| ¿Puedo?

El caos reinaba en el palacio. De no ser por las imprudentes decisiones de su hermano, el rey, todo habría gozado de la misma calma que satisfacía las noches más inquietas de la princesa. No entendía como su padre podía estar tan ciego y no notar el increíble potencial de su hija más capaz. O al menos eso se le ocurría a la más controladora de los Rhoswen. Los movimientos monótonos de su espada, bailaban con la elegancia mortal de su ataque. No había nadie que pudiera sacarla de la mitonimia. Contaba más de cien veces en su cabeza antes de detenerse y asegurarse que el siguiente movimiento fuera más perfecto que el anterior. Odiaba el cambio, y odiaba lo nuevo. Quizá fue eso lo que la perturbó y le hizo mirar de reojo al castaño que con sigilo, dirigía sus pasos hasta el mismo salón donde Diana entrenaba. Su baja estatura y esbelta silueta le daba la apariencia de una niña. Su imagen era el perfecto señuelo que necesitaba para ser subestimada por extraños. —¿Qué buscas?— Potente y dulce. Así es la voz de una soberana. Casi.