Las pesadillas de una madre

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Capítulo I: Viudez.

Un golpe certero, nada más; no una gran conquista, ni mucho menos un exterminio, no, eso no era necesario esta vez, en esta misión de suma precisión militar. 

 Como sombras en el invierno, sin el menor ruido, así es como sus hombres entrenados específicamente para este tipo de misiones actuaban, siempre certeros y precisos, incapaces de fallar el mínimo golpe pues eran plenamente conocedores de la anatomía y sus puntos vitales. 

 Y no era para menos, a fin de cuentas estos hombres eran separados de sus familias desde edades muy tempranas, para ser instruidos, fieles, leales y letales. Una práctica cruel que buscaba deshumanizar infantes, para crear inhumanos, monstruos. 

—Y esa fue la peor de tus decisiones.

 Caminando, como en su propia tierra, sin prisa, sin temor a los guardias ahora difuntos en manos de su élite certera, que acompañaba los pasos del jerarca poderoso, intocable, sin una sola mancha en sus blancas vestimentas que ondeaban a cada paso, en gala, regocijándose ante la majestad que les porta, siempre galante, arrogante. 

—Pero acepto con gusto tus disculpas, siendo congruente con la misericordia que te he mostrado desde el día en que te hice mía. 

 Sus palabras retumbaron como truenos por toda la habitación, donde un eco ensordecedor se formaba mientras él seguía avanzando, junto a su escolta militar, en dirección a la pareja que estaba frente a ellos. 

—Sin embargo, tú, que has mancillado mi pertenencia, no vas a tener la misma suerte. 

 Un odio puro se expresaba en su palabra, en su mirada, en cada poro de su piel erizado por el rencor y el asco que le producía tener frente a si a aquel que mancilló a su niña, por lo que sintió un placer casi cruel cuando su sagrada orden buscó someterle, colocándolo de rodillas en el suelo, completamente inmóvil para evitar sobre saltos. 

—Acepto la cabeza de este hombre que dices haber desposado como recompensa por tus afrentas. 

 Concluyó, mirando a su pelirroja directamente a la cara, sosteniendo su mirada en ese ambiente tenso, lleno de sorpresas y enigmas.

¿Como es que había llegado allí? ¿Porqué profanada el único lugar donde podía sentirse segura? ¿Porqué justo ahora cuando estaba recuperando su vida? Esas preguntas invadían la mente de la pelirroja cuando vio la silenciosa entrada del naslov a su pequeño salón, el terror podía verse reflejado en su rostro y durante algunos segundos solo pudo quedarse de pie mientras aquel Kōri hablaba.

—Basta, por favor… —dijo cuando al fin pudo recuperar el aliento para emitir un diálogo que de ninguna forma había sido ensayado y que sólo era producto de el dolor producido al ver a su esposo a punto de morir —Por favor, por favor, no mate a Marcus, el no tiene la culpa de mis malas decisiones.

 Las lágrimas corrían por el rostro de la pelirroja como cuando era una niña que lloraba por tener que someterse a la voluntad de su dueño, sabia que cualquier movimiento suyo podría conducir a la muerte del castaño, después de todo, aquel jerarca no tenía una sola gota de compasión en todo su cuerpo. Lo único que pido hacer fue quedarse en su misma posición inicial esperando que al menos se dignara en escuchar su súplica.

—Por favor, haré lo que usted diga, no importa si implica regresar a su harén. Solo... solo mate a mi esposo —dicho esto, tiro la corona que estaba sobre su cabeza hacia el suelo en señal de que cumpliría todo mandamiento dicho por el moreno.

 

***

 

El sonido del acero golpeando los suelos resonó de inmediato; la corona, símbolo inequívoco de realeza y poder, ahora era un objeto cualquiera, expuesto al polvo, a los pies del Naslov. 

Aquel gesto no le fue suficiente, estaba lejos de serlo, sin embargo, el siguiente, fue capaz de poner una sonrisa en su rostro, una grande y extendida, macabra incluso, una que surgía por el dolor ajeno, por la sangre del odiado enemigo cayendo al suelo cuando uno de sus captores hizo clavar un hacha sin mucho filo sobre su hombro diestro, amenazando con cercenar su brazo entero. 

 Los gritos de dolor y agonía inundaron el recinto, mientras que aquel caminaba con la misma seguridad y goce rumbo a la pelirroja.

—Ahora vamos a mostrarle quien eres en realidad, a quien le perteneces. 

 Mientras iba avanzando fue despojándose de aquella blanca vestimenta, que al ser colocada sobre el suelo con desdén revelaba las intenciones del jerarca pues solo portaba vestimentas de la cintura para abajo. 

—Vas a dejar que tu cuerpo hable, que tus gemidos inunden la habitación en lugar de sus súplicas miserables. 

 Cuando se plantó frente a ella extendió su mano hasta el cuello altivo de la fémina, sujetándolo con fortaleza al momento de hacerla bajar, de arrodillarla frente a él y dejar su rostro, pulcro, digno, a la altura de su miembro, mismo al que ha e dar el trato correspondiente con sus labios. 

—Vas a gemir más alto de lo que él grita, así que asegúrate de hacerlo bien, o lo haré gritar mucho. 

 Con completo sadismo dio sus instrucciones, así, sin importarle que su esposo estuviese presente, ni sus guardias, aquel estaba dispuesto a someterla frente al enemigo, a tomarla nuevamente, por la forma que fuese, para recordarle quien es su amo, su señor, su dueño.

—¡No! ¡No hagas nada de lo que le pide! ¡Deja que me mate! —gritó el castaño mientras forcejeaba con sus captores en un esfuerzo por impedir aquella deshonra a su casa.

—Lo siento mi señor...

 Ella quería llorar, de eso no había duda. La pelirroja aún tenia sus ojos húmedos por las lágrimas anteriormente derramadas, sentía que su corazón se rompía al imaginar lo que su esposo estaba viendo, sentía asco y repulsión hacia aquel monstruo que la tomaba del cabello sin importar quien o quienes los estuvieren viendo. Pero sobretodo, sentía asco por si misma por volver a la misma situación que años atrás le había quitado la poca dignidad que estaba en ella.

 No había palabras para explicar la situación del naslov Rossetti, la humillación de ver a su esposa en las manos de otro hombre ante una guardia que solo contemplaba la escena sin mostrar algún desagrado o aprobación. Escuchó cada sonido que provenía de la pareja que ahora practicaba sin pudor alguno y bajó la mirada al suelo en señal de derrota mientras apretaba la mandíbula de coraje al no poder evitar nada de lo sucedido.

 Uno de los guardias que mantenía en custodia al joven sometido, notó la derrota en su espíritu, la resignación en cada músculo de su cuerpo que ahora no parecía combatir ni resistirse, sin embargo, para alguien que servía al gran jerarca, que jamás mostraba misericordia o detracción, era claro lo que debía hacer. 

 Tomó de los cabellos al hombre y le levantó el rostro a la fuerza, clavando su fría lanza justo en la pierna diestra, a fin de hacerlo abrir los ojos, de obligarle a contemplar como su esposa se entregaba.

—Ya sabes que hacer. ¿No es así, mi niña? 

 El tono irónico de sus palabras, la manera lasciva y soberana con la que le observaba tras haberle practicado una felación:

Era obvio que él se sentía dueño, amo, señor y propietario de la pelirroja.

 La pelirroja bajo la vista al suelo mientras sentía una amargura casi palpable dentro de sí, no podía creer que aquel hombre hubiese entrado en su propio hogar y puesto en peligro la vida de su pequeña familia. Después de eso no podría volver a ver los ojos de Marcus, quien al parecer tenía que contemplarla en aquella deshonrosa posición.

Tampoco podía ponerse de nuevo en pie, la tela de su vestido era demasiado rígida y estaba sujeta por un sinfín de botones y algunos nudos engañosos. Pero había algo que le preocupaba además de la salud mental de su esposo.

—No puedo majestad, por favor tenga piedad y no ponga en peligro la vida de mi bebé con algo así —ahora en verdad las lágrimas corrían por sus mejillas, el miedo y la incertidumbre eran grandes, mucho más grandes que en su edad temprana.

—Se lo suplico, no puedo cumplir su orden —levanto su rostro a fin de ver a quien fue su dueño en un pasado, buscando quizás una pizca de paciencia en aquel ser monstruoso que la había sometido incontables veces en el pasado.

 Su rostro no mostró ni un atisbo de humanidad o empatía, mucho menos de comprensión o tolerancia pues, incluso, una mueca llena de cinismo empezó a tomar forma, como si aquella petición le pareciera un reflejo de la inocencia que alguna vez esa niña a la que llevó a su lecho llegó a demostrar. 

 Alzó entonces la vista y de inmediato, uno de sus sirvientes se acercó con una daga distinta a las demás: Esta era ornamentada con un sin fin de cristales extravagantes y caros, mientras que su hoja lucía limpia, pura, tanto como si estuviese hecha de solo diamantes. 

—Lo que llevas dentro no es digno de ti, mi niña.  

 Con la violencia que a él le caracterizaba; esa era la forma en la que colocaba sus manos sobre el mentón de la pelirroja a fin de sostenerle la mirada, de poder contemplar su rostro cuando aquella daga comenzó a desgarrar las vestiduras del antes elegante y pulcro vestido. 

—Tu cuerpo está hecho solo para recibirme a mi, solo para llenarse de mi.  

 El sonido de la tela siendo desgarrada continuaba haciéndose presente. Era particularmente sorprendente como aquel instrumento podía cortar toda tela, nudo, botón o artilugio que encontraba a su paso con toda la facilidad del mundo. 

 Así, a los instantes, dicha prenda no era más que rasgaduras y jirones que no representaban ya el menor impedimento pues incluso revelaban ya buena parte de la piel desnuda, de la ropa íntima, de aquello que tanto anhela poseer el naslov.

 Contemplo el caer de los trozos de tela como si solo pudieran compararse con os pétalos de una flor al derecho arrancados y no emitió una sola palabra hasta que el moreno termino de desgarrar su ropa, no había duda de lo que vendría a continuación; la pelirroja volvería a convertirse en uno de sus juguetes.

—Por favor, se lo suplico —dijo con sus ojos llenos de lágrimas las cuales rodaban por las rosadas mejillas y terminaban en aquella alfombra roja que cubría el salón —no me haga hacer esto, cualquiera de mis hijos podría entrar.

 Tenía miedo eso, pero no porque la vieran en ese estado, más bien por el riesgo que correrían con aquellos hombres diestros en el arte de la guerra y que estaban dispuestos a cumplir todo aquel capricho del Monarca, aunque eso incluyera el asesinato de los pequeños.

—No voy a obligarte...  

 Soltó su rostro y dejó caer la daga al suelo, pateándola de inmediato para evitar cualquier incidente o intento vano. 

—No lo voy a hacer, no voy a violarte. 

 El sonido del metal arrastrándose por el suelo se hizo presente, acompañando las palabras que el Naslov, lleno de soberbia, hacía retumbar con un eco casi siniestro a lo largo del salón. 

—Eres tú la que va a abrir las piernas para mi, la que va a suplicarme que por favor le haga el amor. 

 Al decir esto, como si fuese una señal previamente programada, un estruendo se hizo presente, desgarrando el ambiente, rompiendo con la poca armonía que aun quedaba. 

 Aquel estruendo era más bien un grito, un aullido proveniente del esposo sometido y torturado, quien ahora sangraba de la boca mientras evitaba convulsionar de dolor. 

—Tú eres la que me va a pedir que la marque como mía, de nuevo, como siempre ha sido.  

 Nuevamente se acercó a la pelirroja, sonriéndole triunfal y con malicia. 

—¿No es así, mi niña?  

 Los castigos físicos a los que su esposo estaba siendo sometido eran un enigma, solo se podía ver sangre y dolor, agonía, crueldad, tanta como para buscar motivar a la mujer.

 Escuchó cada palabra, cada sonido que ahora inundaba en la habitación y quiso cubrir sus oídos para no atormentarse más de lo que ya estaba, pero lo que si le afecto fue ver a su esposo bañado en sangre, no podía permitir que el sufriera por su culpa, no podía permitirse ser culpable de más sangre inocente.

—Entonces hágalo, mi vida ya no tiene valor, usted la a arruinado cada vez que vuelve a entrar a ella, ahora se que nunca seré feliz de nuevo —cambio su posición para tomar aquella que le había indicado desde el principio y mordió su lengua por un momento —haga lo que quiera conmigo, después de todo, usted a dicho que es mi dueño y con esto al fin lo entendí otra vez.

 No le importó nada, ni siquiera perder la poco dignidad que le quedaba, solo quería que aquellos gritos cesarán y que el terminará con su maldad y se retirará.

—Hágalo de una vez y por favor, ¿Podría matarme? Ya no quiero seguir así.

 Así, aquel jerarca avanzó hasta la mujer de vestimentas rasgadas.

—Eso dices justo ahora, mi niña...  Pero lo cierto es que vas a tener que recobrar tu actitud, tu amor por la vida. De lo contrario nos vamos a aburrir mucho, y nadie aquí quiere eso. 

 Siguió acercándose; haciéndole notar que él estaba listo, que en cualquier momento iba a tomarla nuevamente, frente a su esposo, aunque todavía se guardaba lo peor de su repentina visita. 

—¿O es que acaso deberé tomar en custodia a una de tus niñas? Tal vez si la educo como te eduqué a ti... 

 Tanta vileza no era humana; tanta crueldad, estaba lejos de cualquier ser sobre la tierra pues nadie, o por lo menos no muchos, se atrevían a amenazar a una Madre con violar una y otra y otra vez a sus hijas, solo con el afán de verla gemir nuevamente...

 Algo pareció despertar en la pelirroja cuando escucho eso, era el miedo absoluto de imaginar a una de sus pequeñas en manos de aquel hombre. Eso... eso era algo inadmisible, no podía permitir que aquello ocurriera.

—¡No! ¡Mis hijas no! —exclamó —mis hijas no tienen que entrar como carta en este juego. Haré... haré lo que usted pida.

Sus lágrimas seguían corriendo por sus mejillas y terminaban en el suelo manchando la delicada alfombra donde horas antes habían estado de pie aquellas personas que nunca podrían imaginarse una escena como la que estaba formando parte la lastnik de aquel próspero país.

 Ella sabia que nada podía hacer contra el naslov, ni había duda de que el tenía control absoluto en ese momento y lo único que podía hacer era formar parte de aquel antiguo ritual por el que durante años pasado se había negado a una relación formal.

 Trató de relajar sus músculos pero nada funcionaba, estaba tensa y el terror de imaginar lo que habían hecho con su esposo no ayudaba. 

—Solo tienes que ser tú.  —

 Susurró.

—Anda, vuelve a ser mi niña, la que rogaba por sentirme dentro sin importar que su marido la esté viendo. 

Y es que él, aunque herido, todavía parecía aferrarse a la vida, todavía levantaba la cabeza tratando de mirar que es lo que estaba pasando, de escuchar con suma atención lo que se decía en esa habitación. 

—Ambos lo deseamos, esto no tiene por que ser más violento. 

—Seré lo que usted pida, majestad —dijo la pelirroja resistía la tentación de morder su labio, no era para nada placentero el tener muchos ojos observando como era tomada por el moreno y mucho menos podía sentirse cómoda mientras su esposo aún continua vivo sin perder detalle de como accedía a las peticiones de su antiguo dueño.

—Lo siento cariño —volvió a decir en voz baja mientras presentía lo que estaba a punto de ocurrir.

 «Es por las niñas, ellas no merecen pasar por esto» se dijo mentalmente al pensar en las pelirrojas que dormían varios pisos arriba sin imaginar lo que estaba ocurriendo con sus padres «Ellas no merecen pagar por tus errores»

—Por favor ¿Podría darse prisa? No creo que pueda soportar más tiempo sin sentirlo dentro de mi —su voz era forzada, pero Marcus ya no lo podría saber, sus sentidos se estaban durmiendo en aquel sueño que llaman “Muerte”.

 Él sabía perfectamente que ella fingía, que forzaba su voz. La conocía perfectamente, sabía de los agudos de su voz cuando estaba verdaderamente excitada, de como ponía los ojos cuando fingía lascivia.

Podía leerla como un libro abierto. 

—¿Ya la escuchaste, no es así, Naslov? 

 Las burlas hacia el sometido no se hacían esperar; aquel todavía tenía el vigor y el cinismo de recalcarle a aquel moribundo lo que estaba por hacer.

 Permaneció quieta, expectante a lo que su antiguo amo hiciera, esperando que el terminará y simplemente se fuera de su castillo y no volviera en mucho tiempo, pero eso no parecía posible; el disfrutaba el torturar su cuerpo y alejar la cordura de su mente.

—Alteza, no pierda... no pierda el tiempo con él y concéntrese en mi —dijo tan pronto pudo hablar. Trataba de que Marcus no sufriera más de lo que ya estaba sufriendo, después de todo, ella sentía que era la única culpable de lo que estaba ocurriendo esa noche.

—Por favor, ignoré a ese hombre que ya está a punto de abandonar este mundo.

 Farid podía escuchar, por momentos, los quejidos del hombre herido, situación que parecía complacerlo aún más pues si hay algo que aquel jerarca odie en este mundo, es a quienes se sienten por encima de él, de sus logros, de sus mujeres. 

 Él jamás perdonaría que alguien más vertiera su esencia dentro de su niña, su consentida del harén.

¿Que era más fácil? ¿El sucumbir a los caprichos de su antiguo amo o el tener que ver morir a su esposo? Ambas opciones parecían estar fuera de toda moral, como si ya todo estuviera perdido y durante breves segundos pensó en que pudo ahorrarse aquella humillación si tan solo hubiese permanecido en aquel harén en lugar de huir en cuanto pudo.

La pelirroja no había estado lista para recibir aquel ultraje, pero el solo imaginar a alguna de sus pequeñas en las manos de aquel hombre eran motivo suficiente para tolerar semejante tortura. Atrás quedaba la esposa devota que había jurado serle a Marcus Rossetti, ahora solo existía la misma niña que años atrás había entrado a los aposentos del naslov.

 Mordió su labio inferior en un esfuerzo por no quejarse del dolor que le provocaba aquel encuentro, pero aquellos no impido que sus lágrimas siguieran manando de sus ojos. Y no era para menos, su esposo estaba muriendo frente a ella mientras la humillaba ante una selecta guardia extranjera, sin duda, aquella no era una forma honorable de morir.

 El corazón de la pelirroja parecía romperse nuevamente junto a su alma; De nuevo estaba a merced de aquel ser a quien tanto había despreciado y quien ahora profanaba su hogar como si aquella fuera la casa de una simple esclava de antaño.

—Te lo has ganado, el favor de sentirme dentro mientras ves morir a tu esposo. 

 Frívolo, cruel. No había adjetivos suficientes para describir la tortura a la que aquel sometía a la familia real, feliz hace escasos minutos, dichosa antes de tener en sus vida, una vez mas, al Gran Jerarca.

 «¿Porqué es tan cruel?»

 pensó la pelirroja mientras la imagen aterradora de su amado estaba frente a ella «¿Acaso no le basta con lo que a hecho de mi vida?»

 Aquellas preguntas habían sido muy recurrentes durante los primeros años que había estado fuera del harén, no podía entender como un ser podía cargar tanta maldad dentro de sí y nunca sentir remordimiento alguno. 

 Pudo ver la sangre brotar de las heridas que los guardias habían infringido en Marcus con el uso de sus armas y nunca antes se sintió tan culpable por haberse casado con el. Quizás si tan solo no hubiera sucumbido a los deseos de su madre nada de eso hubiera estado ocurriendo. Quizás, quizás si hubiera seguido su propio entendimiento nunca hubiera llamado la atención pública y aquel hombre se olvidaría de su presencia con el tiempo.

 Mas pensar en aquello no arreglaba su presente, la sangre de Marcus corría por el suelo formando pequeños charcos oscuros que no indicaban la muerte del castaño.

 Al principio no lo notó, pero la piel de aquel castaño ya estaba muy pálida y sus ojos habían perdido su vitalidad.

 Fue entonces cuando la muerte de Marcus le fue confirmada cuando el corazón de su amado dejo de latir.

 Y ante la muerte del amado esposo no hubo un solo atisbo de piedad ni misericordia, mucho menos de respeto o de buena voluntad. 

 No hubo un gesto amable en quien orquestó su asesinato, al contrario, la sonrisa de quien ostenta la victoria se hizo prontamente manifiesta, sobre todo cuando tomó las caderas de la pelirroja con fuerza, alineando su intimidad al ángulo que él creía conveniente. 

 Él disponía de su cuerpo; él tomaba las decisiones; él comenzaba a moverse para entrar en ella nuevamente de un solo estoque rígido, firme y directo, carente de toda paciencia o empatia pero rebosante del deseo de volver a hacerla suya con el cadáver del amado frente a ellos, con los ojos todavía abiertos, como si en el más allá siguiese siendo torturado por la imagen tan vil. 

 El dolor físico ya no le era importante cuando llegó a ese punto, algo se había roto dentro de ella y no hablamos de carne, hablamos de su espíritu, de lo que componía su forma de ser. Cerró sus ojos para no ver más aquella figura inmóvil en el suelo, aquella figura que la había protegido con su vida en años pasados y quien solo cuando ella lo permitió dejo una marca en su cuello señalándola como su propiedad y su eterna compañera.

 El sentir a otro hombre moverse dentro de su cuerpo ya no era algo digno de llamar su atención, y la razón era que los recuerdos de toda una vida con su amado le eran devueltos como ácido para aquellas heridas emocionales que volvían a abrirse, que volvían a doler como el primer día que fueron causadas.

 Su cuerpo parecía entumecido, era como si todo el ambiente de aquel lugar fuera frío y oscuro. Totalmente ajeno a lo que anteriormente había sido un cálido recinto donde los más altos dignatarios eran enviados hacia ella para ganar su favor. Ahora sin su alfa, el seguir viva ya no valía la pena.

—¿Estás deprimiéndote otra vez?

 Inquirió manteniendo su mirada firme en aquella marca puesta a la altura del cuello que si bien no era muy amplia o notoria, había llamado poderosamente la atención del jerarca. 

—Es mi deseo que vivas tu duelo en paz. Yo he de retirarme, a fin de que inicies las exequias de ese... Ser. Solo dime una cosa... ¿Cuales son las edades de tus hijas?

Y ahí estaba, el verdadero fin de tan repentina muestra de amabilidad, si es que se le podía llamar así a los comentarios hechos mientras volvía a tomarla por la fuerza...

 Un escalofrío recorrió el cuerpo de la pelirroja al escucharlo hablar de sus niñas, el miedo absoluto la invadió como si no pudiera sentir alguna otra emoción. Sabía que el moreno tenía control absoluto sobre ella y sobre quienes le pertenecían, incluso podría haberse llevado a sus hijas en ese momento si se lo hubiera propuesto.

—Majestad —respondió entre sollozos —mis hijas no tienen la culpa de mis errores, aún son demasiado pequeñas, más pequeñas de lo que era yo cuando me enviaron con usted. Por favor, no les haga nada, ellas son lo único que me queda en este mundo.... —estaba mintiendo, las mayores habían alcanzado la edad casadera en años pasados, he incluso la que les secundada tenía dieciséis años, sin contar que poseía casi los mismos cabellos rojizos que la delataban como su hija.

—Por favor, se lo suplico... no dañe a mis hijas —mordió su lengua antes de continuar hablando por el esfuerzo que le era el mantenerse cuerda —uno de ellos... Uno de ellos lleva la sangre de usted, por favor, no cometa un crimen mayor.

 Una de las políticas que había adoptado de manera abierta y bien conocida en su territorio, pero no fuera de este, era el exterminio de su linaje, abundante por la presencia de tantas y tantas mujeres a su disposición. 

 Durante muchos años, se había encargado de dar búsqueda y caza a todo aquel que hubiese nacido por sus encuentros carnales pues el arrogante monarca no iba a correr el riesgo de ser sometido por un vástago, justo como el mismo había hecho. 

 Aquella noticia lo dejó frío por instantes, los mismos guardias que le acompañaban empezaron a notarse inquietos, temerosos, como si una nueva misión se les hubiese encargado por defecto. 

—¡Esperen! 

 Gritó mientras detuvo su movimiento, manteniendo su miembro dentro de la pelirroja mientras los guardias volvían a tomar la postura relajada de instantes atrás pues ya se disponían a buscar a dicho hijo portador de la sangre real. 

—Ah... Qué debería hacer... 

 Nuevamente restableció su movimiento, mucho más firme y constante, más fuerte y sonoro pues no había un rincón del recinto donde no se escuchara el firme choque entre las pieles de quienes sostenían ese acto impropio en el lugar menos decoroso. 

 En su rostro seguían viéndose los gestos bestiales de quien obtiene placer por la fuerza, mientras su mirada parecía concentrada, dilucidando... ¿Qué debería hacer con esa niño?       

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