Las pesadillas de una lastnik

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Capítulo II: Recuerdos.

Danielle siempre había sido una niña frágil.
Desde pequeña, los medicamentos siempre habían formado parte de su rutina diaria, una rutina que debía llevarse correctamente o la incapacitada durante días. Muchos decían que aquello era por no tener a su madre y el zaščitni Ryouta se culpaba cada vez que su pequeña enfermaba y no se separaba de su lado.

Cuando surgieron sus dones, la niña mostró una gran mejoría, no había duda de que su Hanfod era fuerte y que podría protegerla, pero, años después, su salud aun era un problema.

Y no era para menos. Bastantes partos había soportado su frágil cuerpo como para que resistiera uno más. Una parte suya le decía que quizás ya no sobreviviría a ese último. El dolor constante, las hemorragias y el tolerar a su esposo eran una constante fuente de opresión, algo que se suponía no debía ser tolerado por una orgullosa lastnik matriarcal.

Pero ese era el destino que le había tocado y nada podía hacer por evitarlo. Claro que respetaba a su esposo y se dejaba someter por él, pues de alguna forma ella se culpaba de todo y en cada periodo fértil dejaba que él tomara su cuerpo, después de todo ¿Qué era ella? ¿Un simple juguete sin dignidad o una poderosa lastnik? Ella ya no era consciente de lo que hacía, simplemente dejaba que su esposo la usará.

Al principio, aquello le asqueada, pero debía acostumbrarse a todo lo que implicará compartir su lecho con él ¿Qué otra opción tenia? Su única misión era darle un heredero y durante mucho tiempo, Marcus intentó  obtenerlo sin importar que su esposa se sintiera ultrajada y humillada.

Los intentos nunca habían llegado a más que eso hasta que lograron concebir, fue entonces que al fin llego un golpe de realidad. A partir de allí, sin importar la insistencia de Marcus, Danielle nunca permitió que visitara de nuevo sus aposentos.

Aun así, ella siguió tratándolo con respeto. Y así fue durante un largo tiempo, hasta esa noche donde Dorian entró al salón del trono y la quito de los brazos de su esposo.



17 de Septiembre, año 1810

Quizás nunca pueda superar todo esto. Hay veces en las que lloro cuando él se va, quisiera morir, todo esto es como volver con Farid, es como sentir sus manos en mi piel y sus colmillos en mi cuello mientras consume parte de mi sangre. La única diferencia, es que Marcus no hace eso último, con él no hay sábanas manchadas de rojo.

Solo un constante dolor que no puedo ni debo demostrar.

Es claro que la familia piensa que soy feliz con él, no por nada se han infiltrado cartas donde le hablo de la hermosa noche que hemos compartido o de lo bien que lo hemos pasado. Mas yo se que todo es mentira.





Dar a luz fue difícil, lo único que la tranquilizó fue que Marcus ya no estaba junto a ella. De hecho, Dorian era el único que estaba a su lado y que sostenía su mano cuando la partera puso sobre su pecho a una pequeña cosa rosada cuya cabeza parecía cubierta por una maraña de cabello rojo.

—Majestad, aquí esta la primera —dijo aquella mujer mientras me entregaba a la primera niña —En unos minutos llegará la otra.

Verla fue una impresión demasiado grande como para contenerla y una lágrima resbaló por mi mejilla. No se trataba de un instinto maternal, ni nada que se le pareciera, pero me vi reflejada en esa niña.

Kaire parecía demasiado frágil para sobrevivir, demasiado pequeña, demasiado débil. Era todo lo que alguna vez fui y no pude evitar amarla a primera vista.

Unos segundos después, la señorita Tanner se llevó a la niña para limpiar su pequeño cuerpo y Danielle dio a luz a la segunda. Estaba cansada y muy adolorida, pero sabía que su cuerpo pronto se recuperaría de todo. 

—Dorian ¿Cuando volviste? —preguntó en cuanto se sintió un poco mejor.

—Lo acabo de hacer, créeme que esto no fue la bienvenida que esperaba.

Danielle sonrió ante eso, ella tampoco esperaba que su hermano volviera tan pronto y no después del gran problema que el había tenido con su esposa.

—Lo siento, pero no me culpes a mi —dijo tratando infructuosamente de incorporarse —es culpa de tus sobrinas, al parecer querían llegar al mundo antes de tiempo y sorprendernos.

Dorian detuvo aquella acción y la ayudó a recostarse otra vez.

—Por la majka... Danielle, ¿Acabas de dar a luz y ya te quieres levantar como si solo hubiera sido una inyección? ¿Es que no tienes sentido común?

—Sabes que no.

Un gruñido salió de aquel castaño, como si de alguna forma estuviera consiente de que la respuesta de su hermana fuera verdad.

—Hermano, no te enojes...

—Nunca podría enojarme contigo, es solo que Ahiphanes esta fuera de la habitación...

—Oh... ¿No quieres verla? Llego ayer con mis sobrinas.

No hubo respuesta, y no es que fuera necesaria. Danielle sabía que no todo el drama familiar era por su matrimonio, Dorian también tenía problemas con su esposa y se negaba a reconocer a las tres niñas de ambos como suyas.

No entendía porque, sabia de la posible infidelidad de Aiphanes, pero aquello no era motivo para que las tres niñas fueran catalogadas como bastardas. Aún así, Dorian era su hermano por pacto y Ahiphanes su hermana de sangre, así que intentaba permanecer neutral entre ambos. Solo que a veces parecía querer alejarse y no escuchar ninguna queja más.

—Dorian... Alkis, Tenuis y Thais no tienen la culpa de nada ¿Podrías al menos...

—Ellas no son mis hijas.

—Pero...

—He dicho que no.

Dicho esto, se levanto de aquel banquillo que una doncella le había proporcionado y abandonó la habitación, esquivando a una Ahiphanes bastante afectada por la actitud de su alfa.

—¿Mi señora? ¿Se encuentra bien? —preguntó su doncella predilecta.

—Sí, sí. Estoy bien, pero ¿Puedes dejarme sola?

—La partera a dicho que me quede con usted...

—Tanner, siento que esos dos se van a pelear ¿Puedes llevarte a mi hermana? No necesito que ella y Nobille me vean así.

—Como usted diga.

La señorita Tanner se fue y Danielle suspiró de alivio, ella estaba cansada y su cuerpo aún necesitaba recomponerse. Pero no pudo evitar ponerse en pie, necesitaba un baño con urgencia, necesitaba limpiarse toda aquella sangre inmunda y ver a sus pequeñas. Así que, antes de abandonar la habitación, fue hasta la cuna y por primera vez las vio juntas.

Todavía parecían pequeños monstruos arrugados, pero estaban más limpias y durante un segundo estuvo tentada a cargar a la más pequeña, pero recordó que antes necesitaba limpiarse. Así que abandonó en silencio aquella habitación.

Ya las doncellas cambiarían el colchón y las sábanas. Por un momento y solo por un momento, dejó que el agua se llevará su penas y por primera vez se sintió libre. Al fin era madre, o al menos era una madre a la que no podrían quitarle a sus hijas. Atrás quedaban los deseos de enviarlas a Ávalon y ella no lo dudaba, a Kaire y a Emma no les faltaría nada que ella no pudiera darles. 

 

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