Las pesadillas de una majka

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Capítulo VII: Confrontaciones y muerte de familiares

Una nota, con una nota se terminaron años de matrimonio. Y aunque nadie la culpó, Danielle no podía perdonarse el poner en peligro a su cachorro. 

 Los guardias no pusieron resistencia cuando la lastnik de Lundsey se la llevó junto a todos los niños y las damas de la corte se sintieron horrorizadas cuando los secretos del naslov Rossetti salieron a la luz. Incluso el consejo de ancianos decidió destituirlo de su puesto y exiliarlo de Ávalon, dando así, el trono a las herederas mayores del matrimonio quienes pronto tomaron el lugar de su padre. 

 Y en el país de su prima, Danielle pronto se recuperó. Aun así,  las cicatrices nunca se irían, serían un recordatorio constante de su fracaso como madre, porque la pequeña Alice nació a los pocos días con un peso demasiado bajo y con la advertencia de que quizás nunca podría desarrollar su aura. Pero, Danielle estaba segura de que haría todo lo que estuviera en sus manos para que fuera feliz. 

 Después de todo, la corte de Lindsey era considerada la más alegre y todo eso se debía a que la lastnik no era como sus antecesoras. Sam no temía mostrar cariño a sus hijos pese a que los primeros cuatro ya no vivían con ella y con su esposo no era la excepción.

 Sam y Mateo, su consorte, eran un matrimonio sólido, que muchas veces fue descubierto compartiendo momentos comprometedores en el mismo trono en el que tantas lastniks habían atendido a sus súbditos. Incluso existían rumores de que allí mismo habían engendrado a su último hijo, pero claro, esto último se creía que no era más que producto del morbo, aunque no está de más decir que la propia lastnik había tenido sus dudas sobre si había sido allí o en la sala de ministros.

 Incluso esa tarde, con visitas en su palacio, los criados pronto corrieron la voz de que nadie debía estar cerca del trono, no por nada una de las doncellas había tenido una visión que en otros tiempos hubiese sido inaceptable. Por que allí, justo en el trono, la lastnik parecía una adolescente enamorada y el naslov consorte parecía tener el control de la situación y estaba a punto de subir el vestido de su esposa cuando la pesada puerta de madera fue abierta y un guardia entro para interrumpir con una noticia desagradable.

 

***

 

Mientras tanto, la princesa Danielle se encargaba de su pequeña.

 Alice solo tenía unos cuantos días de nacida pero parecía darse cuenta de todo. Dormía durante la noche y nunca se perdía un solo movimiento de su madre, como si temiera que esta decidiera abandonarla. Era tal su apego que Danielle debía tenerla siempre en brazos, lo cual muchas veces llego a cansarla. Pero incapaz de negar que tenía paz por primera vez en casi un siglos y que disfrutaba hablarle a su hija.

—Manzanita, todo estará bien. Pronto regresaremos a casa —observó a la pequeña que tenía en brazos y sonrió al ver los rasgos asiáticos que al parecer serian más prominentes en su rostro —¿Sabes? Eres tan bonita que cualquiera se enamorará de ti.

 Continuó sonriendo pese al dolor que aún quedaba dentro de sí, pero algo interrumpió su alegre mañana con una sola frase: —Nunca debiste irte.

—¿Marcus...? —el terror la envolvió y retrocedió unos pasos para poner más distancia de él.

—No tengas miedo...  hay guardias en la puerta y ya me han revisado.

 El castaño observó a su esposa, se veía cansada sin todo el maquillaje que casi siempre usaba y con la bebé en brazos, parecía aun más débil de lo que era.

—Será mejor que dejes a la niña sobre la cuna, necesito hablar contigo y ella no tiene que escuchar esto. 

 Al decir esas palabras, el castaño se acerco para observar a su hija.

—Es hermosa, casi tanto como tú.

—Lo... lo siento, pero no puedo dejar sola a Alice —Danielle temía que Marcus les hiciera algo y además, debía dejar en claro que la relación había terminado o de lo contrario las cosas se pondrían mal —y no tienes nada que hace aquí; todo lo que te escribí es verdad, ya no quiero estar contigo. Tú marca ya a sido eliminada, nuestro divorcio ya esta en marcha, y si me disculpas, te pido que te retires —la pelirroja se alejó de él y añadió: —Por qué si no te has dado cuenta; la niña nació antes de tiempo y no quiero que se enferme.

Marcus escuchó aquello sin mostrar ninguna emoción. Era consiente de que la situación era culpa suya, pero no dada su brazo a torcer tan fácilmente 

—¿Ahora a ella también le vas a decir que la abandone? No me sorprende, siempre cuentas las historias a tu manera. 

 Dio una pausa momentánea para acomodar sus gafas y continuó.

—Te vas sin decir nada, sin consultarme ¿Y ahora me dices que nació antes de tiempo? ¿Ahora yo tengo la culpa? ¿Acaso te hice viajar en tu condición? Tu te fuiste sin esperar, no me dista oportunidad de disculparme ¿Y ahora dices que solo te usé? Debería quitarte a esa niña y asegurarme de que nunca la vuelvas a ver.

—¡No te atrevas a hacerlo! —grito Danielle y el guardia, con una espada en mano, entro a la habitación.

—Acompáñeme —ordenó el soldado Akyura.

—¡Está bien! —se apresuró a decir Marcus —No me la llevaré, pero terminemos bien esta relación. Solo quiero ver a mis hijos de vez en cuando.

—¿Ahora son tus hijos? Creí que los llamabas "estorbos" —el tomó sarcástico hizo que la bebé comenzará a llorar y ese ultimo comentario provocó que Tatsumi deseara contarle la cabeza al antiguo naslov.

 Él la escuchó arrepentido por sus palabras pasadas y dio una última mirada a su exesposa mientras se quita el anillo para entregárselo. 

—Como lo prefieras, yo me alejaré de ti, pero te entrego este anillo que a partir de hoy no sirve para nada —luego de entregárselo, observó por última vez a la niña —Si me odias, lo entiendo... Pero Danielle, por favor, quita tu odio de mi, no hagas que nuestra hija me odie.

Dicho eso, el príncipe Rossetti camino hacia la puerta con la mirada de Tatsumi puesta sobre él hasta que se aseguró de que afuera otro guardia lo estuviera esperando. 

 Tan pronto como la puerta fue cerrada, el soldado Akyura abrazó a Danielle y ella, sin soltar a su bebé, se dejó consolar. 

—Tranquila, todo estará bien...

 La pelirroja alzó la vista para ver al samurai directamente a los ojos. 

Aquellos ojos eran de color azul claro y siempre la habían hipnotizado. Eran como un mar despejado donde se sentía a salvo de el resto de el mundo y eran la razón por la que se había enamorado de él. 

—Todo esto a sido mi culpa —esta vez su voz era triste y varias lágrimas corrían por sus mejillas —Nunca debí casarme con él.

—Eso tampoco fue tu culpa...

—Sabes que si.

—No, solo fueron las circunstancias. 

—Pero...

—Sh, no digas nada.

 Estar en los brazos del guardia era como no tener miedo a nada y para una frágil shizen, sentirse segura era lo único que necesitaba para ser feliz. Pero ese momento de tranquilidad fue roto cuando las voces de los soldados se escucharon en le lejanía:

 ¡Preparen sus espadas y den muerte a los enemigos! ¡El naslov de Lindsey a sido asesinado!

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