Las pesadillas de una lastnik

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Capítulo VII: Botín de guerra.

—Exactamente, ¿Cuales son sus ordenes? —pronunció en voz baja mientras miraba a el monarca con sus grandes ojos azules, se sentía débil he inadecuada como cuando era una niña pequeña a la que apenas iban a entregar a un hombre muchos años mayor —¿Que deseos quiere que cumpla? —dijo repitiendo la misma frase que usaba cuando el la llamaba.

Sabía exactamente lo que el pediría, una parte de ella le decía que no debía haberlo, que no debía faltarle a el respeto a quien había sido su salvación después de aquella vida de pecado. Porque a pesar de las discusiones y todos los problemas, Tatsumi Akyura aún era el gran amor de la lastnik.

“Solo serán unos momento” se dijo a si misma tratando de minimizar aquel asunto que tanto le inquietaba “Todo terminará rápido” más sabia que se estaba mintiendo, el monarca nunca era rápido en aquellos asuntos y muchos cuando se trataba de un castigo hacia una esclava desobediente.

Mordió su labio inferior por el nerviosismo y la repulsión que el le causaba y esperó la respuesta de el monarca.

Se acercó lo suficiente como para poder captar los aromas extranjeros que ahora impregnaban a la mujer; fue dejando su aroma propio, mucho más exótico, en el cuello de la mujer que apenas y acariciaba con sus propios labios, abiertos en continuas seguidillas para recorrer cada milímetro de tan altiva piel.

—No lo has olvidado ¿Verdad?

Cuestionó separándose apenas un poco, mientras las manos del naslov abrazaban las caderas de la pelirroja, a la que veía de forma desafiante, por instantes, justo antes de volver a poner labios y dientes sobre clavículas y níveas pieles, donde dejaba su mordida.

—Tus posiciones favoritas que suplicabas cuando niña.

Una malicia que no conoce de humanidad alguna; con eso se envuelve la cruel burla de aquel que tomó a una niña para volverla mujer y recordárselo una y otra vez, a pleno capricho y simple placer.

—Anda, desnúdate ahora que conoces mi orden.

Tener las manos de aquel hombre sobre sus caderas se sentía extraño para Danielle, poco estaba acostumbrada al contacto físico por parte de desconocidos, quizás en el pasado aquello no le hubiera molestado, pero ahora, con un esposo esperándola en casa, se sentía culpable por ceder el control de su cuerpo a el monarca. Contuvo la respiración mientras sentía los labios de el jerarca sobre su piel y escuchó aquella orden que era dictada, sabia que no había marcha atrás y que tendría que entregarse de nuevo a él, no por el temor de que pudiera dañarla si podía o por el bien de las pequeñas gemelas.

Esperó a que dejará de sujetarla para comenzar con la tarea encargada, pronto el cierre de aquel vestido de viaje fue deslizado y la prenda cayó al suelo dejando a la pelirroja con apenas un ligero conjunto de ropa interior. Se sentía expuesta ante la mirada lasciva de el monarca, más no podía pronunciar palabra que fuera contraria a los deseos de su amo.

Ni siquiera le importó que aquel encuentro fuera en un jardín interior expuestos a la vista de algún curioso que pasará por las habitaciones que lo circundaban, no estaba en posición de quejarse y mucho menos de exigir algo, después de todo; el naslov tenía control total sobre ella.

Pudo escuchar entonces el sonido del cierre al ser despojado; pudo ver como la tela del vestido se deslizó sin prisa alguna sobre la piel entintada de la mujer a quien ya volvía a reconocer pues en su mirada seguía estando aquella niña inocente, ahora sepultada por tatuajes innecesarios ante la vista del Jerarca.

Levantó sus manos sin mucha prisa y fue acariciando, por encima de la única prenda puesta en la parte superior del cuerpo de la fémina, sus pechos. Hizo sentir sus dedos robustos clavándolos en la firmeza del busto que masajeaba como si estuviese descubriendo los tesoros más finos y delicados.

—¿Cuando fue que te volviste tan mayor?

La aparente nostalgia en las palabras del Naslov acompañaron la plena exposición de sus pechos pues la tela, la última tela, fue igualmente despojada para perderse en los suelos del jardín, lejos de donde podía estorbar.

Aquel que ha gobernado con soberbia pero eficacia entonces tomó unos momentos para admirar el torso desnudo de la mujer antes de encorvarse lo suficiente para que sus labios, húmedos por el más extravagante licor, comenzaran a recorrer cada centímetro de esa firme pero suave piel.

—Majestad, por favor. Antes de continuar quisiera ver a mis hijas y saber que esto vale la pena —dijo en voz baja mientras el naslov continuaba con la faena de jugar con sus pechos —Le estoy siendo infiel a mi esposo y al menos quisiera saber si las niñas están vivas.

Aquella era una excusa para no continuar, el tan solo imaginar repetir las mismas posturas y a el entrar en su intimidad le asqueada como todo aquello que hizo cuando abandonó el harén. Sin contar que aún tenía esperanza de que al alguien se hubiera dado cuenta de que estaba tardando, así que trato de alejar al monarca de su cuerpo sabiendo que no tendría éxito ante un hombre que era poseedor de una fuerza sobrehumana.

La absurda petición no hizo más que detener el gustoso recorrido que el jerarca estaba disfrutando.

—¿Es que acaso quieres volverlas a escuchar llorar? O, tal vez, deba entregarte algo de ellas para que estés mas tranquila.. ¿Qué te parece?

Sin embargo, mientras dictaba sus opciones, muy buenas para su retorcido punto de vista, hizo su mano descender en un solo traslado; colocó la punta de sus dedos índice y medio justo sobre la última prenda femenina, aquella que ha de cubrir su intimidad ahora víctima de caricias fuertes, ásperas, pues aún por encima de la tela que le cubre aquel pasea sus dedos, dibujando la comisura que él abrió por primera vez.

—¿Una pierna? ¿Un dedo? ¿Qué te haría sentir más tranquila?

Absoluta seriedad en su rostro; firmeza severa en sus dedos que seguían acariciando la entrepierna de la antes esclava aunque, a estas alturas, esas caricias eran más un acto lascivo pues sus dedos emulaban el movimiento propio de la masturbación femenina.

El solo escuchar la posibilidad de que algo malo pasará con sus pequeñas hizo estremecer a la pelirroja, comprendió que debía seguir cada orden dada por el monarca sin importar lo sucia que podría sentirse después. Cerró sus ojos con fuerza y negó ante la pregunta de su antiguo amo, las niñas importaban más que la incomodidad que sentía al estar bajo de dominio del jerarca.

Pero había algo a lo que no estaba preparada y era el dejar que otra persona la tocará como lo había hecho el desde que había llegado a aquel harén, sin duda el sabia todas sus debilidades en cuanto a su cuerpo, conocía donde debía posar sus manos para hacerla estremecer y que olvidará todo el dolor que el podía causarle si desobedeció una orden.

Aún así, los actos que cometía su cuerpo le parecieron aborrecibles.

—¿Esto sigue dándote miedo?

Evocando los fantasmas del pasado, justo así, el jerarca metió sus dedos en un hábil desliz dentro de la última prenda que la pelirroja portaba.

—Tienes esa misma mirada, justo ahora—Desafiante la encaró por instantes, antes de comenzar a besar con lascivo desdén el altivo cuello —La que tenías la primera vez que gemiste en vez de llorar. —Con total crueldad evocaba los días de constantes violaciones ahora que tomaba, con sus manos ornamentadas y tras un largo tiempo, el espacio entre los muslos que tanto echaba de menos.

Danielle podía sentir los dedos del naslov recorrerla y besar su cuello como si de algo dulce se tratará, pero su mente se hallaba en otro punto.

El imaginar repetir las escenas que habían marcado su adolescencia era una pesadilla, pero pensar que quizás otra persona fuera quien la tocará le haría más fácil el convencer a su cuerpo de que no estaba siendo nuevamente sometido. Que quizás estaba con la persona que ella amaba en vez de aquel hombre a quien solo le importaba el placer físico y que al parecer se había obsesionado con la pelirroja.

—Has crecido.

Inquirió con suma arrogancia y naturalidad, como si estuviera sosteniendo una plática casual y cualquiera.

Fue raudo, incluso cruel; firme, decidido y sumamente directo. No tuvo contemplación alguna como ya era su costumbre.

—No se cuantos abrieron tus piernas, ni cuantos se depositaron en ti... Eso no importa, es indistinto, yo sé que solo quieres ser llenada por mi, que solo mi semen te mantendrá satisfecha, que solo mi esencia te hace suplicar.

Arrogante, cruel y soberbio, justo como él siempre había sido, desde el primer encuentro hasta el último.

Pero Danielle ya no podía pensar bien.

En parte el sentimiento de culpa comenzó a invadirla al recordar que ella había accedido a ese encuentro aún sabiendo que tenía a alguien esperándola en casa.

—¿Ahora debería darte a los niños? ¿Debería dejarte ir? —fue lo que dijo al terminar.

Acariciaba con su mano amplia y áspera la espalda tersa de la mujer, recorriéndola de arriba a abajo, dibujando las curvas que en esta se marcaba cuando descendía más de lo que era decente

—¿Debería enviarte a la habitación, a que me esperes?

 Y así, aquel jugaba con la situación, haciendo gala de su crueldad y su abuso, de su dominio.

Ella se sentía débil, indefensa, justo como cuando era una niña y era llamada para complacer a su amo.

Pero escuchar que le devolvería a sus niñas hizo que surgiera una pequeña esperanza, misma que el monarca destruyó al decir la segunda parte de sus diálogos ¿Pero qué más podía esperar de quien alguna vez fue su amo? Absolutamente nada.

—Majestad, ambos sabemos que usted solo hará lo que quiera. Por favor no trate de engañarme —dijo la pelirroja.

La culpa era grande para aquella joven lastnik, y no era para menos al ahora estar marcada de nuevo por un hombre al que había despreciado y odiado al ser el padre de sus hijos mayores.

—Ve a nuestra habitación, corre, no hace falta que te pongas ropa alguna.

Exclamó mientras le soltaba para alejarse un poco, mientras se acercaba hasta la mesa donde tenía a su alcance, uno de los licores que a él más le agradaban.

—Reúnete con tus infantes y espérame ahí, después de que reconozcas nuestro antiguo lecho permitiré que te los lleves.

Y así, la palabra que en esas tierras es ley se hizo escuchar, magna, poderosa, incluso llena de misericordia y comprensión pues a fin de cuentas estaba dando su bendición para que una Madre se reuniese con sus hijos, aunque fuese en el lugar que, tal vez, ella más odie en todo el mundo.

 

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