Las estaciones del amor

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Capítulo III: Últimos detalles

Y al final de nuestros días

 

Para un omega nunca existen más que una sola opción y eso Micah lo sabía, pues su propio cuerpo se lo repetía varias veces al año, pues no era normal en esa época que un omega pasará los quince veranos y aún no tuviera cachorros o una pareja que lo acompañará en la larga travesía de la vida. Y para Micah, nunca existió otra alternativa más que conocer a un alfa y darle varios cachorros, pero nunca imaginó que lo encontraría de una forma tan inesperada. Porque si algo es cierto, es que para los miembros de la realeza, las cosas casi nunca son fáciles cuando del corazón se trata. Pero ese día, cuando la mano de su alfa lo guiaba a través del espeso bosque, Micah pensó que su vida no podía ser más perfecta.

Encontrado a su alfa, no podía esperarles nada más que una vida llena de felicidad y amor. Dónde cada día él podría despertar a su lado y con el paso de las estaciones, ambos serían bendecidos con muchos niños.

 

“Cuando la muerte decida separarnos”

 

A Sam no le fue fácil abandonar su palacio y probar suerte en una abarrotada población de shibōs.

Parecía incluso una casualidad que lo hubiera hecho, pues tan pronto pisó la tierra, una lluvia cálida le dio la bienvenida y le obligó a buscar refugio. Y el único lugar que encontró, fue en donde estaba el otro extremo de su hilo rojo.

Bien, quizás estos relatos parecen algo fantasiosos. Pero no lo son, son incluso más reales que la mayoría de las historias publicadas por la prensa.

Yo estuve allí presente cuando Mateo Aragón bebía una copa en aquel bar de mala muerte, vi como parecía despreocupado como cualquier chico sin futuro, ¿Qué hubiera dicho él si alguien le hubiera dicho que ese día su mundo cambiaría? Quizás se hubiera reído e insultado rotundamente al mensajero, pero eso no pasó. En cambio, él bebió su alcohol tranquilo mientras veía como la lluvia caía, pensando en lo mucho que aún le faltaba por vivir cuando una corriente de aire llamó su atención y una chica extrañamente vestida entró en lo que él llamaba su segundo hogar.

Durante unos segundos ninguno de los dos reaccionó, solo sostuvieron la mirada del otro y fue entonces que un pacto fue sellado; ambas almas estaban unidas como si el hilo rojo del destino las hubiera hecho encontrarse.

No importaban las clases sociales, no importaba si Sam era una sodnik fugitiva o si Mateo estaba en aquel bar gastando lo poco que ganaba en un escape para sus problemas. Ambos parecían dos ovejas extraviadas, dos corazones rotos por una tormentosa vida de soledad y dos chicos a los que la sociedad había despreciado por errores que ellos no habían cometido.

Mateo era de una familia dividida donde perdió a su madre con apenas siete años y a su padre con dieciséis. Ambas pérdidas no habían representado mucho para el muchacho teniendo en cuenta la clase de personas que eran sus padres, un traficante de drogas y una borracha demasiado atenta a sus botellas que a su propio hijo, pero eso daba igual; la gente no los olvido después de su muerte y enfocaron sus crueles palabras hacia el joven Mateo, quien no pudo continuar en los buenos pasos de su abuela —la única persona que cuidó de él —y entró en malas decisiones que aquella mañana de verano lo llevarían a quien sacudió su mundo.

Aquella chica definitivamente llamó su atención; no parecía la típica colegiala que escapaba de su casa, tenía buena ropa —algo extraña, pero de la calidad del material era indiscutible —y parecía confundida ante todo lo que estaba a su alrededor, como si fuera nueva en ese mundo y necesitará a alguien para guiarla. Él sabía que debía apresurarse antes de que alguien más le ofreciera ayuda, no tenía tiempo que perder por lo que hizo una señal para que se acercara a él y tomará asiento.

Sam caminó hacia la mesa donde él estaba y después de tomar asiento al fin pudo hablar:

—Hola, disculpe la molestia. Acabo de llegar a esta zona y...

Mateo no entendía su idioma. Parecía que la mitad de las frases tenían un significado muy diferente al que siempre escuchaba ¿quizás ella venía de un lugar donde no existía el lenguaje vulgar al que estaba acostumbrado? No lo sabía, pero su corazón le dijo que aquella joven era lo que durante tanto tiempo había esperado.

Por otra parte y en su propia época, Henry se detuvo a contemplar las flores que crecían a un lado del camino y pregunto a Micah.

—¿No sientes como si esto ya hubiera pasado antes?

Henry le sonrió antes de responder y Micah pensó que no podía ser mas afortunado, pero es que su encuentro, junto con el de Sam y Mateo, nunca fue al azar, pues en el año 800, la pareja, conformada por Rose y su destinado, se unió en matrimonio y el esposo pronuncio unos votos muy especiales que había escrito para su amada novia shibō.

Los cuales, terminaban con la frase:

 

“Es cuando juraré buscarte, en la siguiente vida”

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