De Mateo se podían decir muchas cosas, menos que fuera un purista de la sangre o quién odiada a los shizen. Eran más bien las amistades con las que se rodeaba, las que hacían las bromas indebidas sobre ellos.
La pasada guerra de los Le pontifice contra los Delacour por el control de Svemir fue algo muy conocido entre los shibō, pero muy lejano a ellos. La propaganda decía que ellos nunca dañaban de quién tomaban la sangre para vivir, y que pagaban bien por un litro o dos. Casi nadie sabía los verdaderos negocios fuera de su respectivo territorio, pero era bien conocido entre las altas esferas, que se dedicaban en abastecer de nuevos esclavos.
Tan poca era su participación entre la venta de esclavos, que ni ellos mismos sabían quién los había vendido. Es así como nació la propia guerra civil en Draconis, tras la cual, muchos de sus partidarios emigraron a Lindsey, y llevaron consigo aquellas ideas de supuesta libertad.
Tales ideas pronto llegaron a las personas entre los músicos y esa noche, dos semanas después de su último encontró con Sam, justo cuando Mateo se preparaba para tocar. Uno de ellos se acercó a él con una estrella de papel en la mano.
—¿Ya pensaste en la oferta?
—No hay nada que pensar.
En los últimos meses habían insistido en que se uniera al partido. Pero sus ideas no le gustaban. Mateo no creía necesario la creación de una nueva luna roja, pensaba que solo traería la ruina y más pérdida de derechos para los de su raza. Pero poco imaginó lo que esa noche pensaban en hacer, tampoco se dio cuenta de un pequeño detalle, y es que mientras él estaba distraído, la misma estrella de papel, esa que representaba a los rebeldes fue puesta dentro de su violín.
***
Mientras tanto, en uno de los palcos. Sam esperaba que la función pudiera comenzar.
Tenía confianza en que la noche resultaría bien, que Mateo podría triunfar en su carrera y que recibiría todo el reconocimiento que merecía.
Había soñado tanto con eso, que no paraba de enumerar todas las posibilidades y estaba tan distraída, que no se dio cuenta de que estaba acompañada, hasta que una voz la sacó de su ensoñación.
—¿Y si toca bien?
La pregunta hizo que Sam se diera la vuelta, solo para encontrar a Aline, quién sostenía un bebé de dos años en brazos.
—Deberías averiguarlo.
Sam se hizo a un lado para darle espacio junto a ella.
—Bien, pero ayúdame con este niño —dijo ofreciéndoselo —Mi hermana lo envió para ti, dice que necesitas practicar antes de que llegue el tuyo.
Las sacerdotisas ya sabían el secreto de Sam y más de una estaba emocionada por una nueva generación de criaturas con las que sus hijos podrían crecer. Más cuando Aline les informó que Sam estaría pronto libre de la maldición.
—Oh, que bonito —Sam sostuvo al niño con un brazo y se llevó la mano libre al vientre —Espero tener muchos de estos.
—Los tendrás —Aline se puso junto a ellos y observó a los músicos que ya se reunían para tocar —¿No te estás tardando para decirle? —agregó al ver cómo Mateo entraba con el violín en la mano.
—Le diré después de la función.
—Es lo mejor —Aline le sonrió —Así alguien más podrá ayudarte con la ropa de tu cachorro.
Las alas de Sam cada día se ponían más blancas cuando dejaba de esconderlas y no podía estar más feliz por el futuro miembro de la familia. Pero para Sam, dar a conocer su identidad a Mateo sería algo largo de explicar.
***
Mateo estaba impresionado con los Shizen que se reunían para verlos tocar. A los shibō no se les permitía estar cerca de ellos a menos que fueran parte de las sacerdotisas o que pudieran dar un buen espectáculo, y ese día esperaba dar uno digno de su presencia.
—Están ahí.
—¿De que hablas? —preguntó Mateo a su amigo.
—De las sacerdotisas —le indicó Javier, su mejor amigo y quién presumía haber metido mano para que pudiera tocar con ellos.
Mateo las vio. Estaban en un palco cercano al escenario, con sus relucientes capas puestas y una de ellas sostenía un bebé con ropas bordadas en oro, quizás un shizen de la realeza, aunque no era normal que ellos presentarán a sus bebés en público.
—Míralas —se quejó Javier —No son más que esclavas de los shizen y aún así, se atreven a ponerse sobre nosotros.
Mateo lo ignoró. Una de esas sacerdotisas parecía muy conocida y no fue hasta que el niño le bajó la capucha, que reconoció a su amada pelirroja.
Sam se sonrojó cuando sus miradas se encontraron. Tenía planeado encontrarse con él después de la función, pero al verse descubierta, no le quedó más que sonreír y saludarlo.
Mateo hizo una reverencia que desconcertó a Javier y esa noche tocó el violín como nunca en su vida, e incluso algunos dicen que pasaba las cerdas del arco contra las cuerdas del violín con la misma intensidad en la que estaba enamorado de Sam.
Nunca se sintió tan emocionado como en aquel día y estaba por tocar la última nota, cuando algo interrumpió su felicidad. Y es que entre el público que lo escuchaba, comenzaron a surgir gritos del más vivo temor.
Mateo alzó la vista al palco de la realeza, solo para encontrar que la otra sacerdotisa se estaba llevando a Sam, y que muchos de los músicos y otros asistentes arremetían con espadas de hierro contra las familias de Shizen que habían acudido por el espectáculo.
No pudo hacer nada más que quedarse mirando, hasta que vio a uno de ellos agredir a una madre que protegía a su pequeño hijo y se bajó del escenario.
—¡Suéltala! —le gritó a Javier, pero nada pudo hacer, pues, para cuando llegó, la sangre de la madre ya formaba un charco.
El niño temblaba de miedo como si estuviera viviendo su más terrible pesadilla, y eso fue lo único que Mateo vio antes de recibir un golpe en la cabeza.
Capítulo VIII: Rosas marchitas
De la luna roja que vivió, Sam recordaba muchas cosas y dos de esas, eran el aire frío que le hería las mejillas y la mano de Aline guiándola por el bosque a un lugar seguro.
Solo que, cuando despertó después del concierto, Aline ya no estaba a con ella. Nunca volvería a escuchar su voz dándole consejos, ni su risa cuando recogían flores en los jardines del santuario. No importaba si había cumplido la misión de protegerla como las otras sacerdotisas decían. Aline era su persona, era quien la había criado. Quien le dio lo mejor de su vida y quien nunca tuvo un cachorro propio para poder cuidarla bien y fue la única persona a la que Sam no pudo proteger.
Quizás por eso, la mañana del juicio se levantó temprano, lista para matar con sus propias manos a todos los que tuvieron algo que ver con aquel ataque.
Nadie cuestionó cuando la vieron entrar al salón del trono y tomar su puesto a un lado de su madre.
—Pronto tomarás mi puesto, será mejor que te conozcan —fue lo único que le dijo Elena.
Sam tenía puesta una capucha negra que usaba para cubrir su rostro de todos esos traidores, pero que dejó caer al suelo cuando su madre se lo indicó.
El salón del trono se llenó de murmullos al fin conocer a su nueva lastnik. Más cuando los amigos más cercanos de Mateo se dieron cuenta de quién se trataba y notaron el vientre abultado que ya ni los vestidos alcanzaban a ocultar.
Sam evitó mirarlos. Aún si no estaban involucrados sabía bien de sus andanzas y no quería ver cómo la juzgaban.
—Demos inicio a esto —Elena Bathory no estaba de humor para rodeos. Quizás no tenía mucho apego a Sam, pero en sus ojos veía el mismo dolor que ella pasó con quién fue su primer y único amor —Durante la guerra fueron asesinados muchos de los nuestros, pero hasta la fecha, nunca imaginé que vería otra luna roja —se levantó del trono con un látigo en la mano —No solo hemos perdido soldados que trataban de ayudar. También hemos perdido nuestro futuro —se detuvo un segundo para mirar a los más de veinte traidores que esperaban encadenados —Han matado a nuestros hijos por última vez, eso se los puedo jurar.
El público, en su mayoría compuesto por familiares y amigos de los condenados se mantuvo en silencio, sabiendo bien lo que les esperaba.
—Ven querida, que esta sea tu primer sentencia.
Volteó a dónde estaba Sam y esta comprendió lo que se esperaba de ella. Avanzó insegura y recibió el látigo de sus manos. Nunca se sintió más triste que en aquel momento, pero cuando le pusieron frente al traidor que le quitó a su guardiana, no pudo contener la maldición que yacía dentro de si y sus alas se desplegaron, mostrando un profundo color negro.
Nadie la detuvo, tampoco es como lo pudieran hacer, cuando las garras surgieron y metieron la mano en el pecho del músico para sacarle su corazón sangrante.
Solo Mateo, quién se encontraba entre los traidores, pudo verla a los ojos. Tenía muchas preguntas que no tendrían respuesta, pues a pesar de ser inocente, nadie lo escucharía.
Y cuando ella sostuvo el corazón con su mano, fue cuando la maldición volvió a su interior y se dio cuenta de quién estaba viendo lo que hacía. Ya no valía la pena darle alguna explicación, pues si tanto odiaba a los de su raza, entonces Mateo no valía la pena como pareja y padre de su bebé.
***
Los siguientes años fueron eternos. O al menos así los sintió Sam. Dar a luz incluso fue más fácil que soportar la soledad y las miradas llenas de pena que la servidumbre le lanzaba.
Era demasiado joven para las tareas que debía interpretar. Incluso ser madre era algo con lo que debía lidiar sola. Las leyes, implementadas después de la primer luna roja, decían que ningún sirviente o extraño debía ver a los hijos. Solo la madre o el padre debía atenderla, y como aquella niña no tendría un padre, digamos que todas las tareas recayeron sobre ella.
Sam a veces se sentía enojada con Mateo. Odiaba repetir el mismo ciclo que ella vivió con sus padres, y justo en eso pensaba en la noche cuando Giovanni rechazó seguir el cortejo.
Y es que no todo es lo que parece. En este mundo nada es blanco o negro. Todo está cubierto de un gris sucio y a veces, solo hay que seguir lo que el destino trae para ti. O al menos, ese era el pensar de Giovanni, quien nunca se imagino en una situación así.
Nunca esperó que su persona destinada ya tuviera su corazón en otro lado, pero al menos debía intentarlo.
Al salir de la habitación se dijo que no la tocaría a menos que ella diera permiso. Que nunca más estarían en una situación así, y que, al menos trataría de ser un buen esposo.
Eso fue lo que intentó las siguientes semanas, pero sin mucho éxito. Intentó tener citas con Sam, pero ella nunca se mostraba feliz con su cortejo, y estaba por rendirse, cuando una noche escuchó como alguien tocaba música en un jardín.
—¿No es tarde para que estés aquí? —preguntó a una niña rubia que sostenía el violín y que él reconoció como la hija de Samantha.
—Lo sé —fue la única respuesta que obtuvo antes de que ella comenzará a guardar sus cosas y destensara el arco.
—¿Dónde están tus ayas? —Giovanni quiso saber mientras se acercaba al centro del jardín.
—No tengo, mamá es la única que me cuida.
¿Cómo era eso posible? Ninguna lastnik sobrevivía sin ayuda con sus hijos, y ver qué la niña parecía tan sería y solitaria, le hizo saber lo mucho que Samantha necesitaba tiempo libre para dedicarle.
Por su parte, Juliette le tuvo miedo en cuanto lo vio. Giovanni era el primer hombre que veía en persona, salvo por los guardias que, cubiertos de metal, nunca mostraban sus verdaderos rasgos. Por eso mismo se apresuró a guardar el violín en cuanto notó que no se iba.
—Permíteme buscar una sirvienta que pueda llevarte.
Una oferta de paz, al menos eso parecía para él. Pero Juliette la rechazo.
—Está prohibido.
Y antes de que Giovanni pudiera decir algo, extendió sus alas blancas y se alejó del jardín, dejando atrás el violín y su respectivo arco.
—No lo tomes personal.
Giovanni volteó solo para encontrarse con Sam, quién veía como su hija se alejaba.
—Ella es así con todos.
—¿Incluso con usted? —quiso saber.
—No.
—Bueno, usted es su madre. Es normal que le tenga confianza.
Sam parecía incomoda con su presencia, aunque ya estaba resignado a eso. Se había resignado a vivir una vida de soledad junto a su destinada, pues aunque ella no lo quisiera de esa forma, él era feliz a su lado.
—Hablaré con ella —comenzó a decir Sam, pero el tono indicando la llegada de un mensaje la distrajo —Disculpe.
Dio una mirada rápida a su celular y lo entendió. Debía irse antes de que fuera tarde.
—No hay problema ¿me permite acompañarla a su habitación?
Sam negó.
—Mi madre pide que me presente ante ella.
—Oh, está bien.
Dos rechazos en una sola hora eran todo lo que Giovanni podía tolerar, por lo que la dejó irse tal y como ya estaba acostumbrado.
***
Para Sam las cosas nunca fueron fáciles cuando se trataba de pasar los veranos con su madre. Pero en los tres años antes de la segunda luna roja que vivió se le vio más feliz, incluso más cordial con ella, y por un momento, quizás solo por uno, la lastnik pensó que su niña estaba pasando por un momento de madurez. Al menos así fue, hasta que un descuido de Sam, Elena vió esa pequeña marca en su cuello y allí fue cuando comprendió lo que estaba ocurriendo.
Cualquier otro padre puritano hubiera gritado y castigado a su hijo o hija, pero Elena no era así, por lo que ignoró las claras señales de que su hija ya no era virgen y continúo con su día.
Aún así, no pudo sacarse aquel hecho de la cabeza y aunque eso no fuera de su incumbencia, todavía le quedó la duda de quién pudiera ser el novio de su hija. Porque si algo tenía claro, era que las mujeres de su familia nunca se entregaban a ningún extraño y mucho menos por mera diversión. También vió las plumas blancas en sus alas, signo de que Sam sería libre de todo eso y tuvo esperanza de que al fin podría irse sin remordimientos. Pero al llegar el juicio, todo esperanza murió.
Y esa noche, justo cuando al fin la maldición se la estaba llevando, no podía pensar en otra cosa que no fuera las señales que pasó por alto.
—¿Madre?
La voz de Sam, quién esperaba indecisa en la puerta, la sacó de su pensamientos.
—Ven aquí —ordenó recostada en su sofá favorito, al ver qué no se animaba a entrar —Necesitamos hablar de tantas cosas...
Sam se acercó temerosa de lo que su madre pudiera hacerle y casi estuvo a punto de huir cuando sin querer, Elena le rasguño el rostro y una gota de sangre corrió por su mejilla.
—Lo siento...
—Es mi culpa, majestad.
Sam tomó su pañuelo para limpiar la sangre. Ya era costumbre que hiciera eso, pero nunca antes había obtenido una disculpa.
—Una hija no debería decir eso cuando la madre tiene la culpa —Elena podía sentir como el fin estaba cerca. Pero no se iría con ese secreto a cuestas y con su mano le indicó que se recostara junto a ella —Ven. Hay algo que quiero entregarte.
Para Sam fue difícil obedecer, pero le dio un voto de confianza y se unió a su madre en el sofá.
Tanta cercanía con le hizo dudar sobre las intensiones y se mantuvo tensa, pero Elena la abrazó como si de una niña se tratara y Sam, aunque lo dudó al principio, no tardó en corresponderle.
—Es mi último día —comenzó a decir, pero su voz estaba cansada —La maldición me llevará hoy, mas no quiero que estés sola —no la quería soltar, pero tuvo que hacerlo para alcanzar un papel que había dejado a su lado —Giovanni es un buen partido, pero se que no es a quien tú quieres.
Le entregó un papel, uno donde exoneraban a Mateo Aragón de todos los cargos en contra suya, y Sam casi quiso llorar al darse cuenta de que él nunca estuvo entre los traidores.
—¿Desde cuándo sabes eso? —preguntó a su madre.
Elena Bathory sentía como sus ojos se cerraban, pero no podía irse dejando sin respuestas a su hija.
—Hace dos días uno de los traidores confesó todo...
Sam suspiró. Ya no valía la pena reclamar por todo eso, solo quería algunas respuestas.
—¿Alguna vez pensaste volver con mi padre? Podían romper la maldición...
—No —fue una respuesta clara. Una que Elena parecía tener años guardada —Mi relación con Jacob nunca fue de ese tipo. Dolió su traición, pero... Él nunca fue mi destinado.
A Sam le dolió más de lo que pudo imaginar. Haber nacido del intento por ser una familia feliz y romper la maldición era una cosa, pero saber que estuvo condenada desde el principio fue algo muy diferente.
—Eso fue egoísta —dijo sin pensar.
—Pero aquí estás —tener a Sam en sus brazos le hizo pensar en todas las malas decisiones que la llevaron a ese momento en específico, y por primera vez en muchos años, las mejillas de Elena Bathory sintieron el sabor salado de las lágrimas —Y eres lo mejor que tuve en esta vida.
Había desquitado su propia tristeza y opresión contra su hija. La odió tanto por no ser de su primer amor, que casi le arruina la vida, pero al estar así, justo como se negó hacer cuando ella nació, la hizo sentir culpable por sus malas acciones.
Sam ya no podía decir nada. De alguna forma podía entender a su madre. No por haber vivido lo mismo, sino, porque de alguna forma, su hija también fue producto de un capricho.
—¿Que hago, mamá? —Sam cerró sus ojos, ya no podía seguir conteniendo sus propias lágrimas —No quiero casarme con él.
—Entonces huye. Llévate a Juliette y...
Ya no pudo seguir. Sus últimos segundos de vida fueron en decir esas palabras y Sam pronto lo notó, pues la maldición de los Bathory se transmite de madre a hija, y aunque ella la sintió desde joven, nunca imaginó el enorme peso y tristeza que cayó sobre si cuando esta abandonó a su madre.
Era como la mezcla de muchas s llenas de dolor. Cómo la recolección de todas las lágrimas transmitidas de generación en generación y fue entonces cuando se prometió romper con ese ciclo.
Capítulo IX: Una elección
En lo solitario de las mazmorras, incluso allí, donde las noticias del palacio casi nunca llegaban, podía sentirse que sería un día diferente. Pues pocas veces alguien, que no fueran los guardias, ingresaba en aquel solitario lugar ¿y que sorpresa sería si aquella no era más que la misma lastnik de Lindsey? Quien, aún con sus ropas de diario, podía resaltar entre aquel entorno lleno de suciedad.
—¿Qué hace ella aquí? —preguntaban los reclusos, quienes no podían si no mantener la cabeza gacha ante Sam o el castigo sería terrible.
Y es que el avance de la lastnik, aunque cauteloso, parecía seguro de lo que estaba por hacer. Solo pocos sabían porque estaba allí y no se sorprendieron cuando la vieron detenerse ante la celda de un recluso que ya tenía varios años entre ellos.
—Mateo Aragón… —dijo Sam casi susurrando.
—¿A que debo su presencia, mi querida señora? —preguntó el recluso casi con ironía.
—No has cambiado mucho —Sam casi sonrió, pero ignoró la pregunta —para este tiempo pensé que serías diferente.
—¿En qué sentido? —volvió a preguntar él —no hay nada que hacer aquí más que ver pasar las estaciones.
—Será mejor que hablemos en un lugar más privado —Sam abrió la puerta de la celda y fue hasta a él —Aquí hay una multitud que podría escucharnos.
Quiso apartar la mirada de aquel hombre, pero había algo en él que aún la inquietaba. Como si los años separados no hubieran transcurrido y aún fuera la adolescente hormonal que se rendía ante sus caricias.
—Me parece bien —dijo él con una sonrisa traviesa al ver como ella parecía dudar de sus acciones.
Sam se acercó a él para quitarle las esposas, pero al rozar sus manos sintió como si una corriente la atravesara y sin quererlo, pasó parte de sus pensamientos a su antiguo enamorado.
—Así que fue una niña… —dijo él al procesar lo que estaba ocurrido.
—¿Cómo lo sabes? —Quiso saber Sam.
—Las noticias llegan incluso a estas zonas de tu palacio.
Mateo alzó ambas manos. En ellas llevaba unas esposas que le impedían alejarse de su lugar habitual en la celda.
—Su nombre es Juliette —dijo Sam acercándose a él, aún algo incómoda ante la situación.
—¿Cómo es? —quiso saber Mateo.
—Ella se parecen a ti, pero tiene el cabello rubio como mi abuela —le respondió quitando las esposas de sus manos —Eh… Quizás debas seguirme, hablaremos de eso más tarde —agregó mientras lo guiaba fuera de la celda.
Mateo la miró un segundo antes de seguirla. A sus ojos, ella era incluso más bonita que en la época donde se conocieron. Era como si los años le hubieran dado algo más ¿Pero que era? Él no lo sabía. Solo era consiente de que había algo diferente, algo que la hacía mucho más atractiva a sus ojos.
—¿Y bien? —se atrevió a preguntar cuando estuvieron en una pequeña sala de la prisión —¿A qué se debe esta visita?
—Te he traído esto —dijo Sam refiriéndose a unos papeles y un paquete de ropa que estaban sobre la mesa —Hoy se te declara inocente de todo cargo.
—¿Después de cinco años? —preguntó Mateo alzando una ceja —El tiempo transcurre muy lento dentro de esta prisión ¿sabes?
A pesar de su tono, él no le guardaba rencor por tantos años encerrado.
—Nunca quise que termináramos así.
—Lo sé —Mateo sonrió de forma amarga y tomó el paquete de ropa —es solo que acabo de confirmar que soy padre de una niña.
Sam entendió lo que quería decir. En esos años nunca pensó en enviar una nota o visitarlo, pues pensar que él perteneció a esos rebeldes que organizaban las lunas rojas fue demasiado para ella.
—Durante mucho pensé que no querrías saber de ella —Sam le reclamó con el corazón roto —Siempre me diste a entender que odiabas a los shizen y que nunca tendrías una esposa que fuera como ellos.
—Me mentiste, ¿Cómo esperabas que…? —Mateo se detuvo a media frase, ya había arruinado muchas cosas en su vida y nada ayudaría si la hacía enojar —Quiero verla, al menos quiero verla una vez.
—La ley dice que no puedes hacerlo.
—¿Qué? Mi sangre corre por sus venas ¿Acaso me odias tanto como para negarte?
—No te odio —Sam suspiró —es solo que la ley es así, y ella… Mateo, sabes muy bien para que es esa ley, además, ella no sabe nada de ti y mi madre piensa que no serías buena influencia.
—¿Ahora soy una mala influencia? —Mateo se acercó a ella y vio la herida en su rostro —¿Ella te hizo esto? —acarició la mejilla de Sam y de nuevo ella se estremeció ante el contacto de sus dedos.
—Eso… Eso no es relevante —retiró la mano de Mateo de su rostro y dio un paso atrás —.
—Claro que lo es —dijo Mateo, herido por el rechazo de Sam —nunca le tuviste miedo a tu madre ¿y ahora dejas que te maltrate?
—Eso fue antes… —replicó Sam —solo era una niña tonta y rebelde —se detuvo un segundo antes de añadir —Bien, aquí está tu ropa, puedes irte cuando quieras.
—¿Vas a salir con eso? —se acercó de nuevo a ella, pero Sam dio de nuevo un paso atrás —¿Ahora te repugna mi contacto?
—N—no —Sam tartamudeo.
—Cuando estábamos juntos… —comenzó a decir.
—¡Tenía dieciocho años!
Sam lo miró a los ojos y sintió como su mundo se derrumbaba al derretirse por esos ojos color miel que tanto había amado.
—Está bien —Mateo se alejó de ella, pero no apartó sus ojos de los suyos —pero al menos permíteme verla.
—La ley dice que…
—¡No me importa lo que diga esa estúpida ley!
Ambos guardaron silencio durante un largo rato hasta que Mateo lo rompió.
—Bien —Mateo tomó el bulto de ropa y comenzó a desvestirse —haz lo que quieras.
—Eso no es adecuado —dijo Sam cerrando sus ojos.
—Creí que tu “Clase” no tenía moral —tomó la camisa que estaba sobre la mesa —¿O no son famosos por tener varias parejas?
—Eso yo no lo hago, quizás mi prima… Pero…
—¿Tú prima? ¿Y yo soy la mala influencia?
Mateo terminó de vestirse y finalmente Sam se atrevió a mirarlo.
—Es la ley…
—La ley también dice que los padres también tienen derechos sobre sus hijos, no solo las madres.
Sam se quedó callada y bajó la mirada.
—Eso… Eso también es cierto. Pero…
—Pero nada, debiste haber pensado en esas reglas antes de meterte con un shibō y procrear con él —Mateo sacó un cigarrillo de su antiguo uniforme y lo prendió —Mira, vienes aquí, con tu porte de “lastnik” y tus “buenos modales”. Esperando… ¿Qué? Ni siquiera vas a dejar que vea a nuestra hija.
—Creí que nos odiabas… —Sam ya no soportaba la situación, se sentía débil y algo mareada por el estrés que la situación le estaba provocando —Y cuando…
—No te odio, nunca podría odiarte.
Mateo se acercó a ella y la abrazó. Está vez Sam no se alejó de él, en cambio, temerosa correspondió al abrazo de quién fue su primer amor.
—Te amé desde el primer momento en el que te vi —añadió Mateo disfrutando del momento, hasta que sintió como su camisa comenzaba a humedecerse por las lágrimas de Sam —No llores, no quiero verte llorar.
—Lo siento tanto… —Sam respondió entre sollozos —nunca quise que llegáramos a esto.
—También es culpa mía —Mateo suspiró —si tan solo hubiéramos hablado antes.
Sam sabía a qué se refería. La falta de comunicación había provocado todo eso. Pero ahora no había nada que hacer.
—Ojalá pudieras llevarte a Juliette —dijo con lágrimas corriendo por sus mejillas —no quiere que se repita el ciclo.
Mateo se apartó un poco de Sam y la miró a los ojos.
—Te prometo que volveré por ella.
—Confío en ti —Sam se soltó de él y ambos disolvieron el abrazo.
—¿Vendrías con nosotros? —preguntó con algo de esperanza.
—Sabes que no puedo —la voz de Sam se estaba quebrando por su propia realidad y bajó la vista para no ver como rompía el corazón de Mateo.
—Estaré donde siempre —Mateo tomó sus papeles y se acercó a Sam para darle un último beso.
La casa de Micah, esa dónde en todas estaciones había rosas. Allí podría entregarle a su hija.
—¿Lo prometes?
Sam estuvo tentada de abandonar todo e irse en ese mismo momento con él, pero entonces podrían ser buscados por Giovanni y les quitarían a Juliette.
—Solo si tú prometes guardarme un último beso —se despidió Mateo.
Sam lo vio irse y estuvo a punto de romper a llorar. Pero no debía permitirlo, al menos no en esa cárcel donde alguien podría escucharla.
Por su parte, Giovanni había esperado mucho para entrar y lo que escuchó había roto su corazón. Aquel dolor nunca lo había sufrido, pues era muy sabido que los kōris solo se enamoran una vez y el que su corazón no estuviera siendo correspondido por la única persona que podría amar le devastó. Aun así, el amor que sentía por Sam era suficiente como para desearle la felicidad, así que esperó el tiempo suficiente, al menos hasta que Mateo se hubiera ido para entrar a dónde estaba ella.
Una parte de él quería reclamarle. Quería hacerle sentir el mismo dolor que estaba sintiendo, pero no pudo hacerle eso. A su pensar, amar no era dañar a la otra persona. Mucho menos cuando esa persona no tenía la culpa de su situación.
Sam se sobresaltó al verlo entrar. —¿C—cuánto tiempo has estado aquí? —preguntó con la voz temblorosa.
—El suficiente —dijo él acercándose a ella.
—Lo siento mucho… —comenzó a decir Sam. Perderlo implicaba muchas catástrofes sobre su país y ni que decir sobre su niña.
—¿Realmente importa? —él le sonrió y llevó su mano a la mejilla de ella —Solo quiero que seas feliz.
Sam no sabía que decir. Tenía miedo por lo que él podría hacer. Pero él no se mostraba molesto, quizás solo herido por la situación en que ambos estaban.
—Te juro que seguiré ayudando a tu país —Giovanni le dio un beso en la frente —Puedes considerarlo un préstamo y después puedes pagarme ¿de acuerdo?
Sam suspiró agradecida.
—Usted es demasiado bueno… —comenzó a decir.
—No sigas —la interrumpió Giovanni —no pierdas tiempo y ve con él.
Sam asintió y fue detrás de Mateo, dejando a un muy desconsolado Giovanni. Pero sabía que ella no era para él, no cuando el corazón de Sam latía por otro.
Después de todo, amar también significa dejar ir.