La escritora y sus personajes

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Capítulo IV: Silencio.

La tierra de Aciem nunca fue un lugar del todo fértil. Pero había épocas donde las flores crecían a raudales y los campos producían lo suficiente como para alimentar a su población y era en la primavera, el mismo día, pero antes de que Krínos y Rose se conocieran, cuando una joven alfa se preparaba para pedir matrimonio a su novia. 

—¿Crees que acepte? —había preguntado Aurora a su aya.

—Seria una tonta si no lo hiciera —respondió la mujer que le ayudaba a vestirse —Más bien, debería preocuparse por lo que dirá su padre.

—He pedido una audiencia con él, no creo que se niegue a darnos su bendición.

El entusiasmo era evidente en la muchacha, pero había algo que no dejaba de inquietar a su aya. Las diferencias sociales, aunque en esa época no eran muchas, quizás podrían impedir dicha unión.

—No lo dudo, pero debería prepararse por si algo malo ocurre.

Aurora lo pensó por lo menos un segundo. ¿Y si eso era verdad? ¿Su padre podría rechazar su relación con Rose y obligar a que la abandonará? ¡No! Eso no pasaría, no cuando había pasado meses buscando el anillo perfecto para Rose. No cuando había tenido que rendirse a eso y haber pagado una cantidad ridícula para que hicieran un anillo único. Uno con rosas en bajo relieve y en oro del mismo color de las rosas si estas hubieran sido reales.

—Mi padre no… —estuvo por decir cuando las puertas de su habitación se abrieron y la entrada del naslov fue anunciada.

La aya se apresuro a terminar de colocar el último lazo al vestido que Aurora había elegido para ese día. Por su parte, Aurora inclinó la cabeza ante la llegada del naslov. Aún era una sodnik, no podía mantener la cabeza en alto frente al naslov ni siquiera siendo su hija.

—Mi perfecta creación… —fue lo que dijo el naslov al ver a su hija ya lista para comenzar el día—¿alguien te ha dicho algo sobre este día?

En su mano sostenía una caja pequeña, que el joyero se había visto obligado a entregarle esa mañana.

—No importa quien haya sido, tu actuar a sido impresionante —abrió la caja para sacar el anillo que había en ella —estoy seguro de que el zaščitni de Rhoswen estará complacido.

Aurora escuchó lo dicho sin atreverse aún a mirar lo que su padre tenía en sus manos y solo se limitó a responder.

—Es un honor agradar a su majestad.

No sabía porque le decía todo eso. Pero si había alegrado al naslov, entonces debía estar feliz y si, estuvo feliz hasta que dio una mirada de reojo al objeto en las manos de su padre y vio el anillo que había encargado para su novia.

—¿Es… es un anillo adecuado? —intentó sacar más información —quizás sea… quizás sea muy apresurado para el zaščitni.

Una parte de ella quería creer que el naslov solo estaba complacido por un regalo hecho para sus visitas, pero otra parte entendió de que se trataba toda esa palabrería.

—¿Apresurado? —preguntó él —No, querida hija. Más bien, adecuado. Ya los heraldos han anunciado que tu boda está próxima.

Aurora sintió como si una sensación fría la recorriera al escuchar eso. Como si su peor temor al fin se cumpliera y se quedó paralizada al saber porque su padre se presentaba tan de mañana ante ella.

—Oh… —quiso comenzar a decir —pensé que nos darían más tiempo.

—No —respondió el naslov —el skrbnik de Rhoswen lo trae en persona y saber que un heredero no debe estar mucho tiempo lejos de su tierra.

Aurora asintió.

—Está bien, padre —se mordió la lengua al decir eso —que sea como usted quiera.

—Así será —fue lo último que dijo el naslov antes de salir —Por lo mientras, será mejor que te prepares, ellos llegaron hace poco.

Ella esperó a que su padre se fuera. Solo entonces se dejó caer en los brazos de su aya, sabiendo que lo que alguna vez soñó nunca sería posible.

***

—No me gustó el final —Enya suspiró decepcionada.

Había sido una novela muy corta para su gusto, demasiadas tramas inconclusas para su propio bien ¿pero que más podría decirle a su hermana? Ni siquiera estaba emocionada por saber que excusa pondría, así que extendió su mano a Kira, la madre de Mael, para ayudarla a pasar por un charco.

—Alguien debía quitarla del camino —respondió Erin sin pena mientras fumaba de un narguile —Tan solo mírala, ni siquiera le hizo frente a George.

—Aun así, esto… esto no está bien.

Les había sido fácil entrar a uno de los escondites que llevaban a la habitación de Aurora y escuchado todo. Erin estaba encantada de que su novela estuviera yendo a la perfección, pero Enya estaba molesta por como habían hecho trampa para separar a las muchachas y eso se lo hizo saber cuando ya estaban de camino a casa.

—Sh, si tanto la ama, entonces será en otra vida.

—¿Y no tienes miedo? —preguntó Enya mientras sostenía a un muy dormido Mael.

—¿Miedo de que?

“De que esto se te pueda regresar” Hubiera querido responder Enya, pero Erin estaba muy absorta en ver como se desarrollaba su novela, por lo que sus interrupciones la estaban fastidiando.

—Olvídalo —Enya acomodó a Mael en sus brazos y se dispuso a dejarla atrás.

—¡Bien! —Erin finalmente se enojó con su hermana —pero ya no pienso volver a invitarte.

Enya quería responder que ya no le importaba. Su prioridad ahora era Mael y no estaba dispuesta a dejarlo con Enyd. Además, ya no encontraba diversión alguna en molestar a los shibō con las novelas de Erin. Ahora las veía como la forma más vil de manipular una historia y no estaba dispuesta a seguir con algo así.

La cosa se puso peor conforme estaban por llegar a su hogar, pues Erin no dejaba de quejarse por lo que se estaba perdiendo y Enya casi deseó no entender el idioma como la madre de Mael, quién caminaba al lado suyo y no perdía de vista a su hijo.

Pero cuando se acercaron a dónde vivían con su madre, una voz del interior les ordenó detenerse

—¡No sigan! —gritó una muy asustada Enyd, quién cubría su nariz y boca con un pañuelo —¡la enfermedad volvió!

Erin dio un paso hacia atrás. Sabía muy bien de lo que se trataba y no les esperaba nada bueno a los que estuvieran expuestos durante mucho tiempo.

—¿Quién está enfermo? —quiso saber Enya —¿mamá está bien?

—Váyanse —ordenó Enyd —no vuelvan hasta que sea seguro.

Por primera vez, Enyd mostró tener algo más que odio en su corazón. Aquel era el final de su vida y como único acto de amor, señaló hacia el granero, donde June las esperaba junto a una carreta donde había subido a sus hijos.

—Erin, llévate a los niños. No dejes que se contagien.

Ella asintió y tomó la mano de Enya, quién ya estaba muy asustada como para moverse de ahí. No había tiempo que perder, así que la subió junto a sus sobrinos y por primera vez, en muchos años. Erin sintió miedo del futuro.

 



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