Capitulo anterior: https://unaroleplayeramargada.com/post/2514
Capitulo 2: Lujo Vacío

Cristian de la Vega despertó sin necesidad de la alarma. Como todos los días, sus ojos se abrieron justo a las 6:30 a.m., entrenados por años de rutinas impuestas y expectativas altísimas. Con un movimiento perezoso, activó desde su celular las cortinas automáticas del departamento. La luz entró despacio, bañando los pisos de mármol blanco y los muebles de diseñador con ese brillo perfecto que le gustaba tanto.

Se sentó en la cama King size, frotándose el rostro antes de ponerse en pie. Estaba en su departamento privado, a solo diez minutos de la Universidad Privada Nuevo Horizonte. Su padre se lo había rentado como "inversión para su comodidad", aunque Cristian sabía que en realidad era una forma elegante de quitarle del medio en casa.

Al entrar en la cocina, ya lo esperaba Ana, como siempre.

—Buenos días, señor Cristian —saludó ella con su voz tranquila, vestida con su uniforme blanco y su delantal limpio.

—Buenos días, Ana —respondió él sin mucho ánimo. Abrió su celular mientras se sentaba a la mesa. Enseguida le sirvieron su desayuno, café con leche de almendras, jugo de toronja fresco, pan tostado con aguacate, y una mezcla de frutas.

Ana era la única que había estado con él desde que tenía memoria. Mucho más presente que sus propios padres. Sabía cuándo le dolía algo, cuándo estaba de mal humor y hasta cuándo fingía estar bien. Aunque Cristian nunca lo admitiera, dependía de ella más de lo que creía.

—¿Se queda a comer hoy, joven?

—No sé. Tengo francés y luego reunión con los del proyecto. Quizá coma en el campus.

—Muy bien. Le dejo algo preparado por si cambia de opinión.

Cristian no respondió. Se limitó a asentir mientras revisaba su cuenta de Instagram, donde las fotos del fin de semana seguían acumulando likes, una botella de champán, él tomando el sol en la cubierta del yate, sus amigos riendo, dos chicas en bikini posando a su lado. El fin de semana había sido perfecto. Su papá les había prestado el yate para navegar por la costa de Cancún. Tres días de fiesta, risas, alcohol y selfies en altamar.

No pensaba en las clases, mucho menos en las tareas. Para él, era un descanso merecido. Después de todo, su apellido garantizaba que siempre caería de pie.

O eso creía.

Cristian llegó a clases como de costumbre, conduciendo su Audi negro con los cristales polarizados. Aunque vivía a solo diez minutos de la universidad, jamás iría caminando. No era solo por comodidad; era por imagen. Tenía una reputación que mantener.

Estudiaba Administración de Empresas, una decisión más heredada que elegida. Su padre era Alejandro de la Vega, uno de los empresarios más conocidos del país. Su madre, Regina Aguirre, trabajaba como directora de relaciones públicas en la misma empresa familiar. Desde pequeño, Cristian supo que estaba destinado a seguir sus pasos.

Él no había elegido el camino. El camino lo había elegido a él.

Ese lunes tenía Francés Intermedio. Entró al salón con paso seguro y se sentó en la primera fila, como siempre. Pero algo, o más bien, alguien, llamó su atención de inmediato, un chico nuevo, al fondo del salón, con mochila vieja y ropa sencilla. No parecía pertenecer a ese lugar. No hablaba con nadie. Observaba todo con una mezcla de alerta y orgullo que desentonaba con el aire despreocupado de los demás estudiantes.

Cristian soltó una media sonrisa cargada de desprecio y murmuró, lo suficientemente alto para ser escuchado.

—Qué raro... ya dejan entrar pobret... becados aquí también.

El otro levantó la mirada. Ojos oscuros, serios, intensos.

—¿Dijiste algo?

Cristian no se inmutó.

—Nada. Solo pensaba en lo inclusiva que se ha vuelto esta universidad.

—Pues prepárate —respondió el chico, sin parpadear—, porque algunos de nosotros no solo venimos a calentar la silla. A veces hasta pensamos.

Cristian arqueó una ceja. Qué raro. No estaba acostumbrado a que le respondieran así.

—No te emociones, pobretón. Una beca no te vuelve interesante.

—Y el dinero no te vuelve inteligente —replicó el otro, con una sonrisa irónica—. Pero seguro eso ya lo sabías.

Antes de que pudieran seguir, el profesor entró al aula. Ambos se giraron hacia el frente, pero el aire entre ellos quedó tenso, cargado de electricidad.

El nombre del chico, Cristian lo sabría más tarde, Santiago. Y aunque en ese momento no lo sospechaba, ese encuentro iba a cambiarle la vida.

Ese mismo día, al llegar al departamento, Cristian encontró una sorpresa: su padre lo estaba esperando en la sala.

—Papá... ¿Qué haces aquí?

Alejandro de la Vega, siempre impecable con su traje azul marino y mirada de acero, se puso de pie.

—Me bajé del helicóptero hace una hora. No me gusta hablar de cosas importantes por teléfono.

Cristian tragó saliva. Algo no andaba bien.

—¿Pasó algo?

—Sí. Tus calificaciones.

El empresario arrojó sobre la mesa una carpeta con impresiones. Cristian la reconoció: el reporte académico. Se encogió de hombros.

—Solo bajé un poco en contabilidad y derecho...

—¡Dos materias clave, Cristian! —interrumpió Alejandro, alzando la voz—. ¿Y sabes por qué bajaste? Porque el fin de semana estabas en mi yate, gastando mi dinero, rodeado de gente que no te aporta nada.

—Fue solo un descanso, papá...

—No necesitas descanso. Necesitas disciplina. ¿Tú crees que así vas a dirigir una empresa?

Cristian apretó la mandíbula. Estaba acostumbrado a los regaños, pero ese día había algo más en la mirada de su padre: decepción.

—A partir de esta semana, Ana se regresa a casa. No voy a seguir pagándote una niñera para que no hagas nada. Quiero que te hagas cargo de este departamento. Que cocines, limpies, laves tu ropa, y aprendas lo que es vivir solo de verdad.

Cristian se puso de pie, molesto.

—¿Es en serio? ¿Ese es tu castigo?

—No es un castigo. Es una oportunidad. Para que madures. Si no puedes manejar tu propia vida, no puedes manejar una empresa.

Cristian quiso responder, pero no dijo nada. Sabía que discutir con su padre solo empeoraría las cosas. Alejandro tomó sus cosas y se marchó sin mirar atrás.

Cristian se dejó caer en el sofá. Por primera vez, sintió que su vida perfecta empezaba a desmoronarse un poco. Y lo peor era que... tal vez su padre tenía razón.

Esa noche, al quedarse solo por primera vez, el departamento se sintió más frío, más grande, más vacío. Sin Ana, sin orden, sin comida caliente. Solo él y sus pensamientos.

Y el recuerdo molesto de ese becado con mirada desafiante, que no se había dejado intimidar. Ese tal Santiago.

Cristian sonrió, con una mezcla de fastidio y curiosidad.

No podía evitarlo. Algo en ese chico le había picado el orgullo.

Y eso, en su mundo, era el inicio de algo grande.

Wattpad: https://www.wattpad.com/mywork....s/396029847/write/15

Siguiente capitulo:
https://unaroleplayeramargada.com/post/2524

#concursoliterario

image