Cuando Vladimir consiguió novia, Krínos casi rogó que la relación fuera algo pasajero.
Perséfone era la peor pesadilla que un padre inmortal podría tener. Ella era una shibō como cualquier otra, no duraría mucho tiempo viva y al morir dejaría a Vladimir en una profunda depresión de la que no podría salir.
Krínos ya había presenciado muchas parejas como esa y sabía de antemano lo que podía suceder. Así que convirtió en su propósito de vida alejar a esa humana de su hijo. Pues él nunca se perdonaría perder de esa forma a uno de sus cachorros, menos cuando podía evitarlo.
Pero cuando la conoció, se dio cuenta de que quizás la estaba juzgando mal. La chica resultaba ser tan dulce como su hijo la describía, y tan amable como pocas de esa generación podían ser. Casi le recordó a su dulce Amaris y estuvo dispuesto a darle una oportunidad ¿pero quién podía decirle que no estaba con Vladimir por dinero? Una prueba.
Una única prueba serviría para disipar las dudas y eso decidió hacer.
La suma fue ofrecida. No tan grande para agotar las arcas del tesoro, pero si lo suficiente como para hacer dudar a cualquiera.
Krínos pensaba que, una vez pasada la prueba, quizás podrían conseguir una forma para que no muriera ¿porqué no buscar la bendición de un Kōri? Así su hijo sería feliz y no tendría que preocuparse.
Pero, para su propio horror, la suma fue aceptada y esa shibō dejó a su cachorro con el corazón tan roto como él lo tuvo alguna vez. Y también dejó una clara lección: Nunca confíes en los shibōs.

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