Las pesadillas de una majka

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Capítulo VII: Soledad

Recuerdo el funeral, fue un día nublado, como si el cielo se entristeciera y llorará sobre la tierra que cubría la tumba de un guerrero fuerte y leal como lo era mi padre. Alguien que no merecía ese fin, alguien que me había amado hasta el final sin importar nada he incluso lo había demostrado al dar su vida por la mía. 

 Pero antes de darle el último adiós tuve que presentarme de nuevo ante el país como la hija de Alessandra Delacour, la misma mujer que se había rendido y no me había buscado, aquella a la que al parecer le daba igual perder a sus hijas y olvidar que alguna vez existieron. 

Recibí la tiara que indicaba mi estatus de sodnik, más no le di importancia, a mi padre nunca le importaron las posiciones sociales. Pero tenía un problema; No podía con todo lo que estaba ocurriendo, mi padre ya no estaba, nunca más volvería a escuchar su risa ni me llevaría de cacería en sus visitas, nunca más escucharía sus consejos y él no estaría conmigo el día que decidiera casarme.

 A veces le hacía preguntas a su retrato como esperando una respuesta, pero nunca recibí una sola. La oscuridad se apoderaba de mi alma y parecía que nunca se iría de ella, odiaba todo lo que me rodeaba, odiaba a mi madre por no morir en lugar de papá y odiaba al abuelo Piero por controlar cada movimiento que hacía en el castillo. Pero sobre todo, odiaba a el bebé que crecía dentro de mi. 

 Lo odiaba por el hecho de ser una parte de él, lo odiaba por ser un recordatorio de todo lo que había pasado, pero sobre todo; lo odiaba por no ser Hadassa. Lo único que podía haberme hecho desear la vida estaba muerto, mi bebé estaba muerta y nada, ni siquiera esa nueva criatura podría reemplazarla. Ella era algo con lo que tendría que vivir por siempre y ver a los ojos aún cuando tuviera los mismos rasgos físicos de mi amo, sería el recuerdo de mi oscuro pasado y de una mancha que impediría la futura llegada de pretendientes. Mas sabía que mi madre también lo odiaba, después de todo, el bebé no era más que el producto de un error y la culminación de un pecado digno de la muerte. 

 El único que no dijo nada fue Dorian, el también había perdido a sus padres pero no lloró, solo tomó mi mano durante el funeral y en los días anteriores jamás se separó de mi cama. El niño era más fuerte que yo y fue quien me mantuvo viva, me incitaba a comer y cuando podía lograrlo, me llevaba al balcón para recibir un poco de aire fresco, más aquella mañana, cuando la tierra recibió a mi padre, ni siquiera el pudo levantar mi ánimo. 

 Recuerdo cuando bajaron el ataúd a aquel oscuro agujero y como el fuego consumía la madera cuando está tocó el fondo. Era una forma extraña de ser enterrado pero la mayoría de la gente prefería que así fuera ya que después de que el cuerpo se convirtiera en cenizas se cubría el resto de el agujero con tierra y se plantaba un árbol. Frente a él se ponía una placa de pierda y así, de una forma cruel, surgían los hermosos bosques que rodeaban nuestra tierra. 

 No lloré a pesar de que los demás lo hacían, tampoco mostré tristeza en mi rostro, nadie tenía que saber lo que sentía por mi padre, el había muerto por mi culpa o al menos eso pensaba. Con el paso de tiempo comprendí que el hizo ese sacrificio porque me amaba y aunque no fuera el mejor ejemplo siempre estuvo para apoyarme en todo momento, sin importar lo difícil que fuera la situación. 

 A él nunca le gustó verme llorar y aunque los demás no comprendieran, yo tenía que despedirme a mi propia forma de aquel ser amable y cariñoso que había sido mi padre. 

 Lo único que me molesto fue ver como mi madre lloraba, ella nunca había hecho nada por reunir a nuestra familia y el que hiciera eso solo demostraba lo hipócrita y falsa que era. 

 

 

Ya era algo tarde en el pequeño país cuando una joven de cabello rojizo pasó a un lado de una de las numerosas armaduras mientras sostenía la mano de un castaño, él parecía unos años menor, pero eso no indicaba que estuviera asustado, al contarios; parecía más animado como si estuvieran a plena luz del día aunque la duda lo atormentar

—¿A donde vamos? —preguntó el niño mientras trataba seguir el paso de la pelirroja.

—Vamos a recuperar algo que dejé olvidado. 

 El niño no hizo más preguntas, solo siguió a la pelirroja hasta que llegaron a una habitación. Allí todo parecía ordenado y limpio, como si apenas le hubieran sacudido las notas de polvo que normalmente revoloteaban en las habitaciones de invitados. Danny no perdió el tiempo y abrió un cajón de el buro que estaba junto a la cama para sacar un pequeño costurero. 

—¿Que es eso?

—Es el estuche de mi prima, la última vez que hable con ella le pedí que me guardará algo —dicho esto, tomó asiento en el suelo y le indico a Dorian que la secundará —mira, se que estamos solos en este mundo y que todos los que amamos están muertos, así que te ofrezco algo —dijo sacando una pequeña cuchilla de el estuche y con un rostro impasible, que al parecer ocultaba la tristeza que aún sentía por la muerte de su padre continuó hablando —Quiero un pacto de sangre y que seas mi hermano, quiero que seas mi compañero de viaje y que nunca nos separemos, que mis hijos te llamen tío y que los tuyos me llamen tía, que sin importar lo que ocurra siempre estemos el uno para el otro y que nadie pueda separamos. 

 El pequeño no dudó y tomando la cuchilla atravesó la parte delicada de su piel dejando que un leve hilo de sangre corriera por su mano mientras la sostenía en forma vertical.

—Acepto el pacto, quiero que seas mi hermana mayor, quiero cuidar de ti en todo momento y que en las buenas y las malas estemos juntos, que nadie pueda alejarnos y que si llegamos a separarnos encontremos las forma de reunirnos. 

 Danielle comenzó a llorar al escuchar eso y sin pensarlo corto también su mano y extendió su brazo hasta tocar la mano de el niño. Hecho esto, una luz brillante envolvió ambas manos y fue como si la sangre de Dorian corriera dentro de las venas de Danny, y la sangre de Danny corriera por las de Dorian, ya no eran solo dos niños solitarios, ahora eran un par de hermanos.

Ya no existía un futuro donde estuvieran separados, porque no podría existir Danielle sin Dorian y no podría haber un Dorian sin Danielle. El destino los había juntado por alguna razón y nadie, salvo la muerte podría separarlos. 

Un vez hecho el pacto, ambos retiraron sus manos, Danny sacó dos vendas de el estuche y cubrió las heridas de Dorian quien a su vez, colocó una venda sobre las de Danny. 

—¿Ahora que haremos? —preguntó el nuevo Zaščitni. 

—Iremos a alcanzar a nuestra prima en su viaje —sacó la aguja dimensional que Sam le había guardado y dijo —Tenemos que romperla juntos para que pueda funcionar —dicho esto le ofreció la mitad de dicha aguja y cuando el la tomó pronuncio en voz baja —A la cuenta de tres lo hacemos, ¿vale?

—Vale. 

—Uno. 

—Dos. 

—Tres..

 

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