Las pesadillas de una majka

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Capitulo VI: Orfandad.

Recuerdo aquella mañana como una de las más frías de mi vida. El ambiente en Essex siempre era frío, pero aquel día tenía algo en especial, era como si todo se hubiera detenido, como si los años fuera de casa no hubieran afectado la dinámica de la relación que tenía con mi madre. Era como si solo despertara de una pesadilla y volviera a la misma rutina cotidiana y monótona, como si nunca hubiera estado en aquel infierno. 

 Casi no dormí, el sol se despertó y yo seguía con la mirada puesta en el horizonte, esperando que la noche no terminará, mis ojos estaban cansados, ya no había lágrimas que derramar, ahora todo lo que había en mi habitación era un silencio absoluto, un silencio que anunciaba el comenzó de una nueva vida para mi, una vida en la que ya nadie mas me lastimaría. 

 Cuando finalmente cerré los ojos una voz comenzó a jalar me de nuevo al mundo, me resistí por un segundo pensando en que era una de las mozas encargadas de llevarme con el, pero no era así. Solo era quien se encargaba de mis horarios. 

La señorita Tanner era mi doncella predilecta, habíamos pasado muchas horas de nuestra infancia juntas recorriendo los bosques cuando me era obligatorio estar en Essex y siempre había cuidado de mi, como una hermana mayor que se desvivía por su hermana pequeña. Al principio había pensado que todo era un plan para alcanzar la libertad antes de tiempo, pero no fue así. Al llegar a la edad casadera decidió que no quería ser libre y desde entonces ningún noble pudo reclamarla como suya. 

—Alteza —dijo mientras sacudía mi hombro con suavidad —tiene que despertar o su desayuno se enfriara. 







Uno, cinco, diez, veinte años y no la habían encontrado, el Zaščitni Ryouta estaba desesperado por encontrar a su hija.

Había abandonado la guerra civil en Ávalon para ayudar a los guardias en la búsqueda y no tenían resultados. En un principio se había sospechado de un secuestro por parte de los enemigos, pero hasta ese día nadie se había adjudicado el mérito ni se había pedido rescate por la heredera. El Skrbnik Rossetti había regresado a su país con el corazón roto por el rechazo de quien hubiera sido su prometida y toda la corte de Draconis estaba de luto por la pérdida de una de las flores que pudieron levantar en alto el apellido de los Ryouta. 

Pero el sufrimiento de ellos no era comparado a lo que estaba padeciendo Ichiro, parecía cansado y estaba de mal humor con todos. En especial con Alessandra y sus descuidos, nunca debió permitir que la niña saliera después de un ataque y mucho menos dejarla a solas con un chico. El tenía sus dudas con la familia Rossetti, la mala reputación los seguía y sin duda eso podría haber afectado la reputación de su hija cuando le llegará la hora de formalizar el compromiso ante el pueblo. 

Mas ya nada podía hacerse y un día partió hacia el país de su familia, decidió no hacerlo de la forma acostumbrada y caminar el largo trecho como castigo por perder a la última hija que le quedaba, esta vez el dolor era insoportable y pensó en que ya no tenia sentido su vida, ¿de que sirve llegar al poder o formar alianzas si no tienes descendencia por la cual subsistir? De nada y el mori le parecía algo razonable. 

Dio una última vista hacia el castillo de su expareja y emprendió el camino hacia su lugar de origen. Su corazón estaba roto y en cada paso sentía que no toleraría abandonar la búsqueda de su pequeña, aún tenía la esperanza que ella apareciera, solo tenía que esforzarse un poco más, lamentablemente Alessandra y su padre no pensaban lo mismo. 

—No puedo creerlo,  ¿se has rendido? —le había dicho a ambos. 

—Ichiro, ya nada puede hacerse, Danny se a ido y debemos respetar la decisión de la majka —comento Alessandra en voz baja. 

—Pero es nuestra hija... Tenemos que seguir buscando. 

—No. Los guardias ya buscaron en todos los países y no la encontraron —fue la dura respuesta que recibió. 

—Ya no te reconozco, ahora solo eres un despojo de la chica que conocí. 

—No puedes hablarle así a mi hija —dijo con voz autoritaria el naslov. 

—Bien, de cualquier forma mi tiempo aquí a terminado, nunca volverán a ver mi rostro —dijo entre dientes para después dar media vuelta y retirarse sin saber cuanta verdad había en sus palabras. 

 Alessandra estuvo a dos segundos de bajar del trono y alcanzarlo, pero la mano de su padre sobre la suya se lo impidió, Lo único que pudo haber fue ver como el amor de su vida se alejaba de ella con mucho rencor a cuestas y un profundo odio, sus ojos contuvieron las lágrimas que ella no quería dejar salir frente a su padre y cuando Ichiro se hubo retirado, pidió permiso y se encerró en su habitación, donde sentada contra la puerta dejó que las lágrimas fluyeran mientras cubría su rostro con ambas manos y susurraba; —Lo siento, todo es culpa mía. Nunca debí alejarme de ti. 

 Mientras tanto Ichiro estaba listo para irse, tomó las riendas de su caballo de las manos de el mozo y se alejó de aquel castillo caminando a un lado de la bestia, pensaba en todo lo que había vivido con su exesposa y en lo mucho que lo había decepcionado después de la muerte de sus primeras hijas, quizás por esa razón no se había rendido en la búsqueda de Danielle, esperaba que Alessandra cambiará su actitud y que al menos se interesará en la niña que habían perdido. Pero eso no ocurrió nunca, ni siquiera cuando se cumplió un mes de la desaparición. 

 Recordar aquello le hizo enfadarse de nuevo, pero eso duró poco, pues, unos segundos después escucho el movimiento de la vegetación y una voz que el conocía perfectamente. 

—¡Papi! ¡papi! —grito con emoción una joven pelirroja que caminaba hacia él con un pequeño bulto en sus brazos. 

—¡Aiko! —fue lo que obtuvo en respuesta la pelirroja mientras el la veía acercarse, estaba estupefacto por ver de nuevo a la hija que creía pérdida y no podía moverse por la impresión que eso había causado a sus sistema. 

—Por favor, ayúdame... No quiero que ella muera —dijo entre sollozos mientras bajaba la vista hacia aquel bulto, fue entonces cuando el comprendió que se trataba de un bebé. 

—¿De quien es ese niño? —preguntó consternado. No entendía lo que su hija quería decir, pero después de que la impresión pasará  notó la ausencia de algo importante —¡Por la majka! ¡Han cortado tus alas!

—Es mía... Pero necesita ayuda, esta muy enferma. Por favor, necesito que alguien la curé, no dejes que el nos haga daño —repita sin dejar de llorar. 

 Decidió no hacer más preguntas confiando en que cuando estuviera lista, ella misma le diría lo que había pasado y al darse cuenta de que la niña no tenía la ropa adecuada para un viaje y mucho menos podría cambiar un recorrido tan largo decidió hacer un breve pausa y estaba de señalar que el castillo estaba cerca cuando Danny dijo en voz baja: —No quiero ir con mamá, ella se enojará cuando vea que no tengo alas. 

—Cariño —dijo con un tono de voz suave para tranquilizar a la niña —ella estará feliz de ver que has regresado. 

—No, No quiero volver con ella, cuando se entere de lo que él hizo me dará un castigo. 

—Esta bien, está bien, entonces iremos con unos amigos y arreglaremos este problema. 







Miedo, angustia, terror. Esas eran pocas palabras para definir mis emociones, tenia miedo por decepcionar a mis padres, angustia por los malos recuerdos y terror por pensar que los Le pontifice podrían encontrarme de nuevo y llevarme con aquel hombre que tanto me repugnaba. Aquel que me había arrebatado la inocencia y que no conforme con eso, había dejado un recuerdo de el que jamás podría librarme; Un bebé que sería mi responsabilidad eternamente y que marcaría el final de una etapa de la que aún no podía disfrutar, jamás podría vivir una adolescencia normal y siempre estaría con el miedo de que él volviera a tocarme. 

 No recuerdo mucho después de que mi padre me tomará en brazos, solo recuerdo su respiración al caminar, como un susurro que me arrullaba y sin poder evitarlo caí dormida. 

 Cuando desperté estaba en una pequeña cama con cobijas rojas, con mi bebé a un lado y era observada por un par de curiosos ojos verdosos acompañados de un cabello castaño claro. 

—¿Donde estoy? Niño ¿Cual es tu nombre? —pregunté en romandalusí mientras tomaba asiento en la cama. 

—¿Que a dicho? —preguntó él. 

—Lo siento, es la costumbre —respondí apenada —¿Donde estoy? ¿Cual es tu nombre?

—Mi nombre es Dorian Bianchi y esta en casa de mis padres —dijo mientras se levantaba de el suelo y hacia una pequeña reverencia. 

—Un placer en conocerte, ¿sabes donde está mi padre?

—Él y mis padres salieron a caminar, pero mamá dijo que regresarían pronto. 





Ichiro conocía a la pareja desde años atrás, sabía que la mujer podría decirle hasta que punto le habían hecho daño a su hija y cuando ella le confirmo sus temores lo único que pudo hacer fue salir de la cabaña y descargar la furia que tenía acumulada contra un árbol el cual fue derribado con un solo golpe. 

 No conforme con eso, procedió a derribar algunos mas hasta que el señor Bianchi se acerco a él sin temor y puso la mano en su hombro. 

—Se que es duro y que necesitas desahogarte, pero los árboles no tienen la culpa de que la maldad exista. 

—¿Pero porqué ella? ¿hice algo terrible para que mi hija lo tuviera que pagar? —cuestionó el Zaščitni al curandero. 

—No lo creo, eres un buen muchacho, el único que tiene la culpa es quien a lastimado a tu hija. Pero no te enfoques en la venganza, enfócate en ayudarla a sobrellevar esto, ella y tu nieta te necesitan mucho. 

—Pero... 

—Él tiene razón —interrumpió la esposa de el hombre mientras se acercaba al nuevo claro —Tus prioridades deben ser ella y el bebé. 

—Annabelle ¿has dejado a la niña sola? En cualquier momento puede despertar. 

—La he dejado con Dorian, no tienes porque preocuparte.

 El hombre estaba a punto de replicar sobre lo despreocupada que era su esposa cuando escucharon un estruendo lejano y volvió la cabeza hacia la aldea donde algunos aldeanos gritaban. 

—¡Los Le pontifice están atacando!







Nunca olvidaré ese día, fue parecido a el día de mi iniciación pero esta vez ya no tenia miedo. Veía a la gente correr a través de la ventana y me di cuenta de que también debíamos hacerlo, Dorian tomó mi mano y no la soltó, ni siquiera cuando las esferas de fuego pasaban sobre nuestras cabezas. Estaba decidida a no sucumbir ante el temor, no había sobrevivido al mayor de los infiernos como para caer muerta en un maldita aldea a manos de seres inferiores. 



Corrí como si nada mas importará mientras sostenía a Hadassa con un brazo y la mano de Dorian con mi otra mano, bien pude haberme quedado a pelear junto al pequeño bando de soldados que lanzaban esferas hechas de lava o de acero, mi infancia ya había quedado atrás, ahora solo había una mujer que quería derramar sangre y tener la venganza sobre aquellos que le habían hecho daño. 

 Fue entonces cuando un Kōri muy conocido apareció frente a nosotros. 

—Pero miren quien a regresado, ¿disfrutaste tu estancia en el harén? Veo que nos has traído la cena… Un Hoshi. No, parece que hay dos más —dijo mientras veía a Dorian y a mi niña. 

Sentí como la sangre subía a mi rostro y una furia enorme se apoderaba de mi. Al fin estaba de pie junto a la mujer que había arruinado mi vida. 



Ichiro corrió lo más rápido que pudo y al no encontrar a s hija en la casa comenzó a rastrearla por el aura. Estaba despertado, no podía perdería ahora, no después de tantos años de búsqueda. Se sintió aliviando al encontrarla y una oferta sus alas logró localizarla, lamentablemente también vio a la esposa de Giorno Le pontifice a punto de atacarla. 

 Por otra parte, Danielle se dio cuenta de que no podría darle batalla con su bebé en brazos. Cuando la vio levantar su espada supuso que ese seria su fin, pero fue así, su padre se plantó gente a la Kōri y tomó posición de guardia mientras le daba una sencilla orden a Danielle: —Corre. 



—Pero padre... 



—Te he dicho que corras. 









Los días siguientes fueron de continuas alucinaciones, no se cuantas veces vi morir a mi padre o a mi bebé ser tomada por esa loca, no recuerdo cuantas veces lloré entre sueños al verme separada de mi hija. Podía sentir como inyectaban menjurjes en mi sistema sanguíneo, el ir y venir de los médicos, parecía que algo estaba mal y una noche escuche a mi madre hablar con mi Nonna. 

—¿Tenemos que decirle? —dijo mientras hablaba con un tono de voz bajo, muy raro en ella quien estaba acostumbrada a dar ordenes. 

—No, ya la dañaron demasiado como para que tenga otra carga más sobre ella. 

—Pero tarde o temprano se enterará. 

—Lo se, pero su estado es delicado, no quiero que pierda al bebé, su cuerpo es muy joven para resistir presión. 

—¿Pero qué está diciendo? Mi hija no conservará a ese bastardo. 

—Cállate, ya perdí un hijo,  no perderé un nieto por causa tuya. 

—¿Madre, de que hablan? —preguntó la voz de un joven. 

—No escuches hijo, vuelve a dormir. 

Me di cuenta de que algo estaba mal, el castillo se escuchaba silencioso y nadie, ni siquiera los guardias habían salido a dar sus acostumbradas rondas. No fue hasta que desperté cuando me enteré de el porque se aquello y a pesar de las continuas súplicas de mi antigua niñera y doncella no quería salir de la cama. 

—Majestad tiene que despertar o su desayuno se enfriara. 

—No quiero —protesté mientras me cubría de nuevo con las cobijas y las lágrimas corrían por mis mejillas. 

—Por favor, tiene que hacerlo o no podrá despedirse de su padre. 

 Con esas palabras confirmó lo que me había negado a creer: 

 Ichiro Ryouta, mi padre, había muerto por mi culpa. 

 

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