Svemir

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La escritora y sus personajes

Primer encuentro


—¿Ya llegamos? —fue lo primero que preguntó Edward cuando despertó esa mañana.

—Aun no —respondió Krínos, quien se mantenía ocupado viendo el paisaje.

Edward suspiró. El viaje en carruaje le había parecido eterno, demasiado largo para su propio gusto y ni que decir de lo estresante que era saber lo pronto que se acercara su venta, es decir, su boda con la sodnik de aciem y también estaba cansado de fingir que todo estaba bien. Aún así, no debía mostrar su descontento, de lo contrario, Krínos se negaría a entregarlo.

—Bien —quiso decir mientras evitaba la mirada de su hermano mayor, aunque sin mucho éxito, pues Krínos había entendido la situación de su hermano.

—Aun estás a tiempo de huir —Krínos tomó la mano de su hermano y la apretó—podemos bajar en la próxima ciudad y…

—No, estoy bien con esto —mintió Edward, aunque en el fondo deseaba dejarse llevar por las propuestas de Krínos.

—No, no lo estás —le respondió soltando su mano y volviendo su atención al bosque interminable que había a lo largo del camino.

Edward ya no dijo nada. Krinos podía leerlo muy bien. Él sabía cuando era feliz y cuando no. No sabía explicarlo, pero se conocían como nadie más en la vida ¿y como no serían así, si siempre habían estado juntos? ¿Cómo no conocer a tu hermano en todas sus facetas si solo se tenían entre ustedes contra el mundo?

Pues bien, para los hermanos Edevane la vida nunca fue del todo buena, comenzando con que Krínos era un alfa masculino y solo tenía a Edward como hermano menor, quién, para su propia mala suerte, había resultado ser un frágil omega.

La madre de ambos había muerto muy joven y el padre se negó a casarse otra vez, dejando como heredero a Krínos, quien más tarde sería conocido como Krinos II de Rhoswen.

Pero para esas fechas, aquel muchacho solo era un skrbnik a quien se le había ordenado asistir a la boda de su amado hermano, y él no estaba muy feliz con el compromiso que le habían impuesto a su hermanito. Krínos lo adoraba y no quería dejarlo solo en un país lejano.

La vida ya era bastante dura para un omega de quien se esperaba diera a luz tantos herederos fuera posible, como para abandonarlo en una tierra desconocida.

Habían crecido juntos, habían jugado con espadas, tomado las mismas lecciones y compartido sus deseos más profundos como para que Krínos supiera que Edward no quería la vida que le venía encima.

Había esperado qué él quisiera huir, tal y como le había propuesto en innumerables ocasiones. Incluso se había planteado derrocar a su propio padre con tal y no sacrificar al frágil niño que siempre acudía a él cuando se raspaba las rodillas. Pues aunque ya fuera mayor de edad, Edward seguía siendo su pequeño hermanito. La única familia que parecía tener.

—Te extrañaré —quiso decir Krínos mientras miraba por la ventana.

—También lo haré —Edward intentó sonreír —Quizás en unos años puedas visitarme con tus propios cachorros.

—No tendré hijos —Krínos respondió con indiferencia —pero vendré visitarte cada vez que pueda.

—¿Lo prometes? —preguntó Edward con la ilusión de un niño a quien se le a prometido un regalo especial.

—Claro que si, eres mi hermano y mamá no querría vernos separados.

Al menos eso quería hacerse creer.
No la había conocido mucho como para saberlo, pero si recordaba la burbuja de amor en la que vivían sus padres, en la que parecía no haber espacio para Edward y para él.

Aunque eso Edward no lo sabía. Él pensaba que su padre había sido afectado mucho por la muerte de su esposa y se mantenía lejos de ellos para protegerse de su propio dolor y estaba a punto de responder cuando dieron aviso de que estaban llegando a la capital. La que, a primera vista, decepcionó a los hermanos Edevane, pues parecía encontrarse en un estado poco presentable y cuyas calles parecían tan rusticas como si no fuera más que como una de esas aldeas que habían visto a su paso.

—¿Seguro de que quieres seguir con esto? —Krínos, incómodo, volvió a preguntar sin poder creer en lo que se estaba metiendo Edward.

—Si… estaré bien —dudó Edward ante la vista poco agradable de su nuevo país —quizás solo necesite una pequeña inversión y se verá como Inaurem.

Krínos asintió, aunque no estaba muy convencido de que eso sería posible.


***


Por su parte, Aurora seguía pensando en sí Rose ya sabría la noticia de su compromiso. Huir, ese había sido su primer pensamiento al enterarse de lo que se esperaba de ella. El naslov había invertido mucho en su crianza y se esperaba que diera su vida por el país. O al menos esa fue la excusa que usó el naslov para darle la noticia de su boda con tan poco tiempo.

Aquello sería en unos días. Pero la noticia había sido proclamada por los heraldos y para su mala suerte, quizás Rose ya la odiaba.

Nunca volvería a verla. Eso era lo que quería, al menos así nunca podría verla a los ojos y sentir como la había decepcionado. Quizás con el tiempo Rose encontraría a alguien más. Quizás sería feliz con uno de los muchachos que muchas veces intentaron cortejarla, aunque el solo pensarlo hacia que Aurora sintiera dolor y celos por afortunado que pudiera quedarse con Rose y con la vida que habrían tenido juntas si ella no fuera tan cobarde y se hubiera opuesto a la boda.
Aunque pensar en eso estaba de más.
Y con la llegada del zaščitni se dio cuenta de que ya todo estaba perdido.

—Muestra un poco de alegría —le ordenó su padre desde el trono cuando se estaban preparando para la entrada de la familia real de Rhoswen.

—Si, padre —susurró ella casi para si.

Uno, dos, tres. Contó los últimos segundos de su libertad. Cuatro, cinco, seis… Ahí Aurora sintió que se moría de pena, pero cuando estaba por rendirse y contar al siete, la gran puerta se abrió y dejó que un buen número de soldados entrará y con ellos, el skrbnik y el zaščitni de Rhoswen.


***


Edward no había esperado la gran cosa cuando le comentaron quien sería su prometida, pero al verla, se dijo que quizás ese no sería tan malo. Había quedado embobado con la presencia regia de Aurora, con los hermosos ojos verdes y con su cabello castaño claro. Todo en ella era tan hermoso como los campos de flores en los que había crecido y a Krínos le bastó una sola mirada para saber que su hermano estaba encantado con ella. Pero también se dio cuenta de que para Aurora, eso no seria lo mismo, pues sus ojos tenían un ligero tono rojizo de quien ha llorado durante horas y no se mostraban emocionados con la presencia de su hermano.

—Sean bienvenidos —los recibió el viejo naslov, con una sonrisa amable mientras ellos le hacían una corta reverencia. La luz de las velas y las antorchas iluminaba su rostro arrugado, y su voz grave y sabia llenaba la sala. El naslov se ajustó su capa de terciopelo púrpura y se acercó a ellos, su mirada penetrante escudriñando sus rostros.

Edward se sintió mal ante la mirada del naslov, pero a Krínos le pareció un viejo patético sabiendo que había sido él, su no tan querido tío, quien orquestó ese compromiso.

—Le agradecemos su hospitalidad. Que la naturaleza bendiga a toda su familia.

El protocolo decía que no podían hablar mucho en la primera vez que se reunieran. Al menos, no hasta que se quedara solas. Así que Krínos dio un paso hacia atrás para que Edward resaltará y se dirigió a Aurora,

—Y a su alteza, le entrego a este joven para que sea su leal esposo, para que permanezca bajo su cuidado y le sirva lealmente hasta el final de sus días.

Esa no era la boda en sí, pero las alianzas debían concretarse tan los novios estuvieran en la misma habitación y Aurora caminó hacia a Edward, quién seguía embobado con ella.

—Yo te recibo como esposo —se apresuró a decir Aurora para terminar rápido con eso —Para protegerte y ser leal por el resto de nuestras vida.

No, eso no era lo que Krínos quería para su hermano y estuvo a punto de decir algo cuando Edward ofreció su mano a Aurora y esta la besó. Ahí se dio cuenta de que ya nada podía hacerse y según el protocolo, él y los demás abandonaron el salón para que el cortejo pudiera comenzar.

Krínos nunca se había sentido más furioso que en ese día. Sentía que estaba rompiendo la promesa de proteger a Edward, de cuidarlo hasta que pudiera valerse por si mismo. Así que, en cuanto estuvo solo en los aposentos que el viejo naslov le designó, aprovechó para escapar de aquel palacio y de todo lo que este representaba. Aún si debía volver, al menos necesitaba unas horas solo. Así que caminó un largo rato hasta que se sintió cansado y se acostó en la hierba fresca, quizás esperando que todo eso no fuera más que una pesadilla, pero allí, en su momento de mayor desesperación, fue cuando la escuchó por primera vez.


***


Rose nunca olvidaría aquel momento cuando se conocieron. Parecía un niño derrotado, como si tuviera un gran pesar sobre él y detuvo su camino para ayudarlo.

—Disculpe ¿se encuentra bien? —preguntó sin miedo, aún sabiendo que era uno de la alta aristocracia.

Krínos la escuchó y al azar la mirada, se encontró con los ojos más sinceros que alguna vez conoció, acompañados de una voz que le dio paz en el momento más bajo de su vida.



Primeros borradores

 

Los shibō eran seres muy temerosos, pero también muy crueles. De eso Mael estaba seguro. A sus escasos tres años había pasado casi de todo a manos de ellos, los conocía muy bien. Sabía que ellos disfrutaban de torturar a los más débiles ¿Y que mejor formar que vendiendo a los niños frente a sus propias madres? Eso era justo lo que estaba ocurriendo con él, lo tenían atado con una cuerda que le impedía huir y a su madre la mantenían cerca suyo para evitar que muriera. Pues era conocido que los niños tenían más posibilidades de sobrevivir si tenían a alguien que se preocupara por ellos y teniendo en cuenta que la mayoría terminaba sirviendo de adorno en casa de algún shizen. Ya fuera sirviendo a las visitas o si tenían suerte, como artistas entrenados para entretener a los más pequeños de los hijos. ¿Pero porque buscaban a los shibō? Quizás por lo corta que resultaba su vida y por lo mucho que podían los shizen encariñarse con ellos. Eran algo así como el compañero perfecto para sus juegos infantiles y la mayoría recordaría que eran seres frágiles que debían cuidar y respetar. Aún así, la compra de cachorros nunca era algo bonito de ver, en especial por la separación de madres e hijos. Las madres nunca sabían cuando ocurriría esto, pero si que en algún momento tendrían que verlos partir y para Mael, quién tenia una madre muy cariñosa y había presenciado cientos de separaciones, la expectativa de pasar por algo así era aterrador. Más aún cuando no sabía lo que ocurriría con él y tampoco con su madre después de que los separaran. Pero eso parecía importarle poco a los demás.  

Por su parte, Enya tenía otras cosas en su cabeza cuando pasó al lado del mercado donde se encontraba Mael. Parecía que iba bien la trama creada por Erin y ambas habían ido al pueblo para ver cómo terminaba. Claro, Enya se seguía aburriendo de todo eso, pero su hermana estaba feliz por como iba su creación y dio su bendición a la nueva pareja en cuanto vio que todo iba por buen camino.

Aquella era la típica historia cliché de destinados, demasiado sosa y sin emociones. Donde mágicamente se encuentran dos personas compatibles y surge una chispa que los hace inseparables. Poco importaba si Rose había estado llorando por otro amor un día antes, su nuevo pretendiente se encargaría de darle una buena vida y de ganarse su cariño, o quizás, también su amor. Una idea bastante ridícula por parte de Erin el querer reunirlos, y peor aun el darles su bendición sabiendo que eso los condenaba a un hechizo de amor eterno. Uno que, según las leyes de los arau, te aseguraba la lealtad y amor de tu pareja durante muchas vidas, pero con un precio que se cobraba con sangre.

Enya no creía en todo eso, para sus ochocientos años de vida había visto a muchas parejas separarse y ya estaba pensando en volver a casa cuando quiso llevarse la mano al rostro y fue cuando vio un hilo rojo atado a ella.

Tardó dos segundos en reaccionar, su corazón latía con fuerza, había esperado eso toda su vida, así que, comenzó a seguirlo, olvidando que debía mantener el perfil bajo y dejando que al fin las personas a su alrededor al fin pudieran sentir su presencia.

No podía pensar, aquello la estaba atontando, era como una sensación que le decía que decir o a dónde ir, era la emoción de encontrar a su alma gemela. Porque si había algo que los arau atesoraban, eso era el hilo rojo atado a su dedo. Eran los único entre los zraks que podían verlo y seres tan dependientes del hilo cómo lo eran los shizen con sus alas. Sin embargo, el tan esperado hilo solo se manifestaba cuando el dueño del otro extremo estaba cerca y Enya nunca había tenido ni la menor vista de dicho hilo. Erin si lo que había visto un par de veces el suyo. Solo que había rechazado seguirlo, todo para no terminar atada a un esposo como Enyd, quién odiaba al dueño de su hilo rojo y a quien no abandonaba por que había cometido el error de marcarlo el día en que se conocieron.

Pero Enya no pensaba de la misma forma, añoraba encontrar a su alma gemela y sus pasos pronto la llevaron al infame puerto de esclavos y allí, entre cientos de niños shibō, fue cuando lo vio por primera vez.

Aquel niño estaba vestido con lo que parecían trapos viejos, era muy pequeño para su edad y estaba muy desnutrido, pero Enya sintió una mezcla de esperanza cuando lo vio y se sintió en casa. Cómo si hubiera encontrado la última pieza que necesitaba para ser feliz, por lo que se acercó a él con mucha cautela y sin miedo a manchar su ropa de suciedad, lo tomó en brazos.

Mael se quedó quieto. El temor de un castigo le habría hecho retroceder, pero algo en aquella niña le trajo paz en aquella corta pero traumática vida. Así que, solo se recargó en su hombro y cerró los ojos, quizás por primera vez sintiéndose del todo seguro.

Los mercaderes no se atrevían a decir algo, sabían que aquel momento era especial. No todos los días una de las lastniks encontraba a su destinado y ni el dueño de Mael se atrevió a decir algo.

Aquella conexión que Enya sentía por el pequeño rubio era una alegría que desbordaba su corazón y ni siquiera sintió la presencia de Erin cuando ella llegó a su lado.

—¿Es él? —preguntó sacándola de su ensoñación.

—Si —respondió Enya mientras le dedicaba una sonrisa dulce a su hilo rojo y rompía las cuerdas que ataban a Mael —tenemos que llevarlos a casa.

Erin lo miró extrañada. A simple vista parecía como cualquiera de los muchos niños a la venta, pero era decisión de su hermana y pensándolo bien, ya tenía la historia perfecta para ellos.


Cliché


A Krinos no le tomó mucho tiempo comenzar su propio cortejo a Rose. Sentía que ella era la indicada, pero tampoco tardó mucho en darse cuenta de que había alguien más en su corazón. Así que fue lo más lento que pudo, aunque eso no le impidió un día llegar con flores hasta su hogar y pedir permiso a su tía para comenzar a visitarla.

Bien dicen que los alfa son buenos proveedores cuando se trata de un omega de su interés, y aunque Rose no era omega, eso no impidió que comenzará a ayudarla con algunas cosas de su hogar. Ella se resistió mucho al principio, por pena quizás, pero había más en si, y es que Aurora nunca lo había intentado. Aún en las épocas de escasez, ella no había ofrecido ninguna ayuda. Así que el repentino interés de Krinos hacia su persona le estaba resultando algo a lo que no estaba acostumbrada.

—¿Me permite cortejarla?

Esa pregunta hacia cada vez que la visitaba en su hogar, y aunque al principio ella había aceptado por no enojar a alguien de mayor rango social, después comenzó a tenerle cierto aprecio.

El lenguaje de amor que tenía Krinos parecía ser el más sincero que ella conocía. En especial porque él no se avergonzaba de hacerlo público. De hacer saber a los demás sobre su cortejo y de que le daba su tiempo para que se acostumbra a él.

Ambos hacían sido sinceros sobre sus intenciones y situaciones amorosas, eso había informado a Krinos sobre Aurora, y le había dado la oportunidad de advertir a Edward sobre con quién se estaba prometiendo. Aunque no sirvió de mucho, pues él se había encaprichado de ella y no planeaba soltarla.

Quizás eso hizo una ruptura en su relación de hermanos, pero los diarios no dicen mucho sobre lo que se dijo. Solo que Krínos y Edward nunca volvieron a ser los mismos y con el pasar de los años, solo unas cuantas cartas anuales eran intercambiadas entre ellos. No hubo reconciliación hasta mucho después, tampoco es como si les hubiera dado tiempo, pues un día, cuando apenas se estaba cumpliendo el mes de su cortejo, una carta le fue llegada a Krínos, dándole noticia sobre la muerte prematura de su padre y de que debía partir a Rhoswen para tomar su lugar.

Siempre había esperado esa noticia, pensando que al fin su hermano sería libre de cualquier compromiso planeado, que él podría romperlos y dejarlo ser libre. Pero en esas condiciones, él ya no podía hacer nada para salvarlo. Así que decidió pensar en si mismo, e hizo una última visita a Rose.

Ella estaba en su jardín quitando las malas hierbas cuando él llegó. Notó que estaba nervioso, Krínos nunca escondía sus emociones cuando estaban juntos, o al menos eso le parecía.

—Tengo que regresar —le dijo Krínos cuando terminó de explicarle su situación.

—¿Volverás algún día?

Rose quería saberlo. Por primera vez pensó en la vida cuando él no estuviera junto a ella y tuvo miedo.

—No será posible, pero ven conmigo —Krínos la tomó de la mano y besó sus nudillos —Ven y se mi esposa. Se que no me amas, se que soñaste tu vida con otra persona, pero quiero cuidar de ti y quiero seguir con este cortejo hasta dónde tú me lo permitas.

Rose se sintió halagada por su repentina propuesta, pero ya no tenía nada que perder ¿O no era verdad que los alfa solo aman una vez? Mentira o no, estaba lista para arriesgarse.

Así que tomó la iniciativa, y acercó su rostro al de Krínos para presionar suavemente sus labios contra los de él.

Fue un beso suave que sorprendió a Krinos, y aunque duró poco, él pensó que no podía enamorarse más de ella.

—Si. Quiero ser tu esposa —Rose sonrió mientras sus mejillas se ponían rojas al darse cuenta de que lo que había hecho.

Krínos también sonrió, se sentía feliz al fin estar ligado a Rose que no pudo evitar abrazarla, sintiendo que ya nada podía importar si estaba junto a ella.

Y al día siguiente, justo después de una ceremonia pequeña, partieron los nuevos señores de Rhoswen a su tierra, comenzando lo que sería conoció como la era de las flores.


Silencio


La tierra de Aciem nunca fue un lugar del todo fértil. Pero había épocas donde las flores crecían a raudales y los campos producían lo suficiente como para alimentar a su población y era en la primavera, el mismo día, pero antes de que Krínos y Rose se conocieran, cuando una joven alfa se preparaba para pedir matrimonio a su novia.

—¿Crees que acepte? —había preguntado Aurora a su aya.

—Seria una tonta si no lo hiciera —respondió la mujer que le ayudaba a vestirse —Más bien, debería preocuparse por lo que dirá su padre.

—He pedido una audiencia con él, no creo que se niegue a darnos su bendición.

El entusiasmo era evidente en la muchacha, pero había algo que no dejaba de inquietar a su aya. Las diferencias sociales, aunque en esa época no eran muchas, quizás podrían impedir dicha unión.

—No lo dudo, pero debería prepararse por si algo malo ocurre.

Aurora lo pensó por lo menos un segundo. ¿Y si eso era verdad? ¿Su padre podría rechazar su relación con Rose y obligar a que la abandonará? ¡No! Eso no pasaría, no cuando había pasado meses buscando el anillo perfecto para Rose. No cuando había tenido que rendirse a eso y haber pagado una cantidad ridícula para que hicieran un anillo único. Uno con rosas en bajo relieve y en oro del mismo color de las rosas si estas hubieran sido reales.

—Mi padre no… —estuvo por decir cuando las puertas de su habitación se abrieron y la entrada del naslov fue anunciada.

La aya se apresuro a terminar de colocar el último lazo al vestido que Aurora había elegido para ese día. Por su parte, Aurora inclinó la cabeza ante la llegada del naslov. Aún era una sodnik, no podía mantener la cabeza en alto frente al naslov ni siquiera siendo su hija.

—Mi perfecta creación… —fue lo que dijo el naslov al ver a su hija ya lista para comenzar el día—¿alguien te ha dicho algo sobre este día?

En su mano sostenía una caja pequeña, que el joyero se había visto obligado a entregarle esa mañana.

—No importa quien haya sido, tu actuar a sido impresionante —abrió la caja para sacar el anillo que había en ella —estoy seguro de que el zaščitni de Rhoswen estará complacido.

Aurora escuchó lo dicho sin atreverse aún a mirar lo que su padre tenía en sus manos y solo se limitó a responder.

—Es un honor agradar a su majestad.

No sabía porque le decía todo eso. Pero si había alegrado al naslov, entonces debía estar feliz y si, estuvo feliz hasta que dio una mirada de reojo al objeto en las manos de su padre y vio el anillo que había encargado para su novia.

—¿Es… es un anillo adecuado? —intentó sacar más información —quizás sea… quizás sea muy apresurado para el zaščitni.

Una parte de ella quería creer que el naslov solo estaba complacido por un regalo hecho para sus visitas, pero otra parte entendió de que se trataba toda esa palabrería.

—¿Apresurado? —preguntó él —No, querida hija. Más bien, adecuado. Ya los heraldos han anunciado que tu boda está próxima.

Aurora sintió como si una sensación fría la recorriera al escuchar eso. Como si su peor temor al fin se cumpliera y se quedó paralizada al saber porque su padre se presentaba tan de mañana ante ella.

—Oh… —quiso comenzar a decir —pensé que nos darían más tiempo.

—No —respondió el naslov —el skrbnik de Rhoswen lo trae en persona y saber que un heredero no debe estar mucho tiempo lejos de su tierra.

Aurora asintió.

—Está bien, padre —se mordió la lengua al decir eso —que sea como usted quiera.

—Así será —fue lo último que dijo el naslov antes de salir —Por lo mientras, será mejor que te prepares, ellos llegaron hace poco.

Ella esperó a que su padre se fuera. Solo entonces se dejó caer en los brazos de su aya, sabiendo que lo que alguna vez soñó nunca sería posible.


***


—No me gustó el final —Enya suspiró decepcionada.

Había sido una novela muy corta para su gusto, demasiadas tramas inconclusas para su propio bien ¿pero que más podría decirle a su hermana? Ni siquiera estaba emocionada por saber que excusa pondría, así que extendió su mano a Kira, la madre de Mael, para ayudarla a pasar por un charco.

—Alguien debía quitarla del camino —respondió Erin sin pena mientras fumaba de un narguile —Tan solo mírala, ni siquiera le hizo frente a George.

—Aun así, esto… esto no está bien.

Les había sido fácil entrar a uno de los escondites que llevaban a la habitación de Aurora y escuchado todo. Erin estaba encantada de que su novela estuviera yendo a la perfección, pero Enya estaba molesta por como habían hecho trampa para separar a las muchachas y eso se lo hizo saber cuando ya estaban de camino a casa.

—Sh, si tanto la ama, entonces será en otra vida.

—¿Y no tienes miedo? —preguntó Enya mientras sostenía a un muy dormido Mael.

—¿Miedo de que?

“De que esto se te pueda regresar” Hubiera querido responder Enya, pero Erin estaba muy absorta en ver como se desarrollaba su novela, por lo que sus interrupciones la estaban fastidiando.

—Olvídalo —Enya acomodó a Mael en sus brazos y se dispuso a dejarla atrás.

—¡Bien! —Erin finalmente se enojó con su hermana —pero ya no pienso volver a invitarte.

Enya quería responder que ya no le importaba. Su prioridad ahora era Mael y no estaba dispuesta a dejarlo con Enyd. Además, ya no encontraba diversión alguna en molestar a los shibō con las novelas de Erin. Ahora las veía como la forma más vil de manipular una historia y no estaba dispuesta a seguir con algo así.

La cosa se puso peor conforme estaban por llegar a su hogar, pues Erin no dejaba de quejarse por lo que se estaba perdiendo y Enya casi deseó no entender el idioma como la madre de Mael, quién caminaba al lado suyo y no perdía de vista a su hijo.

Pero cuando se acercaron a dónde vivían con su madre, una voz del interior les ordenó detenerse

—¡No sigan! —gritó una muy asustada Enyd, quién cubría su nariz y boca con un pañuelo —¡la enfermedad volvió!

Erin dio un paso hacia atrás. Sabía muy bien de lo que se trataba y no les esperaba nada bueno a los que estuvieran expuestos durante mucho tiempo.

—¿Quién está enfermo? —quiso saber Enya —¿mamá está bien?

—¡Váyanse! —ordenó Enyd —no vuelvan hasta que sea seguro.

Por primera vez, Enyd mostró tener algo más que odio en su corazón. Aquel era el final de su vida y como único acto de amor, señaló hacia el granero, donde June las esperaba junto a una carreta donde había subido a sus hijos.

—Erin, llévate a los niños. No dejes que se contagien.

Ella asintió y tomó la mano de Enya, quién ya estaba muy asustada como para moverse de ahí. No había tiempo que perder, así que la subió junto a sus sobrinos y por primera vez, en muchos años. Erin sintió miedo del futuro.

 

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