Las pesadillas de una madre

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Capítulo V: Familia rota.

—No Amanda —Danielle esperó a que la niña repitiera la frase antes continuar —eso no se hace.

—Pero mamá... —replicó la niña que estaba de pie delante de ella —Nicoletta me estaba molestando.

—Después hablaré con ella, se que no se llevan bien, pero son hermanas... las hermanas pueden discutir, pero nunca pelear a menos que sea para aprender a defenderse. 

 Amanda bajo la mirada, entendía que había sobrepasado los límites al teñir el cabello de su hermana mayor, pero tampoco se arrepentía.  

—Está bien, me disculpare con ella.

—Esa es mi niña —la lastnik se levantó de su asiento para abrazarla y la pequeña princesa le correspondió —quizás no te parezca bien hacerlo, pero disculparse es un pequeño paso a la madurez.

 La pequeña sonrió, se sentía cómoda en brazos de su madre, como si la delicada Hoshi fuera capaz de protegerla ante los peligros existentes y aunque su aroma a manzanas contrastaba con el que recordaba al nacer, Amanda no dudaba de su amor por ella.

 Por otra parte, Danielle sentía que estaba siendo demasiado dura con su niña, pero no podía permitirse que la enemistad creciera entre sus hijos. Después de todo, la enemistad solo producía muerte entre las dinastías y ella nunca se perdonaría eso.  

 Para ese entonces, la corona de Essex ya había sido cedida a la lastnik Bonner. Quien, a pesar de no mostrar a la perfección lo necesario para ser una lastnik, era la única lo suficientemente preparada para guiar a esos súbditos tan volátiles y rebeldes. Mientras tanto Danielle se había dedicado a cuidar de su esposo y de los hijos más pequeños.

 Quizás la vida familiar no le hubiera sentado mal, ella amaba a sus niños y le llenaba de orgullo verlos crecer. Sin embargo, no todo era felicidad y aunque nadie lo notó, pronto dejo de usar los vestidos juveniles que le hacían verse libre de ataduras. Y las mangas de telas casi translúcidas pasaron al olvido, convirtiendo el ropaje de la lastnik en el de una viuda que no desea ser vista por los demás. Porque los austeros vestidos escondían marcas que los niños no debían conocer, marcas que cada día se acumulaban pese a que el cuerpo de la Hoshi trataba de borrarlas. 

 Al principio, Marcus solo se enojaba con ella de vez en cuando, pero él comenzó a usar palabras hirientes y los golpes no tardaron en llegar. 

 Marcus nunca había sido el esposo que Danielle idealizaba para si. En cambio, era un ser distante que rara vez mostraba sus emociones y que prefería pasar el tiempo solo, alejado del resto de su familia. Pero nunca espero eso de él, nunca espero ver como disfrutaba de cada golpe que le propiciaba y con el tiempo todo fue para peor. Las discusiones eran frecuentes y a veces ella no sabia que hacer,

Danielle no era fuerte como los demás pensaban. Pero debía fingir que lo era, sus hijos no debían ver las marcas, no debían ver los moretones ni tampoco las pequeñas cicatrices y esa tarde, fue doloroso abrazar a su pequeña y casi sintió alivio cuando alguien llego a interrumpirlas.

—¿Majestad? —dijo un guardia después de ingresar a el pequeño salón y hacerle una reverencia —Su esposo pide que se presente en la biblioteca, dice que es un asunto urgente. 

 Danielle casi tembló de miedo cuando soltó a la joven Amanda, no quería estar a solas con Marcus, pero tampoco podía negarse a ello.

—Después terminaremos de hablar —la lastnik intento sonreír, pero estaba demasiado nerviosa como para hacerlo —No te daré un castigo, pero ve con tu hermana.

—Alteza ¿Me permitirá acompañarla?

—No mi cielo, papá y mamá necesitan hablar en privado ¿Pero porqué no mejor vas con las gemelas? Recuérdales que hoy espero todo su papeleo —después de decir eso, la lastnik deposito un beso en cada mejilla de su hija y permitió que el guardia desconocido la llevará hacia donde se encontraba su esposo y durante el breve camino, no pudo dejar de preguntarse de que trataría todo eso ¿Acaso estaría haciendo algo mal o solo quería verla? Después de todo, ya no podía esperar nada bueno de Marcus. 

 «No olvides el protocolo» Se dijo a sí misma «No ahora» 

 

***

 

—Buenas tardes Alteza ¿Usted me a llamado?

 El alfa escuchó aquella pregunta y después de dar una mirada fría, se acercó a la omega para tomarla del brazo. 

—¿Como pudiste hacer algo sin mi consentimiento? —preguntó oprimiendo la suave piel de Danielle —¿Realmente crees que tienes derecho a mandar sobre mi casa?

 Ella estaba confusa, no entendía que había hecho hasta que vio un sobre que Marcus sostenía en su mano, un sobre que ostentaba el escudo de armas que representaba a Lindsey

—Mi señor... —dijo sintiendo como poco a poco la mano de su esposo comenzaba a lastimarla  —No fue mi intención molestarlo —pronto sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas y fue cuando Marcus al fin la soltó —Aun es tiempo de cancelar la visita, si gusta le pudo enviar...

—No es necesario cancelar —el castaño se dio la vuelta y dejo el sobre sobre el escritorio —pero tú te harás cargo de darle una bienvenida decente —no le importó el avanzando estado de embarazo que presentaba la pelirroja, pues a sus ojos ya no era más que una carga, algo que le impedía buscar a sus antiguas concubinas —¿Y como es que invitas a alguien este palacio sin tener algo preparado o si quiera consultarme? no puedo creer que con tu personalidad seas tan ingenua —con su mano derecha, el castaño tomó una botella de vino y la arrojó contra la pared —Ya, largo de aquí, ve a preparar la bienvenida para los invitados, estoy seguro que no tardan en llegar y Danielle... Espero que no les des una mala impresión, y que no se te olviden tus modales

—Como usted ordene, mi señor —respondió la pelirroja inclinando su cabeza hacía el suelo en un afán por ocultar lo aterrada que estaba y las lágrimas en sus mejillas.

—¿Que no piensas darte prisa? —preguntó el castaño antes de tomar la botella que estaba en la mesa —No quiero quedar en vergüenza por culpa tuya o de esos estorbos que llamas hijos.

 Esas palabras quizás fueron dichas sin pensar, pero fueron como un golpe más para Danny, quien no pudo evitar comenzar a llorar y es entonces cuando el verdadero infierno comenzó.

 

***

 

—¿Mi madre está adentro?

 La señorita Tanner esperaba afuera de la biblioteca cuando escuchó a una de las niñas hacerle esa pregunta y por primera vez no encontró una respuesta ¿pero que podía decirle? ¿Qué su madre estaba recibiendo su dotación diaria de golpes? ¿Qué no podía dejarla entrar? Definitivamente no debía dejarlas entrar, pero entonces se escuchó como una botella se hacía añicos en el suelo.

Nicoletta lo escuchó alarmada y empujó a la señorita para darse paso y ahí, vio una escena que nunca imagino, porque en el suelo estaba la lastnik y en su vestido podían verse las manchas de sangre.

—¡Madre! —grito antes de ir hasta Danielle y arrodillarse frente a ella.

 El grito de Nico alertó a Amanda, quien desenfundo la daga que cargaba en uno de sus bolsillos y se puso entre ellas y el naslov Rossetti, quien, sin decir una sola palabra, se retiró de la biblioteca, dejando una escena que las niñas nunca olvidarían.

 La sangre pérdida pronto se llevó la conciencia de Danielle, y el dolor se desvaneció haciéndola sentir libre. Como si estuviera flotando en el vacío o como cuando el suicidio fue su primera solución al harén de Farid y aunque ella nunca lo admitiría, la idea de hacerlo cuando estaba con Marcus , era bastante placentera.

 Era como soñar en un paraíso que la libraba del dolor emocional que estaba sufriendo, como la puerta del infierno en el que vivía y el más dulce de los placeres, porque cuando se pierde la conciencia es como flotar en el espacio. Quizás es algo doloroso al principio, pero cuando el dolor de va solo queda un estado de conciencia que a diferencia de lo que piensas, no te hace desear seguir con el proceso.

Por que su primer intento de suicidó lo hizo a los ocho ciclos. La navaja estaba en sus manos y estuvo a punto de lograrlo, pero la señorita Buthayna llego a tiempo, el olor de la dulce sangre la había llamado y logró llevarla con la curandera. El segundo fue poco después, pero este ya no fue provocado por la depresión, fue por la adrenalina de sentir como la vida se iba de ella y la soga en su cuello logro hacerla olvidar del dolor físico que su segundo aborto le causó. De ese no recordaría casi nada, salvo de que un día despertó entre sangre, sin saber si quiera que esperaba un segundo hijo de su amo. 

 El tercero intento llegó una noche de primavera.  Algunas mujeres del harén, ya demasiado mayores como para ser llamadas ante Farid. veían con envidia las nuevas telas y joyas que llegaban a la habitación de Danielle. Y que mientras los vestidos de la muchacha parecían no tener número, sus propias ropajes estaban hechos con cosas viejas.

También estaba el detalle de que ella nunca daba indicio de crecer, porque a pesar de haber llegado años antes, apenas y parecía estar próxima a los catorce. 

 Ese día las flores del jardín estaban en todo su esplendor y una niña pequeña había escapado de la habitación de su madre. De su mano llevaba a un niño lloroso que sin duda estaba asustado de estar al exterior, todo eso porque la madre de ambos nunca los dejaba salir, pues Danielle no podía permitir que Jameela y su pequeño Hasan fueran vistos por los guardias, ya que ella era consiente de lo que podían hacer porque que eran  quienes se encargaban de separar a los niños de sus madres en cuanto veían que habían llegado a una edad razonable. 

 Incluso la señora Yasmin a veces se encargaba de cuidarlos y les llevaba comida porque sabía que lo designado a la pelirroja ya no alcanzaba para los dos niños que estaban bajo su tutela. Los mellizos tenían el cabello de un tono rojo oscuro y en sus mejillas no había una sola peca, sus ojos eran de un color azul tan claro como los de Farid, pero su piel era tan blanca como la de Danielle y eso muchas veces asustaba a quien lograba verlos. No tenían ropas de gran calidad, pero a su madre le gustaba tomar cualquier tela, ya fuera de seda o de simple algodón, y hacerles pequeños trajes que los hacían verse más hermosos de lo que ya eran. 

 Aunque también esa belleza era de preocupación para la pelirroja. 

El naslov parecía no tener respeto por sus hijas y aunque hasta ese día no se había atrevido a tocar a alguna, Danielle siempre pensaba que el límite seria cruzado, por lo que su mayor alegría fue darse cuenta de que su niña comenzó a desarrollar sus alas incluso antes de poder dar un paso. Y cada noche relataba a su hija las historias de los Ryouta, le hacia soñar con que algún día seria libre de esas cuatro paredes y Jameela cada noche se veía a sí misma volando a través del cielo azul, siendo libre y rescatando a su mamá de aquel hombre malo que tanto le daba miedo. Porque ella no podía pensar en que un hombre tan tosco pudiera ser su padre. No, definitivamente no podía ser hija del naslov. Su padre debía ser un hombre alto de cabello castaño y ojos claros como los de Hassim. Tendrían que ser más fuerte que los demás y su piel tendría que ser un poco más oscura que la de su madre. 

 Pero los sueños infantiles no le eran suficientes y esa tarde escapó de los aposentos de su madre en cuanto su cuidadora se durmió. Consigo arrastró a su hermano a los jardines que siempre quiso conocer y disfrutaron el maravilloso aroma de las rosas, las mismas rosas que siempre le daban nostalgia a su mamá. Y la ropa de Jameela, hecha con las finas telas y adornada con las pequeñas perlas de un viejo collar, ondeaba ante la suave ventisca, haciendo parecer que bailaba entre las flores. 

 Mientras tanto, la princesa Danielle apenas y pudo encontrar su bata después de pasar casi toda la mañana con su amo. En su cuello se encontraban las mordidas típicas de un Kōri y su rostro pálido podía verse la escena tan grotesca que minutos antes se presentó en aquella cama donde aún se encontraba su dueño. Poco podía imaginarse que justo cuando ella anudaba el lazo que cerraba su bata blanca, una de las ancianas le ofrecía a sus niños galletas infectadas con belladona. Los efectos pronto se hicieron presentes y Hasan fue el primero en caer. Jameela intento llevarlo de nuevo a la habitación, pero no pudo y ambos niños quedaron tendidos sobre el pasto, como dos esculturas de mármol a los que Danielle encontró cuando se dirigía a donde los había dejado.

 De nada sirvió que las concubinas fueran ejecutadas, esa misma noche la pelirroja ingirió el mismo veneno que había acabado con la vida de sus pequeños y se entregó a los brazos de la muerte, mas esta no deseaba su alma y dejó que permaneciera en un sueño profundo donde solo sus buenos recuerdos se repetían una y otra vez.

Y en sus sueños, justo como cuando Marcus se atrevió a golpearla por última vez, el pasado se mezclada. No existía un tiempo ni alguna cronología, solo una línea difusa de realidad a la que de vez en cuando llegaba una voz que no le era desconocida.

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