo hombre cuyos cabellos habían sido rubios en el pasado —disculpe el atrevimiento, pero no deseaba irme sin despedirme de usted.
—General Craig, lamento que también deba irse —respondió el muchacho sin poder verlo a los ojos—Mi padre confiaba totalmente en su palabra.
—A todos nos llega una edad en la que ya no debemos presentarnos tanto en sociedad ¿y qué mejor manera de hacerlo si es por una buena causa?
La sonrisa sincera del general Craig siempre parecía subirle el ánimo al naslov, pero ese día, justo cuando estaba por perder al último compañero leal de su padre, Micah no parecía estar dispuesto a olvidar sus penas.
—Además, estoy seguro de que mi sucesor está bien capacitado para asumir mis funciones.
—No tengo la menor duda de que así sea, pero no puedo evitar pensar que se le está menospreciando por sus años de vida.
—Mi señor, por más que quisiera seguir a su servicio, la edad impide que de todo de mi, por lo que retirar de sobre mi este puesto contando con su favor, sería el mayor honor que puede existir.
—De ninguna forma podría obligarlo a seguir, usted ha sido de mucha ayuda en los años de guerra —Micah le tenía gran cariño al anciano, por lo que decirle adiós siempre le pareció un imposible —Nadie más que usted merece estos años de paz y me encargaré de que los tenga, pero necesito de un último favor.
El general Craig miró curioso al pequeño naslov, como esperando que cambiará su decisión y lo mantuviera aún en su servicio.
—¿Cuál es su deseo, mi señor? —fue lo que preguntó cuándo el término de hablar—lo cumpliré sin importar el precio.
Un rubor se extendió por las mejillas de Micah al examinar por última vez su decisión y casi estuvo a punto de tartamudear como siempre que se ponía nervioso, solo que esta vez logró controlarse.
—Busque un alfa que pueda protegerme, que sea fiel a mi corona y que ame a esta tierra tanto como yo.
La petición fue una gran sorpresa para el general, y se hubiera negado si tuviera otra opción. Adoraba a ese chico como a un hijo, pero también entendía su situación, por lo que se prometió a si mismo que buscaría a la persona adecuada para él.
—Sus deseos son órdenes—fue su respuesta —Y le juro por mi alma que no volverá hasta que encuentre lo que usted me ha pedido.