Las pesadillas de una majka

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Capítulo VIII: Hijos robados.

Era una noche tranquila, el aire y la arena entraban por la ventana que estaba en la habitación de la curandera quien se negaba a cerrarla, los recuerdos le traían malos pensamientos de los tiempos que pasó encerrada. Ella era hermosa pero no de el tipo que atraería la atención del naslov, puede que si, pero había algo que impedía que el la tomará.

La curandera estaba en una mecedora mientras revisaba un viejo pergamino y sostenía una pulsera entre sus dedos, la había dejado la pelirroja tirada en el piso después de que ella le diera la aguja, conocía el valor de esa joya ya que en el pasado le había pertenecido y el que la pelirroja la hubiese tenido en sus manos era la indicación de algo más profundo que la muerte. No había duda de que el monarca parecía haberla elegido como esposa de entre todas aquellas flores que había en el harén.

 

¿Como podía saberlo? Quizás porque en el pasado aquella mujer fue la más poderosa de las herederas de esa tierra, una que vio caer a su país a manos de seres que catalogaban a la mujer como un objeto, quien se había convertido en la favorita del antiguo naslov y en la madre del actual, pero de eso ya nadie se acordaba, pues habían pasado casi diez décadas desde aquello.

Cada día le era más pesado continuar sabiendo que ella había traído a ese mundo a una copia de aquel monstruo que había abusado de su cuerpo, pero no podía rendirse a pesar del odio que sentía contra su misma sangre, aún esperaba la tan ansiada redención para su bastardo. Sobre todo en noches como aquella en las cuales sabia que el ordenaba a las mozas que una virgen fuera llevada a su habitación, pero no podía hacer nada así que solo estiró su mano para tomar la lámpara pero algo la detuvo y fue el escuchar unos pasos que se dirigían a su puerta.

 

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Uno, dos golpes se escucharon en el salón principal de aquel palacio de Shaitan, los guardias —insensibles ante aquel acto terrible que estaban realizando —sostenían gruesos látigos de cuero con incrustaciones de hueso en espera de una próxima orden.

El naslov estaba furioso, ¡Su favorita había escapado de aquella jaula de oro! Y no sólo eso; en sus brazos se había llevado a la última heredera que le quedaba, una niña que con el correr del tiempo resultaría en una amenaza para la corona. Tenía que recuperar a aquella doncella y a la niña, no por amor o algo que se le pareciera; tenia que hacerlo para mantener su supremacía bajo control.

—¡¿Dónde está?! —gritó a la figura encorvada en el suelo.

La señorita Buthayna podía sentir su sangre correr por las innumerables heridas que ahora su cuerpo ostentaba. Aún así, su rostro no había derramado una sola lagrima —ya había llorado demasiado por la muerte de su amado como para hacerlo de nuevo —, más eso no impedía que sus quejidos se escucharán —junto con el sonidos de los látigos —por todo el recinto.

 

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—¡Señorita Yasmin! ¡Señorita Yasmin! —llamó una voz asustada detrás de aquella puerta de madera.

—¿Quién ocurre? ¿Por qué estás así? —preguntó la curandera después de levantarse a toda prisa y abrir la puerta.

La niña trató de responder, pero algo en ella se lo impedía ¿Era el miedo por la imagen que sus ojos habían contemplado? La respuesta era obvia; nadie en su sano juicio podría pasar por alto semejante tortura.

—Habla, ¿Qué pasa? ¿todo está bien? —insistió mientras ponía ambas manos sobre los hombros de la infante.

—Tiene... Tiene que ir al gran salón, el amo está torturando a su hermana.

 

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Para nadie era un secreto que Farid Borkan era la viva imagen del antiguo naslov; tenía las mismas ambiciones, el mismo orgullo y sobretodo; la misma arrogancia. Arrogancia que le permitía acallar su conciencia ante los actos cometidos, eso le permitía disfrutar de sus pecaminosos gustos, le permitía torturar y abusar de las niñas que le pertenecían.

—¡¿Tengo que preguntarlo de nuevo?! —fue lo que gritó a la joven —¡¿A dónde fueron?! ¡Responde!.

Una nueva secesión de golpes fue dada contra la espalda de la joven quien gritó de dolor y se negó a revelar la ubicación de su pequeña sobrina.

—Así que te niegas a responder... —el naslov se levantó de su asiento y caminó hacia ella una vez que los guardias retrocedieron un paso, extendió su mano para que uno de ellos le cediera el látigo, y una vez que estuvo en sus manos intento dar un golpe más contra la hija de su padre y hermana de su madre, pero algo se interpuso entre el látigo y la joven.

 

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La curandera, al escuchar las noticias que le eran remitidas, corrió hacia el salón y al entrar, sus ojos contemplaron a su pequeña hermana a punto de ser golpeada por su único hijo.

—¡Basta! ¡Basta! —fue lo que gritó antes de ponerse enfrente de la muchacha y recibir el golpe por ella. Eso ardió de forma incomparable y dejó una línea roja marcada en su rostro. El naslov no pudo decir o hacer algún movimiento, era un ser muy orgulloso como para dejar que su madre le reclamará por su forma de actuar, pero sabia que las leyes de la diosa le impedían extender las manos sobre ella. Los presentes tampoco se atrevieron a actuar; conocían demasiado bien la respuesta que aquel monarca daba a quien lo contradecía. Esperaban escuchar un segundo golpe, un tercero, un cuarto, pero eso no ocurrió.

 

En cambio; todo quedó en silencio.

Era un silencio absoluto, incluso podía escucharse la respiración de los guardias. Fue entonces cuando unos pasos sigilosos se escucharon y aquellos vampiros de sangre noble contemplaron una figura cubierta por una capucha negra. Una imagen que pocos habían esperado alguna vez encontrarse; Aquel ser era majka Enya.

No existen muchas leyendas sobre Enya, pero se sabe entre las majka que alguna vez fue una heredera muy sabia a quien el destino trató de forma cruel.

Y a diferencia del resto, ella es muy temida por los hombres, a quienes odia como si fueran la mayor aberración existente. No sabemos porque desapareció durante casi un siglo permitiendo que Farid hiciera todo el mal posible, quizás recibió una orden, quizás no quería hacerlo y se vio obligada a cumplir. Nunca lo sabremos, sus sacerdotisas no debemos contradecir a quien nos guía ni mucho menos seguir nuestras propias normas. De lo contrario nunca regresaríamos a casa. Todas tenemos un trato, todas dimos parte de nuestra vida por alguien a quien amábamos, pero eso nadie lo sabe. Nadie, ni siquiera la persona a quien salvamos.

Enya o Constellatio no tiene amor por nadie, nunca sonríe, nunca muestra emociones ni mucho menos algún tipo de piedad, salvo una sonrisa macabra cuando está a punto de ajusticiar a uno de sus súbditos. Ella es un ser implacable cuando se trata de venganza, alguien sanguinaria que solo se preocupa por mantener el orden cuando es preciso y un enemigo que no te gustaría tener.

Los presentes pensaron que aquello seria el final del naslov Farid y el inicio de una nueva era, más no fue así. La majka solo dio pasos lentos hacia donde estaba la joven doncella y extendió su mano en un gesto cordial para alguien que está a punto de tomar venganza por los daños causados hacia una mujer de su jurisdicción. Después de hacer que se pusiera de pie finalmente habló:

—No estoy de humor para esto, así que.. Dime ¿Qué castigo debería darle a quien ha roto mis leyes? —preguntó a la joven Buthayna —¿la muerte? ¿una maldición? Tu elije.

Su voz se escuchaba casi emocionada por la sentencia que estaba por dar, era como, o si hubiera esperado siglos por aquello, como si no deseara más que una muerte lenta para aquel ser tan desagradable a sus ojos. Pero también parecía cansada de poner las cosas en orden, como si deseara que aquella fuera la última visita que le hacía a ese reino tan rebelde.

Era la primera vez en mucho tiempo que el monarca temía por su vida, aún así, mantuvo una postura firme ante la diosa en espera por recibir el castigo con la mayor dignidad posible. La curandera estaba presenciando lo que siempre había tenido; ¡Su hijo estaba a punto de morir sin redención!, cubrió sus ojos con ambas manos y cayó de rodillas ante la diosa mientras lloraba inconsolablemente.

 

—Por favor, el aún es joven para saber el crimen que a cometido —suplicó mientras densas lágrimas salían de sus hermosos ojos azules —Buthayna... por favor, no exijas la muerte de mi hijo.

De alguna forma, causó gran impacto entre la guardia y los sirvientes ¿Acaso era posible que tan arrogante hombre fuera hijo de una mujer común? ¿Cómo era eso posible? ¿No se suponía que su amo era hijo de la antigua sultana? Esas preguntas fueron repetidas en voz baja entre ellos, como, o si fuera uno de los mayores secretos alguna vez guardados.

—No pierdas tu tiempo, tú pudiste evitar todo esto si tan solo no hubieras aceptado la propuesta de Hossain —las palabras eran duras, era obvio que la majka no tendría piedad ante los crímenes del naslov —¿No lo recuerdas? Abandonaste a tu propio hijo por la libertad de tus hermanas, así que... ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar con tu supuesto pretendiente? Ah, es verdad; El eligió a esa pelirroja.

Una vieja herida fue abierta con aquel sencillo diálogo, los recuerdos del pasado regresaron así como los crueles abusos a los que alguna vez fue sometida. Pero no era tiempo para llorar, debía obtener alguna forma de salvar al que a alguna vez fue su pequeño.

—Se que cometí un error, pero por favor... Daré lo que sea por el —Yasmin no podía detener las lágrimas que corrían por sus ojos y antes de que la makja contestará su petición dio una oferta que pocos hubieran hecho —incluso daré mi alma si usted la acepta.

—Tentador… —preguntó a la Kōri mientras soltaba a la otra joven.

—Si, se que el será diferente con el tiempo. Solo necesita una segunda oportunidad.

—Bien, vamos —dicho esto, extendió su mano hacia la mujer y aquella estuvo a punto de tomarla, pero alguien se supuso a ese cambio.

—¡No! Yo iré por ella —dijo la señorita Buthayna quien había escuchado esa extraña compraventa y no estaba de acuerdo en que su hermana renunciará de nuevo a algo por otra persona.

—No hermana, tu debes quedarte y...—interrumpió la curandera.

—Mi prometido ya está muerto ¿para que debo quedarme? ¿para casarme con alguien como tu hijo? —fue la respuesta que obtuvo.

—Decidan rápido, mi tiempo es demasiado valioso  —la majka ya estaba molesta por semejante espectáculo y era obvio que ya quería retirarse a su lugar de descanso.

—Yo iré —dijo de nuevo la doncella —No tengo nada que me até a este mundo.

—Bien, bien, entonces es hora de irnos... —

Las puertas de aquel salón fueron nuevamente abiertas y otra figura más entró por ellas, esta vez era una sacerdotisa.

—Puntual, como siempre —fue lo que dijo la majka al mismo tiempo que le indicaba a la curandera que hiciera un paso adelante.

 

 

—Trabajar para usted es un honor.

Quizás la oscuridad le había impedido ver lo que la sacerdotisa sostenía, o quizás era el miedo lo que le impedía verlo, pero en las manos de aquella mujer, se encontraba una pequeña niña morena.

—¿De quien es esa niña? ¿Quien es usted? – la curandera dio unos pasos hacia la sacerdotisa.

—Su nombre es Hadassa y supongo que será una gran lastnik... —dijo al pasar a la niña a los brazos de la curandera quien no podía creer lo que estaba ocurriendo – encárgate de criarla y más te vale que no sea tocada por tu hijo, o su vida no será larga.

El naslov y su guardia parecían ajenos a semejante acto, era como si algo los asustara demasiado como para tan solo moverse, el miedo era grande por la majka sanguinaria que estaba ante ellos, y no era para menos; Aquella mujer era capaz de matarlos con un solo moviendo de su mano. Pero aquella arau estaba demasiado ensimismada en sus pensamientos como para prestarles atención, sabia que aquel acto era necesario ¿Pero para que poner a una bebé en manos de un ser tan despreciable como Farid? No lo entendía, pero las reglas y ordenes debían seguirse.

—Todo listo —susurró Enya para si mientras contemplaba la entrega de aquella infante – Que comience mi propia obra.

 

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