Danielle dudo sobre las verdaderas intenciones de el moreno, pero aún así tomó su vestido y trato de cubrir su desnudez, no quería que las pequeñas gemelas la vieran en ese estado siendo que poco tiempo había convivido con ellas desde que su esposo le había permitido llevárselas de aquel reino donde vivía.
Después de subir el cierre se encontró con la molestia de que ninguna de sus prendas interiores parecía visible, así que suspiro con resignación y comenzó a caminar a la pequeña habitación donde años antes había pasado casi todas las noches.
Reconoció cada pasillo y cada puerta de los mismos, era como si el tiempo no hubiera transcurrido y al llegar a la puerta correcta dudo de nuevo ¿Quien no lo haría estando en algo así? Bueno, al menos Danielle no tuvo otra opción más que confiar en ese hombre y al abrir la puerta vio a sus pequeñas acompañadas por una criada quien parecía atenta a que hacían pero que se retiró cuando se percató de su presencia.
No sabía como actuar, ni siquiera sabia si las niñas la reconocerían como su madre así que solo caminó hacia ellas y cargo a la pequeña Emma, quien era las más frágil de ambas, después de eso no le importó romper el protocolo y sentarse junto a Kaire mientras la niña hacia dibujos en un pequeño pergamino sin darse cuenta de quien había llegado a la habitación. Pero no pasó mucho tiempo para que se hiciera presente aquel jerarca en su habitación favorita, vistiendo aquellas telas pálidas y elegantes con las que había recibido a la pelirroja cuando arribó con su pedimento.
—¿Lo ves? Mi boca jamás ha dicho una sola mentira. —Lento y seguro, así era el paso de un monarca cuya autoridad era ineludible dentro de su país, donde la gente ha de venerar sus sanguinarias pero justas decisiones capaces de traer prosperidad, paz y alegría a la gente que no osa desafiarlo, que solo lo acepta y vanagloria como ha de ser.
—Mis acuerdos han de respetarse siempre. Esa es la ley que impera aquí, la que nos ha hecho prósperos, ricos, poderosos e indómitos.
Sus pasos seguían firmes y bien direccionados hacia el objetivo que tenía fijo en su mirada lasciva y soberbia, misma que solo podía reflejar el cierre de aquel vestido que hace instantes ya había retirado.
Así, finalmente, sus manos comenzaron a rodear la cintura de la pelirroja, atrapándola por la espalda, sin importarla que todavía mantenía a la infante cargando. Y la sujetó con fuerza, haciendo que se sintiera atrapada.
—Majestad —dijo la pelirroja al ver lo que se proponía —Por favor, deténgase, mis hijas son inocentes y aún no es la hora de que conozcan este tipo de cosas.
Aferró sus brazos al rededor de la bebé y se negó a soltarla mientras sentía como las manos de su amo buscaban provocar las mismas sensaciones que minutos antes le habían hecho dudar sobre su situación como mujer libre, el podía conocerla a la perfección, pero estar a su lado no era lo que ella deseaba.
Tenía miedo por las niñas, miedo a que si se quedaba con el naslov algo malo pudiera ocurrirles cuando fueran mayores, debía marcharse lo más pronto posible o al menos conseguir la forma de enviarlas con Marcus para que no tuvieran un destino como el suyo.
Además, se sentía incomoda antes la situación en la que el naslov intentaba tomarla, aquello era mucho peor que cuando estaban en el jardín. Estaban frente a unas niñas que verían a su madre siendo abusada por un hombre desconocido quien las había alejado de su padre.
—Van a verte como en verdad eres, después han de ser libres.
Y mientras aquella labor se llevaba a cabo, sin importar pudor alguno o decencia cualquiera, el jerarca fue mordiendole el cuello.
—No por favor, deténgase... Ya fui una mala madre, no quiero esto para ellas.
Se sentía indefensa mientras sostenía a la pequeña Emma en brazos, aquella no era una digna imagen para recordar de una madre que las había rechazado al nacer y que en un futuro tendría que darles muchas explicaciones sobre la estancia que habían tenido en el harén.
Trató de alejarse, de mantener a aquel hombre lejos de su cuerpo y de la imagen que las niñas podrían llegar a retener en sus memorias por largo tiempo. ¿Pero qué podría haber esperado de un hombre al que la edad no le importaba si había placer de por medio? Nada, el naslov Farid era una de las personas más crueles que había conocido y que probablemente nadie lo superaría.
Finalmente, su fuerza física superior.
¿Qué más humillante podría ser que el ser sometida ante tus hijas? Quizás nada, aquello no tenía nada de excitante para la joven a quien ni siquiera una hora antes las paredes de el jardín habían escuchado suplicar por más al moreno.
Y no hubo gemidos, ni sonidos que expresasen el mínimo gusto o placer, esta vez solo había un sollozo que permeaba a lo largo de la habitación, justo como la vez en que tomó su virginidad.
Los sollozos de la pelirroja podían escucharse en la habitación pese a que tratará de evitarlo, no quería que sus niñas se asustarán aún más.
Todo en Danielle era preocupación por sus hijas, no por ella ni lo que se suponía era ser tomada contra su voluntad, más bien por como seria el futuro de sus pequeñas ¿como crecerían de forma sana con esos recuerdos? En esos momentos era una respuesta que no tenía.
—No muevas un músculo... —Exclamó él cuando terminó.
—Toma a esas niñas y llévatelas, vete con ellas, anda, corre, no te daré mucho tiempo para dejar mi nación. Tú y yo volveremos a vernos —Espetó mientras se dejaba caer sobre la cama, satisfecho una vez más, justo como la primera vez —volverás a mi, sea porque necesitas lo que te he dado hoy, o por que necesites vengarte. Para ambas te estaré esperando, no tengas la menor duda.
Soberbio, simplemente soberbio, así era su forma de ser, de despreciar enemigos cuando se trataba de faldas y placeres, pues él se repetía, una y otra vez, que la lastnik de cabello rojo era suya, y así lo iba a ser, sea en tiempos de gloria o guerra.