No son memorias lo primero que obtuve cuando intenté recordar, sino que fueron sensaciones. Un pánico primitivo sintiendose eterno. El espacio vacío y oscuro.
Los mismos con los que volví ahora. No me di cuenta hasta que tuve un momento para digerir completamente lo que estaba pasando, cuando vendaban mis dedos con uñas rotas. De un cuarto a otro, con rostros desconocidos y cada cosa extraña sucediendo a velocidad de la luz, como si no hubiera salido de un agujero negro hace relativamente poco.
Si me preguntarán, no volvería a este mundo después de todo lo que pasó. Aún pestañeo dos veces seguidas, aprieto fuertes los párpados, por si algo funcionara para despertar de este sueño donde no hay nadie conmigo. Las personas que conocía, mi familia y lo esencial de mi hogar, ya no están.
Incluso la persona brillante en el retrato gigante de la escalera, aquel que pintaron para mi cumpleaños número veintidos... aquel que debería ser yo. Es complicado no sentirse como ese que proyecta seguridad y esperanza cuando literalmente, somos la misma persona. Toda una vida aparte.
A pesar de todo lo que se fue y de las cosas que evolucionaron durante dos mil años, algo fundamental no parece haberse desvanecido: el papel que representa la familia real para el pueblo.
Es el papel que llevo conmigo durante toda la vida, que forma parte de mi sangre y ni dos mil años borrado de la faz de la tierra fueron capaces de deshacerlo. Por lo que, como legítimo heredero del trono real de Pôkoj y último Czerwony con vida, tengo la responsabilidad de servir como un gobernante.
Es mi deber. Pero sólo quiero descansar.