Canto a una maldición

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Capítulo II: El violinista y la rosa

Cuando Giovanni se fue, Sam se dejó caer sobre la cama. Había sido muy estresante para ella y no pudo evitar pensar en como había llegado a ese punto.

Bueno, si lo sabía. Pues ella misma se labró su destino en una mañana de primavera de 1813, cinco años antes de su compromiso con Giovanni Le pontifice.

Era muy de mañana cuando una sacerdotisa se presentó en el teatro principal de Lindsey y sostuvo una pequeña charla con el dueño.

—¿Es él?

La sacerdotisa sostenía una tableta con un único video, el cuál, aquel hombre miró con desconfianza al violinista que tocaba.

Era poco común que la corona pidiera ese tipo de favor y aún menos común cuando se trataba de algún recién graduado del conservatorio.

—Su alteza lo pidió, es nuestro deber obedecer.

Aquello fue dicho sin mucho entusiasmo por parte de la sacerdotisa, pero no por falta de interés. Las sacerdotisas no tenían por costumbre hablar mucho con otros shibōs. Habían surcado muchas dificultades como para hablarles como iguales a quienes participaron en lo que ellas llamaban "La luna roja". Esa donde los shibō se rebelaron, mataron a casi todos los cachorros, a muchas sacerdotisas y dejaron sin propósito a otras. Y es que si las sacerdotisas se unen por muchas razones a la orden, la mayoría lo hace por la perspectiva de compartir vida y riquezas con alguna cría de los shizen.

Así que, no es extraño que la sacerdotisa Aline quisiera hacer una mueca de disgusto por hablar con un hombre del pueblo, pero no debía si quería seguir teniendo la protección de la princesa.

—Bien... Le permitiré tocar.

Por su parte, el hombre tenía dudas sobre si eso podría funcionar. Era cierto que aquel chico era bueno tocando el violín, pero le faltaba práctica. Aún era un crío que necesitaba más años de experiencia, pero el oro deslizado sobre la mesa y la petición de un miembro de alta cuna le hizo reconsiderar lo que podía permitir en su propiedad.

"Misión cumplida" quiso decirse la sacerdotisa. Pero en lugar de eso, solo asintió y dió media vuelta para abandonar aquel lugar lleno de hombres que le resultaban repugnantes. Pero antes, envío un mensaje a su princesa, donde le anunciaba las buenas noticias de su misión.

Y dicho mensaje no tardó en llegar a su receptora, que resultaría ser la misma Samantha Bathory.

Ese día en específico, ella despertó en la habitación de Mateo Aragón, quién resultaría ser su amor de verano, o quizás no. Después de tres años casi viviendo juntos no se les podía considerar un simple amor de verano.

En ese tema, es decir, que una pareja viviera junta antes de casarse, era muy común en Lindsey. Las parejas solo tenían que llenar un papel indicando que vivían juntos y eran libres de mudarse juntos. Algo resultó benéfico para Sam, quién cada día, desde la partida de su honorable abuela, despertaba con pesadillas sobre la luna roja y solo la compañía de Mateo parecía llevárselas.

Pero había días en los que eso no bastaba. Días en los que ella se despertaba temblando de miedo y ese era uno de ellos.

Sam despertó sobresaltada. Intentó levantarse de la cama, pero algo la sujetaba de la cintura y casi estuvo a punto de gritar por el miedo, cuando recordó de quién se trataba y se tranquilizó.

Respiro profundo y el suave aroma de Mateo llegó a ella. Se sentía tan cómoda en sus brazos, era como si nadie pudiera lastimarla cuando él estaba a su lado y aún si las pesadillas seguían siendo horribles, y no la dejarían dormir más, nada importaba si al menos podía disfrutar de un día más con él.

—¿Ocurre algo? —preguntó Mateo despertando del sueño y dándose cuenta de lo asustada que estaba Sam.

—N—no —ella se dio la vuelta y se acomodó en el pecho de Mateo —Solo fue un mal sueño.

La desnudez de ambos no parecía incomodarla y una pequeña mancha roja en la sábana daría testimonio de lo ocurrido la noche anterior.

—¿Estás segura? —quiso saber mientras volvía a abrazarla.

Si había algo que a Mateo le gustaba, eso era ver cuándo Sam se quedaba en su casa. Pero no, no era solo por algo más allá de lo indebido, sino que ella le parecía un ser hermoso, alguien que podía contemplar durante horas y del que jamás se aburría.

—Si —mintió Sam cerrando sus ojos e intentando volver a dormir. O al menos, esa era la idea hasta que escuchó que un mensaje había llegado a su celular.

Esa seguro sería Aline con las buenas noticias. Así que se levantó de la cama, dejando los cómodos brazos de Mateo, y fue a revisarlo.

Casi sonrió al darse cuenta de que sus planes fueron un éxito, hasta que vio lo tarde que era.

—Tengo que irme —dijo con pesar mientras recogía su ropa del piso.

—¿No podrías quedarte un poco más? —pregunto Mateo también levantándose de la cama —Podríamos desayunar juntos.

—Me gustaría hacerlo —le respondió Sam poniéndose el vestido blanco y la capa que una sacerdotisa le había prestado —Pero mi madre me necesita en casa.

Eso era razonable para Mateo. Puede que él no tuviera familia, pero entendía hasta cierto punto lo importante que era la orden de sacerdotisas para Sam. Quizás, la única familia que había conocido.

—Está bien —se acercó a ella y Sam se acomodó de nuevo contra su pecho, algo que Mateo aprovechó para abrazarla —Te estaré esperando.

Sam no quería irse, pero si desaparecía más de tres días de su hogar, Elena Bathory la haría buscar por todo el país y que su rostro se diera a conocer al público, no era algo conveniente para ella. No cuando había ocultado a Mateo su origen y presentándose como una shibō nacida entre las sacerdotisas, pues sabía que entre los amigos de Mateo había un odio profundo hacia los de su clase.

—Solo serán dos semanas, lo prometo.

Ya era tiempo de irse, así que Sam se soltó de su agarre y le dio un beso corto en los labios.

 —Adiós amor.

Mateo la dejó irse mientras veía como la capa ondeaba en cada paso que daba. Y cuando ella ya no estuvo en la habitación, recibió un mensaje urgente del teatro, donde le daban la oportunidad de presentarse junto a la orquesta.

Nunca se sintió más feliz que en ese momento, pues solo significaba una cosa y era, que después de tanto tiempo ahorrando, al fin podría comprarle un anillo adecuado a su novia.

 

***

 

—Al fin te dignas en aparecer —fue la bienvenida que recibió Sam cuando entró por la ventana de su habitación.

—Lo siento tanto —comenzó a disculparse, pero Aline le interrumpió.

—Da igual, fue divertido pasar tiempo fuera del santuario.

No quería darle preocupaciones a Sam, pero pasar tiempo cerca de cualquier shibō era menos que divertido.

—¿Y como te fue a ti?

Aline tenía en sus manos una bandeja con la fruta favorita de Sam, de la cual estaba comiendo.

—Bien.

Sam se quitó la capa. El vestido, aunque bastante discreto, aún dejaba al descubierto su cuello y una marca en este, fue lo que Aline no tardó en notar.

—¿Al menos usaste protección?

Las mejillas de Sam se sonrojaron al escucharla, pero después de tantos años conociendo a su guardiana, y sabiendo lo liberales que eran las sacerdotisas, decidió responder con la verdad.

—No.

—Lo que nos faltaba... —Aline dejó la bandeja a un lado, pues había entendido lo que le esperaba a su querida lastnik —Bien, entonces será mejor que comencemos a tejer ropa para tu futuro cachorro —una parte suya estaba feliz por Sam, pues había notado que sus alas, tan negras como el ébano, comenzaban a tomar un tono blanco en las que apenas estaban saliendo. Pero otra, estaba preocupada por la reacción de la futura abuela —Ojalá los shizen no fueran tan fértiles, hay muchas cosas que aún te faltan explorar —añadió mientras se acercaba a ella para ayudarla con el vestido.

Sam la escuchó con paciencia y se miró al espejo.

—No me arrepiento —susurró en un tono bajo mientras Aline le ayudaba con los botones —Así mi madre no tendrá más opción que aceptarlo.

Tenía esperanza de que eso le ayudará con el pesado secreto que ocultaba para Mateo. Quizás también era el fin de aquella maldición que pesaba sobre su familia, una que les causaba la muerte a una edad en que los shizen aún consideraban como juvenil.

—Pondré mis esperanzas en que eso ocurra —Aline terminó de quitarle los botones antes de agregar —Pero ahora ve a bañarte, hueles a shibō muerto.

Sam río al escucharla y fue directo a la tina que Aline había preparado para ella, sabiendo que un futuro feliz le esperaba.

 

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