~Friday Night~
— Un día agitado desde temprano, preparativos, personas van y vienen, autos lujosos dejando regalos costosos, parecía todo una fiesta de la realeza, sin embargo estaba solo un poquito lejos de la realidad, Angelina Wick, hija del dueño del bajo mundo de las calles de Nueva York, Antonio Wick, un hombre que apesar de su carácter frío y distante amaba a su única hija por sobre todas las cosas, celebraba por todo lo alto la graduación de la universidad de su princesa, había alquilado el club completo durante toda la noche y pagado al mejor dj de la ciudad para que tocará, sus colegas de la mafia enviaban sus muestras de cariño a la chica y otros tanto se presentaban a darles las bendiciones.
Angelina se sentía en el cielo, siendo llenada de regalos y cariño, su rostro estaba completamente iluminado por la gran sonrisa en sus labios, paso alrededor de cuatro horas arreglandose para verse aún más guapa que siempre, su cabello iba lacio y suelto con algunas leves ondas, llevaba un conjunto de Dolce & Gabbana negro y blanco con tacones negros de charol, maquillaje de fiesta, sin olvidar el detalle de la tiara obsequiada por su padre.
A las ocho y media de la noche estaba completamente lista y llegando al lugar en la limosina, el sonido de la música se oía hasta la calle, cuando hizo su entrada confeti cayó y su canción favorita sono, haciéndole gritar de emoción y dirigirse a la pista de baile, moviendo sus caderas al ritmo de la música, estaba ansiosa por ver a Karma a sus hermanos, ella los había invitado personalmente y esperaba que ya hubiesen llegado al lugar sin problemas.—

ᴀɴɢᴇʟɪɴᴀ ᴡɪᴄᴋ
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Diomedes Kourós
Bebía en la barra un whiskey seco doble, una bebida fuerte que a él apenas le hacía cosquillas en la garganta mientras esperaba la llegada de la muchacha, admirando a los más jóvenes que se divertían sin preocupaciones, disfrutando de la vida, mientras aguardaba el mensaje de uno de sus emisarios con noticias de su último encargo.
—Otro igual —dijo al bartender con la voz ligeramente alzada para que este pudiera escucharlo por encima de todo el bullicio, entregándole la copa. El hombre asintió y extendió la mano para tomar el recipiente y rellenarlo.
Hubo un momento en el que la música se interrumpió repentinamente y comenzó a sonar una mezcla que anticipaba el arribo de la recién graduada, haciendo que los presentes se reacomodaran en la pista según las instrucciones del asistente de Antonio y Angelina al momento de su llegada. Los técnicos de luz cambiaron la configuración, ajustando los reflectores en una combinación de blanco cálido y diferentes tonalidades de azul que, entre el neón y los cristales cuidadosamente dispuestos en la decoración, le daban al lugar un toque de misticismo abstracto, con resplandores fractales que creaban patrones caleidoscópicos en el ambiente.
—Carajo, Kass, ¿dónde estás? —Diomedes se quejó en voz baja, buscando entre la multitud a su hermana menor. No sabía si se encontraba indulgiendo en alguno de sus vicios, lo que lo llevó a beberse de un solo trago lo que quedaba en su vaso.
«Encontré un viejo amigo entre los invitados» —escuchó decir a Karma, quien, a pesar de la dureza en su mirada, mantenía un semblante calmado—. «Se retiró algo indispuesto».
El cabeza de los Kourós alzó una ceja mientras veía a la joven limpiarse del puente de la nariz un trazo de salpicadura que brillaba bajo las luces ultravioleta. Sabía que no era otra cosa sino sangre, pues el fluido despedía un olor dulzón y férreo.
Después de negar con los ojos en blanco en un claro gesto de desaprobación hacia Kassiópeia, comenzó a sonar la canción favorita de Angelina.
«Justo a tiempo», dijeron los dos al unísono, acercándose a la pista de baile para admirar con ojos brillantes la entrada triunfal de la joven Wick. Ambos sonreían con placer y orgullo ante su baile, y aplaudieron al unísono, mientras Karma, claramente, se unía a ella, moviéndose a su propio ritmo con su clásica sensualidad mediterránea.
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Karma Kourós
Y claro que esa elegancia no iba acorde con el lugar de la fiesta, pero ese era el sello de la mujer, quien siempre estaba dispuesta a dejar huella, especialmente en lugares donde sabía que iba a codearse con más de alguno del bajo mundo. Pero, pese a su vanidad innata, ese día se había arreglado especialmente para una persona: Angelina.
La cadencia de su andar atrajo la mirada de muchos de los presentes en el exclusivo club. Hombres y mujeres, jóvenes y maduros, querían probar un poco de lo que ella podría ofrecer. Era carne con potencial… Pero Karma, bueno, era la personificación de su nombre.
La italiana caminó entre la muchedumbre, meciéndose y meneándose con movimientos serpentinos y fluidos al compás de la música que tocaba el DJ de la noche, con aquel sigilo que la caracterizaba; después de todo, era la más hábil de los Kourós en cuanto a letalidad se trataba.
Con el discordante sonido de la música y el bullicio de la emoción, se mezclaba el impacto seco de los golpes a puño limpio que la gángster asestaba, uno tras otro, a uno de los desertores de la unión de familias que radicaba en Nueva York.
Como la calma antes de la tormenta, cada golpe se ejecutaba con precisión y un sonido sordo. Karma sentía el escozor en sus nudillos, las dulces mieles del dolor.
Sonrisas de afilados colmillos lobunos y sardónicas risas expresaban el inmenso placer que sentía con el atroz acto de infligir sufrimiento a otros, mientras sus gruñidos hacían eco en el callejón trasero del club, mimetizándose con el ambiente, el retumbar del ruido interior y el crujir de los huesos del recipiente de su cólera.
Su joyería de perlas se cubrió de sangre, haciéndola resaltar con la tenue luz de las luminarias de la callejuela. Se limpió las manos con un pañuelo de seda nacarado, bordado con sus iniciales, y con el mismo le cubrió el rostro al hombre. Desconocía si el pulso había abandonado su cuerpo o permanecía de manera imperceptible en él; llamaría a alguien para que se encargara de ese “asunto”.
—Odysseus, encarga mantenimiento en el callejón abandonado del club XXX. Lo dejé “casi muerto”. Llévalo a una casa de seguridad, atiendan sus heridas y denle papelería para una identidad nueva. Que no se vuelva a acercar al bajo mundo o, la próxima vez, no habrá nada que salvar de este cabrón.
Volvió adentro cuando sintió que la atmósfera cambiaba a lo preestablecido por el asistente de los Wick. Alisó las arrugas de su vestido y acomodó su cabello, que, gracias a su mejor estilista, apenas se había despeinado unos cuantos cabellos azabaches.
«Justo a tiempo», dijeron los dos hermanos al unísono. Ambos sonreían con satisfacción y orgullo ante la presencia de la bella Angelina, a quien aplaudieron a la par.
Karma movió su cuerpo al ritmo de la música, agradeciendo que, después de la entrada triunfal de la neoyorquina, hubiesen removido las luces ultravioleta que evidenciaban el crimen cometido a medias en aquella noche que, se suponía, era únicamente de fiesta.
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ᴀɴɢᴇʟɪɴᴀ ᴡɪᴄᴋ
Una pequeña risa nasal se le escapa demostrando lo feliz que se encuentra en aquellos momentos, en medio de sus movimientos su mirada captó el rostro del hermano de su mejor amiga y compañera, pensaba que su corazón estallaria de felicidad por el simple hecho de que estuvieran allí, estaba emocionada por contarles y mostrarles la colección de ropa que tuvo que crear para presentar su tesis y algunas otras cosas.
Sin embargo no era ajena a las situaciones que podrían suceder en cualquier momento habían ciertas personas que tenían una reputación de cuidado por lo que le había pedido explícitamente al asistente de su padre invitar solo a las familias con las que su padre tenía una muy buena relación y quiénes ella conociera relativamente bien para ser un poco cercanos, la pelinegra es demasiado desconfiada y precavida.
Pronto su canción acabo y el Dj continuó poniendo algunas canciones que le gustaban pero que ya no quería bailar por lo que se alejo con Kass hacia donde estaba Diomedes para saludarle y preguntar por Odysseus que no le había visto por ningún lado hasta el momento.-
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Karma Kourós
—Estoy esperando con ansias que me muestres tu colección. Y también espero ser la primera en usar el vestuario más bello después de la modelo —comentó con una risilla cantarina.
Kassiópeia llevaba a la morena de la mano a través de los presentes, cuidando que nadie osara pasarse de listo, completamente y abiertamente protectora de ella.
Llegar hasta Diomedes fue una travesía entre saludos, felicitaciones y pequeñas charlas. Tuvo que sonreír y ser social en cada momento para ganarse los corazones de sus interlocutores, especialmente de los potenciales clientes o socios de su propia familia. Su producto debía llegar más lejos que el mismísimo fentanilo, siendo una droga sintetizada pero sin la fatalidad inminente del mencionado opioide.
—Henos aquí, señor Kourós —exclamó la mujer con ojos aguzados, batiendo las pestañas a su hermano mayor y ganándose una mirada de ligera irritación de él—. No me mires así —bufó, esbozando su característica sonrisa carismática.
«Angelina, bella scultura, eres la representación de un sueño en este plano de la existencia misma», dijo Diomedes, y quien rodó los ojos después mientras sonreía fue Kassiópeia.
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Diomedes Kourós
El atractivo de su hegemonía y la facilidad con la que se le daba entablar conversaciones, basadas en astucia, inteligencia, dominio sobre distintas áreas de los negocios convenidos y halagos en los momentos apropiados, le ganaron el elogio de varios, así como uno que otro ofrecimiento de tratos para discusiones futuras. Incluso se encontró entablando una conversación con ese periodista (cuyo nombre no recordaba, pero de apellido Ikaidis), conocido tanto por sus increíbles columnas informativas en The Times de Nueva York como por ser tan volátil y efímero como el fuego de un ave fénix. Así que cada una de sus palabras estuvo cuidadosamente medida, entre cada comentario sobre los socialités de los que se le preguntaba y el sutil coqueteo hacia el rubio, para hacer de la charla algo más ligero.
La música cambiaba entre ritmos y géneros con un crossfade magistral del DJ; no por nada era el mejor de la ciudad. Las luces de neón se intercambiaban por distintas tonalidades de azul, púrpura y rosado al compás de las melodías, de forma ambiental, creando una atmósfera casi hipnótica alrededor del hombre, quien, si debía ser sincero, había sucumbido a la tentación de un poco de "Ambrosía" entregada labio a la
bio por una de sus propias dealers (a quien luego le ordenó irse del club, relevándola de sus labores por esa noche).
El ímpetu y el vigor de la celebración se le metieron debajo de la piel, haciéndole dejar de lado por un momento la rigidez que se obligaba a poseer por ser el jefe de su familia. Hasta que Diomedes volvió al sitio que se le había reservado a los Kourós (aunque no estaba sentado en el amplio sofá, sino recargado contra una columna al lado, meciéndose al ritmo de Red Wine Supernova de Chapell Roan) para beber otro poco de whisky.
Una amplia sonrisa se dibujó en su rostro cuando Angelina y Kassiópeia aparecieron frente a él.
—Angelina, bellísimo miraggio, eres la representación de un sueño en este plano de la existencia misma —declaró con gran cariño, tomando la mano de la joven diseñadora de modas y posando sus labios en el dorso de esta para depositar un casto beso—. Muchas felicidades por tu graduación, mia principessa.
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