La ciudad se despertaba entre el rugir de los motores y el canto insistente de los claxon. En las calles adoquinadas del centro histórico, los vendedores ambulantes desplegaban sus mercancías con sonrisas aprendidas y voces que competían con el bullicio matutino. Estudiantes con mochilas al hombro se abrían paso a prisa entre el caos cotidiano, cada uno con sus propias metas, sus propios sueños,
En medio de ese ir y venir constante, dos mundos coexistían sin tocarse. Habitaban la misma ciudad, pero era como si giraran en orbitas distintas, incapaces de encontrarse sin colisionar.
En una universidad privada, con jardines perfectamente podados y edificios que olían a recién inaugurado, Cristian ajustaba el cuello de su camisa de diseñador frente al espejo. Para muchos era la imagen perfecta del éxito: hijo de empresarios, siempre impecable, siempre seguro. Pero bajo la fachada de perfección, Cristian cargaba con un peso que nadie más veía: las expectativas de una familia poderosa y una vida trazada sin margen de error.
Al otro extremo de la ciudad, donde las banquetas estaban rotas y los colores se desvanecían en las fachadas, Santiago ya había comenzado su día. Entre aromas de guisos recién hechos y el golpeteo metálico de los trastes, ayudaba a su madre en la fondita. Su beca universitaria no era solo un logro, era una promesa, una salida, una esperanza que arrastraba consigo el orgullo de su familia y el temor constante a no encajar en un mundo que no fue hecho para él.
Y es que esa universidad donde los privilegios se notan en cada esquina y la diferencia se siente como muros invisibles; donde sus caminos se cruzan. Una institución que, más que unir, acentúa la distancia entre quienes lo tienen todo y quienes luchan por apenas sostenerse.
Esta es la historia de dos jóvenes que, a pesar de todo, se encuentran. Una historia de rivalidades, prejuicios y heridas que no siempre se ven. Pero también es una historia de transformación, de amor en los lugares menos esperados y de cómo, a veces, las barreras más difíciles de romper no son las sociales, sino las que cada uno construye dentro de sí mismo.