Las pesadillas de una madre

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Capitulo XII: Muerte propia.

Varios semanas después volvió a casa del guardia y dejo que la soledad comenzará de nuevo a destruirla.

 Aunque, para todo llega un fin y eran casi las diez de la mañana cuando Tatsumi Akyura llegó a su hogar. Los niños jugaban afuera, los sirvientes se ocupaban en vigilarlos y las criadas de Danielle se encargaban de recoger las hojas secas que el otoño dejaba caer sobre la tierra. Eran una buena escena y por un momento, pensó que las semanas pasadas solo formaban parte de una pesadilla, que todo había sido un mal sueño y que Danny estaría esperándolo en la puerta. 

 Pero no fue así. En su lugar, podía verse una nube triste sobre la pequeña casa del guardia y juntó a la puerta, a una chica de cabello rojo y hermosos ojos azules, quien parecía custodiar la morada de su madre.

—Aizoon —saludo el guardia en cuanto estuvo cerca de la muchacha —No esperaba tu llegada.

—Vine en cuanto tía Yuriko me dio permiso de dejar mi puesto.

 En las manos del muchacho podía verse una espada de madera, la misma que usaba cuando era pequeña y Tatsumi pudo adivinar lo que había planeado hacer.

—¿Piensas enseñarle a las niñas? 

 La muchacha no digo nada, solo dejó que sus mejillas se tiñeran de rojo y asintió.

—Bien... ve a jugar con ellas, yo aun debo ver a tu madre.

 

 

 Cuando entro a la habitación, vio que todo estaba oscuro, las ventanas estaban cerradas y solo al fondo podía verse una lámpara solitaria que alumbraba a una pelirroja, la cuál no apartó su mirada de una esquina, pero que aún así murmuró: 

—Querido ¿Podemos ir por manzanas al bosque? 

 El Kōri la miró confundido y por un momento, no supo que decir, solo suspiro, él conocía el dolor que su pareja estaba pasando y su actuar no iba conforme a como Danielle afrontaba sus abortos. Era claro que le dolía y que sus ojos estaban cristalinos a toda hora, pero había algo distinto, incluso él podía notarlo ¿era el silencio? ¿eran las horas que pasaba junto a la ventana? No podía interpretarlo, de alguna forma se culpaba por no haber llegado antes y temía que Danielle se alejará otra vez de él. Así que solo dejó la canasta sobre la mesa y procedió a vaciarla.

—Cielo, no es temporada de manzanas.

—Por favor... necesito salir de aquí.

 El soldado dejo escapar un pesado suspiro y se quitó su armadura.

—Está bien, vamos —tomó a su pareja en brazos y pese a la mirada desaprobatoria de Aizoon, la llevo al bosque.

 Danielle no dijo nada en todo ese tiempo, su mente solo recordaba una escena de años pasados que había soñado la noche anterior, una donde aún estaba en el harén y el naslov la había dejado marcharse antes.

Las lámparas estaban por extinguirse, la mayoría de las criadas ya estaban dormidas y el aire frío entraba por las ventanas abiertas. Pero para una concubina, la situación nunca seria la misma y cuando llego a la habitación, encontró que sus hijos aún estaban despiertos.

—¡Mamá! —gritó la pequeña rojita al ver llegar a su madre.

 Danielle sonrió, de cierta forma amaba ver a su pequeña correr hacia a ella y tratar de abrazarla con sus delicados brazos de bebé. 

—Mi amor —susurró la pelirroja poniéndose a la altura de su hija y acariciándole aquella mejilla algo regordeta —no grites o despertarás a tu hermana ¿Verdad que no queremos eso? 

Jamela asintió y volvió a su cama junto a la bebé recién nacida, quien dormía sin percatarse de la llegada de la muchacha. Ella no era una niña particularmente impaciente, hasta podía decirse que era un amor con las criadas que se encargaban de sus cuidados cuando su madre era requerida a los aposentos de su padre. Pero aquel día quería mostrarle a su mamá que al fin había logrado que su hermano menor pudiera decir algunas palabras. Sin embargo, Aiko estaba cansada, el viaje desde aquel lejano estado le cobraba factura sobre su salud y necesitaba dormir con urgencia, algo que no sería posible si la niña continuaba con aquella energía sin límites.

 Así que, después de quitarse el exceso de maquillaje, fue hasta la cama. Tomó asiento junto a los mellizos y acomodó entre sus brazos a la menor de sus hijos en brazos. 

—¿Mami? ¿Cuando nos iremos? —preguntó una vocecita junto a ella.

—Pronto —Aiko respondió sin ganas de entablar de nuevo esa conversación.

—¿Eso cuando será?

—No lo se, pero primero deben crecer tus alas o no podrás volar muy lejos.

—Pero ya quiero irme y a Hassan tampoco le gusta estar encerrado.

 Escuchar aquello fue triste para la pelirroja, no solo porque su bebé comenzaba a darse cuenta de la realidad en que vivían. Sino porque ella no sabía cuanto tiempo más duraría esa mentira. Los niños eran su único amor entre aquella sociedad que la encadenada a un destino incierto y de cierta forma, el mantenerlos lejos del resto había sido su mejor decisión. Para ello se esforzaba en enseñarles su idioma natal y no el de Shaitan, pues pensaba en que así también podrían despreciar aquella cultura opresora que tanto daño le había causado. Sin embargo, Hassan era un niño tímido que casi nunca hablaba y Jameela pasaba mucho tiempo traduciendo sus balbuceos.

—Jameela, aún no es tiempo...

—¿Mami...?

 La niña estaba a punto de preguntar otra cosa, cuando la puerta se abrió de forma abrupta y todo se volvió una pesadilla. Aunque no queda mal decir que por suerte Danielle despertó sobresaltada.

 Al principio tuvo miedo, pero pronto había reconocido la habitación. Sintió alivio cuando vio que quien estaba en su mismo lecho, no era Farid. En el suelo no había sangre ni nada parecido, pero en el buro si había frascos con menjurjes. 

 Y de esa noche, de esa maldita noche, Danielle siempre recordaría a la majka Constellatio, quien le ofreció un trato del que no pudo resistirse y ese día, cuando llegaron a lo profundo del bosque, Danielle fue la primera en ver el portal de la majka.

—¿Puedo caminar desde aquí? —preguntó a su amado a lo que él se negó —Cielo, estaré bien.

—¿Estás segura? 

—Si.

—Solo no te lastimes...

 Danielle se alejó un poco de él y cuando Tatsumi al fin se percato de portal, un muro de energía le impidió el paso. No pudo más que gritar, pero ella lo ignoro y siguió avanzando. En sus manos llevaba una canasta y el guardia del otro mundo le ordenó que la dejara en el suelo para que pudiera devolverle a su bebé.

Ella la sostuvo durante unos cuantos segundo y pesar de los gritos, no cambio de opinión. Abrazó a su bebé por última vez y después de dejar un beso en su frente, la colocó dentro de la canasta. Hecho esto, volvió su rostro a donde estaba su amor para ver por última vez sus ojos, pudo ver el dolor en ellos, pudo ver la desesperación, pero ya era tarde, así que alzó su mano para despedirse de él y dio media vuelta para caminar hacia el portal. Porque de alguna forma debía irse de ese mundo ¿y que es mejor a dejar todo por alguien a quien amas? Porque las riquezas no importan, el poder se acaba y la belleza puede ser vana, pero morir por amor nunca será una mala opción.  

 

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